
“Lo importante es tener información y criterio para decidir, no hay una receta fija”, afirma Alejandra. Además, destaca la importancia de fortalecer los equipos, brindarles herramientas y fomentar su autonomía para que puedan adaptarse con rapidez a los cambios del entorno.
¿Qué particularidades presenta el sector cosmético para la cadena de abastecimiento?
Una de las mayores complejidades del rubro es la calidad y la estabilidad de las materias primas. No podés cambiar un ingrediente sin afectar el resultado final, a menos que estés completamente seguro de que mantiene los beneficios prometidos. Y eso implica pruebas, tiempo y costos. Además, muchos productos tienen vencimientos, como en el rubro alimenticio, y eso también condiciona el stock y la planificación.
También hay un gran componente externo: restricciones a la importación, escasez de ciertos materiales y vaivenes que afectan a toda la industria. En algunos momentos, hubo faltantes generalizados de productos como protectores solares. Eso distorsiona todo: un día hay escasez y precios altos, y al otro, exceso de stock y precios por el piso. Comunicarse bien con el cliente, anticipar esos escenarios y tener alternativas dentro del portafolio son claves para sostenerse.
¿Cómo evaluás la competitividad de Argentina en el contexto actual?
Creo que la apertura de las importaciones va a generar más competencia y, en ese sentido, muchas empresas van a tener que revisar su eficiencia si quieren sostenerse. Durante años, la inflación permitió cubrir ineficiencias, pero ese margen se achica. En un entorno con precios más estables, la relación calidad-precio se vuelve determinante, y eso nos obliga a negociar mejor, planificar distinto y ajustar donde haga falta.
En el rubro cosmético, esto implica no solo trabajar sobre el producto terminado, sino también sobre la cadena de proveedores. Si yo no puedo vender, mi proveedor tampoco, así que muchas veces hay que sentarse a renegociar. Además, entender qué tipo de calidad puedo ofrecer es clave. Hay productos muy económicos que no siempre cumplen con los estándares que uno desea mantener. Saber cuál es tu segmento y apuntar a competir desde ahí, sin caer en extremos que puedan dañar la marca, me parece fundamental.
¿Qué aporta contar con formación financiera en el ámbito logístico?
Tener conocimientos de finanzas es una herramienta clave para cualquier rol en supply chain. Permite analizar los costos con una mirada estratégica, tomar decisiones más fundamentadas y entender cómo cada acción impacta en los resultados de la empresa. Desde la contratación de un servicio logístico hasta la evaluación de inversiones en inventario, la dimensión financiera aporta un marco que ayuda a priorizar y justificar.
Además, favorece la comunicación entre áreas. Muchas veces, quienes se encargan de la logística necesitan negociar con compras, con producción y con finanzas. Tener ese lenguaje común acelera procesos, evita malentendidos y mejora la coordinación general. No se trata solo de saber leer un balance, sino de incorporar una lógica de análisis que permita anticiparse, corregir desvíos y aportar valor más allá de la operativa diaria.

¿Cómo abordás la planificación del inventario en contextos cambiantes?
La teoría dice que hay que tener el menor inventario posible, pero la realidad es que eso depende del contexto. Si sabés que puede haber faltantes de materia prima, tener stock te salva. Pero si estás en un momento de ventas bajas, con productos caros y vencimientos cercanos, ese stock puede ser un problema. Esa es, para mí, la “magia del planificador”: no es solo hacer cuentas, sino priorizar, anticipar riesgos y elegir el mal menor.
Cada momento requiere una estrategia distinta. A veces hay que stockearse y a veces recortar. Lo importante es tener información y criterio para decidir, no hay una receta fija. Al final del día, se trata de adaptarse y encontrar soluciones dentro del margen posible.
¿Qué desafíos y oportunidades proyectás para el área de supply chain en Argentina?
La logística en Argentina, sobre todo en las pymes, está marcada por la necesidad constante de adaptación. No todas las empresas cuentan con tecnología avanzada o estructuras grandes. Por eso, muchos procesos siguen dependiendo del criterio de los equipos, lo que hace que la formación y la estandarización sean fundamentales.
El gran desafío es mantener el equilibrio entre eficiencia y flexibilidad. En un contexto económico tan volátil, hay que revisar continuamente los circuitos, negociar con proveedores y repensar costos, todo eso con recursos limitados. Por eso creo que el futuro está en fortalecer las capacidades de los equipos, enseñar, compartir experiencia y construir procesos que funcionen incluso en escenarios adversos. No todo se puede controlar, pero sí podemos estar mejor preparados para anticiparnos con mayor inteligencia, adaptarnos con agilidad y liderar los cambios que vengan.
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