
La alimentación emocional es un fenómeno cada vez más estudiado en el ámbito de la salud mental y nutricional, ya que afecta a un amplio sector de la población sin que muchas veces se reconozca como un problema.
Este comportamiento consiste en comer como respuesta a las emociones y no por una necesidad fisiológica de hambre. Cuando una persona experimenta tristeza, estrés, enojo o aburrimiento, es común que busque en los alimentos una vía rápida de alivio. En estos casos, la comida se convierte en un recurso inmediato para sentirse mejor, aunque no siempre sea la opción más adecuada para el bienestar físico
La dicho proceso está relacionado con la liberación de dopamina, una sustancia que genera placer en el cerebro y produce un efecto de calma momentánea. refiere la maestra Monserrat Rodríguez León, directora de la carrera de Ciencias de la Nutrición, de la Universidad Autónoma de Guadalajara (UAG).
El ciclo del hambre emocional
Se trata de alivio es pasajero. Tras consumir alimentos en ausencia de hambre real, suelen aparecer sentimientos de culpa o malestar. Esto da inicio a un ciclo difícil de romper: la emoción negativa impulsa a comer, luego surge la culpa por haberlo hecho sin control y, a su vez, esta sensación refuerza las emociones incómodas que motivan a comer nuevamente.
Durante periodos como las vacaciones, cuando se rompe la rutina y se dispone de más tiempo libre, el riesgo de caer en este patrón aumenta. La pérdida de horarios fijos y la facilidad de acceso a alimentos ultraprocesados en casa contribuyen a confundir el hambre física con el hambre emocional.

Factores de riesgo y señales de alerta
La especialista de la UAG advierte que no todas las personas son igual de vulnerables. Quienes tienen dificultad para identificar o expresar sus emociones, o quienes evitan enfrentar situaciones problemáticas, suelen presentar mayor riesgo. En estos casos, los alimentos funcionan como un refugio que reemplaza la gestión adecuada de los sentimientos.
Reconocer si se trata de hambre real o emocional es clave para prevenir consecuencias negativas. El hambre física aparece de manera gradual y puede satisfacerse con cualquier alimento, mientras que el hambre emocional surge de forma repentina y se asocia a antojos muy específicos, como dulces, botanas o bebidas azucaradas.
Estrategias para manejar la alimentación emocional
La especialista recomienda desarrollar herramientas que ayuden a distinguir los detonantes emocionales y a romper el ciclo de impulsividad. Entre las acciones sugeridas se encuentran planear con anticipación los alimentos disponibles en casa, practicar actividades recreativas como leer, caminar o escuchar música, y dedicar tiempo a comer de manera consciente, prestando atención a los sabores, olores y texturas.

Otro recurso eficaz es llevar un registro escrito de los sentimientos antes y después de cada comida. Esta práctica ayuda a identificar patrones emocionales y a tomar decisiones más conscientes en torno a la alimentación. De esta forma, las personas pueden comprender que la verdadera necesidad en muchos casos no es comer, sino hacer una pausa, respirar y atender la emoción que los impulsa.
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