
Hace 80 años, la derrota de las Potencias del Eje sirvió para preservar la paz universal sobre la base de los principios de las Naciones Unidas: la igualdad soberana de los Estados, el arreglo pacífico de las controversias y la prohibición de la amenaza o el uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado.

La consagración de dichos principios fue posible gracias a la contribución de la inmensa mayoría de la humanidad desde todos los rincones del planeta. Pero, por estas fechas, hacia el 9 de mayo, veremos el foco sobre la actual Rusia de Putin, que se ha apropiado de la historia del Ejército rojo, el cual, en su mayoría, estaba compuesto por otros pueblos soviéticos distintos del ruso.
De hecho, aquella visión solo enfoca el período de tiempo entre junio de 1941 y mayo de 1945, llamado por ellos “Gran Guerra Patria”. Los ucranianos, en cambio, se vieron violentados ya en septiembre de 1939, cuando la Alemania nazi atacó a Polonia y la Unión Soviética contribuyó a la agresión atacando por el otro lado, anexionándose Ucrania occidental.
La colaboración nazi-soviética durante los dos primeros años de la Segunda Guerra Mundial fue pactada en agosto de 1939, en Moscú, por un acuerdo entre los jefes de la diplomacia rusa y alemana, Molotov y Ribbentrop, firmado en presencia de Stalin. El posterior reparto, en el mes de septiembre, de regiones ucranianas y bielorrusas que entonces formaban parte de Polonia, fue celebrado con desfiles conjunto entre la Wehrmacht y los soldados rusos. Acto seguido, Hitler y Stalin, a quienes dicho sea de paso también les unía su antisemitismo, procedieron al reparto de Europa que acordaron: mientras el primero fue a por Francia o Gran Bretaña, el segundo invadía Finlandia y los Países bálticos.

En efecto, en 1941, este idilio acabó frustrado por el incumplimiento alemán del pacto de no agresión. Y es a partir de entonces cuando se observa la difícil relación rusa con su propia historia, que oculta el relato sobre aquellos compatriotas que vieron en ello la oportunidad de poner fin al cruel y genocida régimen bolchevique. El mayor grupo nacional de colaboracionistas nazis en el campo de batalla y el mayor grupo nacional de colaboracionistas nazis como policía auxiliar a la Gestapo y a las SS fueron los rusos. Por poner un ejemplo bélico, mientras más de 70.000 soldados estadounidenses desembarcaban en Normandía para abrir un segundo frente occidental contra los nazis, en 1944, el Ejército de Liberación Ruso a las órdenes del general Vlasov apoyaba a los nazis en el frente oriental con hasta 120.000 hombres.
Fuera de Europa, recordar el final de la guerra en mayo no tiene sentido. Las batallas por imponer la paz, incluyendo las libradas heroicamente por México, continuaron en el frente del Pacífico hasta septiembre de 1945.
En Ucrania, las jornadas del 8 y 9 de mayo son sobre memoria, recordando a las víctimas, y sobre reconciliación, un presupuesto fundamental para hablar de aquella guerra. Al mismo tiempo, estamos orgullosos de la victoria sobre el nazismo porque la consideramos propia. Mi nación fue uno de los pueblos más afectados por la contienda, además de conformar el grueso de la fuerza de combate del Ejército rojo y de su mando, con un total de hasta 7.000.000 de efectivos ucranianos, además de otros 250.000 que formaron parte de fuerzas armadas aliadas.
Este sacrifico global nos brindó una paz que la Rusia de Putin ha destruido.
Cuenta muy bien el historiador Yehor Brailian al recordar que, “en la guerra híbrida que Rusia libra no sólo contra Ucrania sino también contra Europa, la historia sigue siendo un método probado de influencia informativa, por lo que vale la pena evaluar más profundamente las acciones de Moscú y combatirlas con el pensamiento crítico y los hechos históricos”.
Personalmente, me repugna observar cómo el putinismo subvierte la memoria histórica sobre la Segunda Guerra Mundial y tergiversa determinados símbolos para crecerse en su belicismo. Ver cómo resulta compartido por algunos en Centroamérica, me entristece, porque finalmente sirve de aliento a la actual invasión que sufre mi país.
No se debe tolerar, pues, como diría el presidente Lázaro Cárdenas, se trata de “nuevos atropellos cometidos por el imperialismo militarista”.
Oksana Dramaretska
Embajadora de Ucrania en México
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