
Hay algo profundamente extraño en volver a Persona 3. Ese primer disparo a la cabeza (literal y simbólico) sigue teniendo fuerza. Yukari temblando con la pistola en la mano marca el tono de un juego que nunca tuvo miedo de hablar de la muerte, el miedo y lo que se siente estar vivo solo a medias. En 2024, Persona 3 Reload no solo trajo de vuelta esa escena: la recontextualiza con una nueva mirada, visualmente deslumbrante, pero también con una mochila de decisiones que hacen ruido. Y ahora, la lleva a una plataforma más: Nintendo Switch 2.
Porque sí, Persona 3 Reload es mucho más que un simple lavado de cara. Es el intento de Atlus por reimaginar la entrada más melancólica de la saga con los estándares modernos de Persona 5 Royal: animaciones fluidas, presentación impecable, menús estilizados hasta el extremo, y un sistema de combate que mantiene ese equilibrio entre lo táctico y lo adrenalínico. Todo eso está. Pero también hay ausencias.

Lo que revive y lo que se queda atrás
El remake reconstruye la historia base del Persona 3 original, pero deja fuera dos piezas que muchos fans consideran parte de su identidad: The Answer (de Persona 3 FES) y la ruta de protagonista femenina de Portable. Atlus intenta compensar parcialmente la falta de The Answer con Episode Aigis como DLC, un añadido que amplía el final, pero no alcanza para cerrar del todo la herida.
Aun así, el corazón del juego late fuerte. Seguimos en Tatsumi Port Island, con el protagonista recién llegado a la secundaria Gekkoukan y ese extraño fenómeno nocturno: la Dark Hour, ese espacio entre el ayer y el hoy donde la ciudad se congela, las personas se transforman en ataúdes y criaturas sombrías, los Shadows, deambulan bajo una luna verde.
Ahí entra en juego el S.E.E.S., ese grupo de adolescentes que enfrenta sus traumas (y los demonios ajenos) invocando Personas con un disparo simbólico a la sien. Es un concepto que, por más veces que se haya visto, sigue teniendo potencia.

La vida entre la escuela y la muerte
Una de las virtudes de Persona 3 Reload es cómo mantiene intacto ese ritmo diario que tanto define a la saga. Por el día, estudiás, trabajás, o pasás tiempo con tus compañeros; por la noche, escalás el laberinto infinito del Tartarus. Cada decisión avanza el calendario, cada vínculo fortalece tus poderes. Ese loop (tan simple, tan absorbente) sigue siendo una de las fórmulas más efectivas que Atlus haya diseñado.
El elenco también brilla más que nunca. Junpei con su humor torpe, Mitsuru con su seriedad elegante, Yukari con su vulnerabilidad a flor de piel. Las nuevas actuaciones (en inglés y japonés) les dan una calidez que el original apenas insinuaba. El nuevo apartado visual los hace sentirse más humanos, menos caricaturas.
Y, por supuesto, la música. Ese soundtrack remezclado (que mezcla hip-hop, soul y esa melancolía que solo Persona 3 tiene) suena igual de adictivo que en 2006, pero ahora con una producción que lo hace vibrar. Es imposible no tararear el tema del colegio después de unas horas.

Tartarus, rediseñado pero igual de infinito
Tartarus sigue siendo Tartarus: un monstruo de 200 pisos con pasillos generados al azar, combates por turnos y una sensación de avance constante. Pero ahora las batallas se sienten más ágiles, con animaciones más limpias y una interfaz que destila estilo. Explorar sigue siendo una mezcla entre monotonía y trance: repetitivo, sí, pero hipnótico.
El sistema de combate conserva su núcleo: encontrar las debilidades del enemigo, encadenar ataques, y cerrar con ese glorioso “All-Out Attack” que convierte el campo de batalla en una nube de caos. Es un esquema conocido, pero sigue funcionando.

Y entonces llegó el port a Nintendo Switch 2
Ahí es donde la historia se complica. Lo que debería haber sido la versión más accesible y natural (la posibilidad de llevar Persona 3 Reload a todos lados) termina siendo la más problemática.
Visualmente, el juego luce increíble en la pantalla de Nintendo Switch 2: colores nítidos, iluminación cuidada, texturas limpias. Pero basta mover la cámara unos segundos en el aula o en Tartarus para notar algo fuera de lugar. El frame pacing tiene problemas. La fluidez se pierde, los movimientos se sienten irregulares, el control responde con un leve retraso. Y aunque los JRPGs por turnos no dependen de la precisión al milisegundo, esa sensación de tironeo constante termina afectando la experiencia.
No es cuestión de exigencia técnica: Persona 3 Reload no es un juego que exprima el hardware, y sin embargo corre a 30fps mal implementados. En modo portátil, la cosa se agrava. La cámara se mueve con torpeza, los tiempos de carga se alargan, y la sensación general es la de un remake que no encuentra su ritmo en una consola que debería quedarle perfecto.
Además, en este lanzamiento Atlus vuelve a repetir el mismo error de siempre: este juego que ya se acerca a su segundo aniversario se vende a precio completo y no incluye ninguno de los DLC. Episode Aigis es la ausencia más importante, pero de mínima podrían haberse sumado sin costo alguno los trajes extra de DLC que recibieron las otras consolas, para compensar la espera.

Un remake brillante en un envase tambaleante
Persona 3 Reload es, sin duda, la forma más completa y estilizada de revivir una historia que sigue siendo tan potente como deprimente, en el buen sentido. Es un juego sobre enfrentar la muerte cada día, pero también sobre encontrarle sentido a lo cotidiano: los cafés compartidos, las tardes de estudio, las promesas entre amigos que quizás no lleguen al final del semestre.
Es el regreso de un clásico que, por momentos, se siente más vivo que nunca, salvo en la consola donde debería brillar más. En Nintendo Switch 2, el remake pierde ritmo a nivel técnico, se tropieza con su propio paso y no logra alcanzar la armonía entre forma y fondo.
Aun así, es imposible negar su magnetismo. La música, el tono, los personajes, todo respira una identidad que Atlus no ha podido replicar del todo en entregas posteriores. Persona 3 Reload no es la versión definitiva (sigue estando ausente la protagonista femenina de Persona 3 Portable), pero sí la más emocional. La que entiende que, a veces, crecer también es aceptar que nada -ni siquiera un remake- puede revivir el pasado tal como lo recordabas.
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