
El sábado 17 de mayo, el Buque Escuela Cuauhtémoc de la Armada de México se convirtió en protagonista de una tragedia inesperada en aguas de Nueva York. Durante su salida del muelle 17 del South Street Seaport, en Manhattan, la embarcación de tres mástiles impactó contra la base del puente de Brooklyn, una de las estructuras más emblemáticas de la ciudad.
El saldo fue doloroso: dos marinos murieron, al menos 20 personas resultaron heridas —cuatro de ellas de gravedad—, y el prestigioso velero, considerado símbolo diplomático y académico de México, sufrió daños visibles en sus mástiles, obligando a suspender su travesía.
Las causas del accidente aún son materia de investigación por parte de las autoridades estadounidenses y mexicanas. Pero mientras avanza la revisión oficial, un especialista estadounidense ofreció ya una reconstrucción técnica que apunta a una cadena de fallos evitables.

Una lectura desde la experiencia marítima
El capitán John A. Konrad V, con licencia para comandar buques de cualquier tamaño y fundador del medio especializado gCaptain, publicó un detallado análisis del accidente en redes sociales. Aunque aclaró que nunca ha navegado un velero alto como el Cuauhtémoc, su experiencia en navegación comercial, maniobras portuarias y seguridad marítima le permitió esbozar una hipótesis crítica: el incidente no fue producto del azar, sino de una serie de decisiones operativas que fallaron en cascada.
Según Konrad, la salida del Cuauhtémoc esa noche representa un ejemplo claro del modelo del queso suizo en accidentes navales: varias defensas individuales —protocolos, equipos, decisiones humanas— tenían fallas pequeñas. Pero esas fallas se alinearon en el momento preciso, dejando el camino libre al desastre.
Maniobrar contra la corriente

Uno de los factores iniciales que destaca el capitán fue la posición del buque en el muelle. Por razones ceremoniales y visuales, el Cuauhtémoc fue atracado de proa hacia tierra, lo que obligó a la tripulación a zarpar de reversa contra la corriente del East River. Ese primer desafío elevó la complejidad de la maniobra desde el inicio.
La corriente del río, en ese momento, fluía río arriba debido a la marea creciente, y el viento soplaba desde el suroeste, empujando transversalmente a la embarcación. Era, según el capitán, una combinación peligrosa para un buque de 90 metros de eslora, con mástiles de casi 50 metros de altura y maniobrabilidad limitada sin apoyo externo firme.
El motor, el remolcador y el momento clave

A medida que la nave retrocedía en el canal, Konrad señala que el motor quedó atascado en reversa. Imágenes del momento muestran que la estela de agua bajo la popa indicaba propulsión continua en esa dirección. Si el motor no respondió a la orden de detenerse o avanzar hacia adelante, la embarcación quedó sin control autónomo.
Peor aún, el remolcador asignado para asistir la maniobra, el Charles D. McAllister, no estaba amarrado por cabo al casco del Cuauhtémoc. Solo empujaba desde la popa. Esto, explicó el especialista, redujo severamente su capacidad de reacción: empujar sin estar asegurado es como intentar detener un automóvil cuesta abajo sin freno de mano.
Según el capitán John A. Konrad V, el accidente fue completamente evitable. Si el motor no hubiera quedado atascado en reversa, si el remolcador hubiese estado amarrado por cabo, o si se hubiera dispuesto de una segunda embarcación de apoyo —como es habitual en maniobras complejas—, el Cuauhtémoc habría tenido margen para corregir su rumbo.
A su juicio, no fue un hecho inevitable, sino el resultado de decisiones estructurales mal ejecutadas que dejaron a la tripulación sin capacidad de respuesta cuando más la necesitaban.
También cuestionó por qué no se utilizó un segundo remolcador, algo común en maniobras de salida complicadas en puertos de alto tráfico. A ello se suma el debate sobre la figura del piloto: aunque el Cuauhtémoc portaba la bandera “Hotel” (que indica piloto a bordo), no está claro si se trataba de un state pilot, que guía hasta el muelle, o de un docking pilot, especializado en maniobras finas. Los buques de guerra, recordó Konrad, a veces operan con ciertas exenciones.
Factores que evitaron una tragedia mayor
A pesar de las consecuencias, el capitán también subrayó elementos que contribuyeron a reducir el impacto humano. El uso de mástiles de acero, y no de madera, evitó un colapso estructural sobre cubierta.
Además, muchos cadetes permanecieron en sus posiciones en lo alto, lo que evitó que fueran lanzados al vacío durante el choque.
Destacó también la reacción inmediata de los bomberos de Nueva York, la policía y otros remolcadores de respaldo. La acción rápida de esas unidades fue clave para estabilizar la nave, evacuar heridos y evitar más pérdidas humanas.
Las dudas que siguen abiertas
Aunque su análisis es técnico y detallado, Konrad dejó varias preguntas abiertas para las autoridades y la comunidad marítima:
- ¿Por qué no se usaron dos remolcadores?
- ¿Fue por razones logísticas o presupuestarias?
- ¿Qué tipo de piloto estaba a bordo realmente?
- ¿El fallo del motor fue mecánico o eléctrico?
- ¿Existió algún problema en la comunicación entre tripulación y remolcador?
Estas interrogantes, según el capitán, deben ser parte de una investigación exhaustiva no solo para aclarar responsabilidades, sino para evitar que algo similar ocurra de nuevo.

Konrad cierra su análisis con una reflexión: en el mar, los errores no siempre se corrigen a tiempo. La operación del Buque Escuela Cuauhtémoc en Nueva York, argumenta, dejó al descubierto la fragilidad que puede existir incluso en una institución con décadas de experiencia, cuando se subestima la complejidad de una maniobra o se actúa con margen estrecho.
“El mar es selectivo. Tarda en reconocer el esfuerzo, pero castiga rápido la falta de preparación”.
Las investigaciones oficiales siguen su curso. Mientras tanto, la visión de este capitán ofrece una lección técnica y humana sobre lo que ocurre cuando el protocolo falla, la coordinación no es suficiente y el tiempo —como la corriente— juega en contra.
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