En la naturaleza no resulta extraño que algunas especies adopten a crías ajenas, incluso cuando no pertenecen a la misma especie. Este tipo de comportamiento, ampliamente documentado entre animales como primates, leones, perros, roedores y otros suele estar motivado por un instinto de cuidado, empatía o simplemente por una estrategia adaptativa dentro de sus dinámicas sociales.
Las hembras, en particular, suelen ser las protagonistas de estos actos altruistas, asumiendo el cuidado de crías abandonadas, heridas o huérfanas, en ocasiones como extensión del rol materno o por causas sociales dentro del grupo.
Sin embargo, recientes hallazgos científicos muestran que algunos monos capuchinos machos están “adoptando a la fuerza” a las crías de otros primates. Según un nuevo estudio liderado por el Instituto Max Planck de Comportamiento Animal (MPI-AB), en colaboración con el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI), este comportamiento sin precedentes se documentó en un grupo de monos capuchinos de cara blanca (Cebus capucinus imitator) y podría estar impulsado por “no tener nada qué hacer”.
Monos que secuestran bebés

El origen de esta investigación se remonta a abril de 2022, cuando la investigadora Zoë Goldsborough, estudiante doctoral en el MPI-AB, identificó un hecho que le resultó desconcertante: un joven mono capuchino transportaba en su espalda a una cría de mono aullador. Inicialmente, la escena fue interpretada como un posible acto de adopción, una suposición razonable ante la existencia documentada de comportamientos similares entre algunas especies. No obstante, un detalle llamó profundamente la atención del equipo: el hecho de que fuera un macho el responsable exclusivo del transporte del bebé, lo cual contradecía los patrones típicos de cuidado adoptivo en el mundo animal.
Intrigadas por el hallazgo, Goldsborough y su asesora la doctora Meg Crofoot decidieron revisar el archivo visual recopilado desde 2017 por más de 100 cámaras trampa distribuidas a lo largo de la isla Jicarón, un entorno natural controlado y deshabitado situado a unos 55 kilómetros de la costa pacífica panameña. El análisis meticuloso de las grabaciones permitió reconstruir una línea de tiempo del comportamiento anómalo y detectar múltiples episodios de secuestro protagonizados, en primera instancia, por un joven capuchino a quien apodaron “Joker” (por una cicatriz que tiene en la boca).
Las primeras evidencias indican que la conducta emergió el 26 de enero de 2022 y que en los años anteriores no se había documentado nada similar. Aunque durante algunos meses pareció tratarse de un evento aislado, las grabaciones posteriores revelaron que otros individuos del grupo, también machos juveniles, comenzaron a imitar la conducta de Joker. Entre septiembre de 2022 y julio de 2023, al menos 10 crías de mono aullador fueron capturadas y transportadas por los capuchinos, en todos los casos contra su voluntad.
Lejos de tratarse de adopciones, los registros visuales y auditivos revelaron detalles inquietantes. Las crías secuestradas emitían constantemente llamados de auxilio, que eran respondidos por sus madres a distancia. Cada intento de escape de los pequeños era frustrado por los capuchinos mediante actos de violencia, como mordidas o golpes. Las consecuencias de estos episodios fueron trágicas, pues ninguno de los bebés sobrevivió más de unos pocos días tras su secuestro.
Las autoras del estudio, desconcertadas ante la falta de beneficios aparentes para los capuchinos, plantean que este comportamiento no responde a ninguna lógica evolutiva conocida, ni se vincula con patrones de competencia inter-específica. Más bien, la ausencia de depredadores en la isla, la disponibilidad de alimento y la escasa competencia por recursos entre ambas especies dificultan aún más cualquier interpretación funcional del fenómeno.
¿Motivados por el aburrimiento?
La hipótesis principal del estudio es que este comportamiento podría estar motivado por el aburrimiento. Aunque en apariencia pueda parecer una explicación antropomorfizada, diversos estudios ya consideran el aburrimiento como un estado emocional posible en especies de alta cognición, como los primates, los elefantes o ciertos cetáceos.
En el caso de los monos capuchinos de Jicarón, el contexto ecológico particular de la isla parece haber creado las condiciones perfectas para la aparición de conductas socialmente aprendidas, sin una finalidad adaptativa evidente. Meg Crofoot, también directora del MPI-AB, sostiene que el grupo de capuchinos observados vive en un entorno privilegiado, sin amenazas externas significativas, con recursos abundantes y sin competencia directa con los monos aulladores, debido a sus dietas diferenciadas.
“La supervivencia parece fácil en Jicarón. No hay depredadores y pocos competidores, lo que les da a los capuchinos mucho tiempo y poco qué hacer. Parece que esta vida ‘lujosa’ preparó el escenario para que estos animales sociales fueran innovadores”, afirmó Crofoot en un video del Instituto publicado en YouTube.
Los mismos capuchinos que hoy protagonizan esta inquietante conducta también fueron objeto de estudio en 2018 por su capacidad para utilizar herramientas de piedra como martillos y yunques, una habilidad que antes solo se documentó en los grandes simios, macacos y capuchinos robustos del género Sapajus. En Jicarón, sin embargo, los monos de la especie Cebus capucinus imitator fueron los primeros de su tipo en ser observados rompiendo frutos duros, conchas marinas o cangrejos utilizando piedras.

El investigador Brendan J. Barrett, también del MPI-AB y codirector de la tesis de Goldsborough, fue uno de los autores del estudio sobre el uso de herramientas. Para él, la relación entre la conducta de secuestro y la manipulación de objetos podría no ser mera coincidencia, sino que ambas podrían formar parte de un conjunto más amplio de innovaciones culturales impulsadas por la falta de estímulos y el exceso de tiempo libre en un entorno sin retos significativos.
“Estudiar cómo estos capuchinos se comparan con los continentales puede darnos una gran comprensión de cómo la ecología de las islas afecta el comportamiento social, la transmisión cultural y la adaptación a los ecosistemas desafiantes”, explicó Barrett.
En este sentido, las científicas consideran que el secuestro de crías podría haberse originado como una “moda cultural” dentro del grupo juvenil de machos. El hecho de que el comportamiento surgiera en un individuo y luego fuera imitado por otros propone una transmisión social, similar a lo que ocurre con las tradiciones culturales humanas.
El equipo investigador no ha propuesto aún intervenciones directas sobre la población de la isla. Su objetivo principal sigue siendo el monitoreo continuo y la documentación rigurosa del fenómeno. Sin embargo, el hecho de que ninguna de las crías secuestradas haya sobrevivido, sumado al carácter aparentemente recreativo del comportamiento, genera preocupación entre la comunidad científica.
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