El miedo a quedarte atrás y el vértigo de avanzar sin rumbo

El verdadero desafío no es correr más rápido, sino no perderse en el intento. Porque el temor a quedar afuera también agota, confunde y desconecta

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El miedo a quedar afuera
El miedo a quedar afuera se cuela en espacios que antes ocupaba la estrategia. Algo que no siempre se ve claramente, pero que se nota en los resultados (Ilustración: Movant Connection)

¿Y si el problema no es el camino, sino el ruido que se carga encima?

No por falta de opciones, sino por temor a quedar afuera. De una tendencia. De un negocio. De lo que “viene”. De ese tren que parece pasar una sola vez.

Se inicia una carrera y ya se dice que está quedando vieja. Se lanza un proyecto y, al mes, aparece una IA que lo hace más rápido. Se estudia, se aprende… y el mundo siempre parece ir dos pasos adelante mostrando al conocimiento como un commodity.

Y entonces surge ese miedo que no paraliza, sino que impulsa a correr sin rumbo claro.

El miedo que no se llama miedo

Porque muchas veces se disfraza y no se siente como miedo. En ocasiones se presenta como urgencia, como esa prisa que empuja a actuar aunque no se sepa bien hacia dónde. Como esa voz interna que insiste en que, si no se avanza ya, te quedás atrás.

No es solo temor a equivocarse, sino a no llegar a tiempo. A ser el último en entender o en cambiar de rumbo. A que mientras se analiza, otros avancen. A que, aunque se acierte hoy, mañana sea tarde.

Y lo más peligroso: ese miedo se convierte en excusa para no detenerse a pensar. Para moverse por inercia, mientras el desgaste crece y el propósito se diluye.

Decidir en tiempos vertiginosos

En estos tiempos, decidir no asusta únicamente por lo que puede pasar, sino por la velocidad con la que todo cambia.

Hoy se diseña un plan y, mañana, cambian las reglas. Se proyecta un negocio y varían normativas, costos o escenarios.

Así, el miedo a quedar afuera se cuela en espacios que antes ocupaba la estrategia. Algo que no siempre se ve claramente, pero que se nota en los resultados.

Quizás el problema no sea la rapidez del cambio, sino la falta de pausa para mirar hacia adentro: Lo que ya se sabe, lo que ya se hizo, lo que ya se es. A veces no se trata de buscar claridad, sino de construir equilibrio.

Lo más peligroso es que
Lo más peligroso es que el miedo se convierta en excusa para no detenerse a pensar. Para moverse por inercia, mientras el desgaste crece y el propósito se diluye (Ilustración: Movant Connection)

El equilibrio más difícil

El balance que desafía a muchos se debate entre vivir con la dopamina a full o frenar y bordear el bajón anímico. Entre el impulso de querer estar en todo y el riesgo de perderse en el camino. Entre esa urgencia que invita a moverse y ese cansancio que vacía.

Si no se cuida ese equilibrio, se puede caer en el modo “todo o nada”, donde el “todo” quema y el “nada” apaga.

En la gestión, como en la vida, las decisiones relevantes rara vez llegan en el momento ideal. Se avanza por intuición, por necesidad, por confianza. Pero no esa confianza de “puedo con todo”, sino la que se construye en la memoria de haber enfrentado otras incertidumbres.

La memoria del cuerpo que resolvió cuando no sabía cómo. La memoria del equipo que se adaptó en situaciones inesperadas. La memoria de proyectos que se reinventaron en medio de la tormenta.

El miedo puede empujar a acelerar, pero no garantiza avanzar.

El miedo que desconecta

En el atletismo, se destacaba cómo la fama de Usain Bolt generaba que sus rivales salieran con demasiada fuerza para no quedar atrás… y se quedaran sin piernas en los últimos metros.

Por miedo a perder, abandonaban su estrategia y corrían al ritmo de otro. Traicionaban su confianza y se olvidaban de su verdadero potencial.

En la logística se vio muchas veces, por ejemplo en pandemia, que el miedo a desabastecer llevó a muchas empresas a adelantar pedidos lo que colapsó puertos, disparó las tarifas y generó un gran caos. El miedo a quedarse sin nada dejó al mundo detenido.

En 2021, el Ever Given aceleró en el Canal de Suez por temor a los vientos y, en esa prisa, encalló. De esta forma, detuvo el paso de miles de barcos durante seis días, generando demoras en las entregas, escasez de insumos y un impacto económico global. Se dispararon costos logísticos, se frenaron cadenas de producción.

Si el Capitán hubiera esperado y confiado en sus procesos, en lugar de avanzar por miedo al viento, solo se hubiera registrado una demora puntual en su recorrido. Pero el miedo a quedar afuera lo impulsó a moverse más rápido y a quedarse más atrás.

En estos tiempos, lo que está en juego no es solo decidir bien. Es mantener ese equilibrio que permite avanzar sin quebrarse, moverse sin perderse y buscar sin agotarse. Porque el miedo a quedar afuera también desgasta.

Difícilmente alguien pueda asegurar si existe un “camino correcto”, pero cuando se avanza con equilibrio, el camino comienza a parecerse un poco más a uno mismo.

Y quizás, en los tiempos que corren, eso resulte suficiente, al menos por el momento.