
En la tarde del 25 de septiembre de 1937, Charles Sherman Ross conducía su auto por una ruta cercana a Chicago, acompañado de una amiga de toda la vida. Al percibir las luces de un vehículo que lo seguía persistentemente, decidió detenerse a un costado del camino. Esa pausa marcó el inicio de una pesadilla: dos hombres armados lo interceptaron, lo obligaron a cambiar de coche y lo llevaron por la fuerza hacia un destino desconocido.
Según las comunicaciones registradas y el seguimiento del caso, Seadlund y Gray trasladaron a Ross a un escondite en Minnesota y luego iniciaron las exigencias de rescate. De acuerdo con documentos oficiales, el pago de USD 50.000 se realizó el 8 de octubre de 1937. El intercambio incluyó instrucciones precisas para la entrega y anuncios codificados en periódicos de Chicago. Ross fue asesinado dos días después durante una disputa entre los secuestradores.
Las autoridades federales comenzaron a rastrear los billetes marcados, alertando a bancos y comercios de todo el país. De acuerdo con los registros del FBI, Seadlund se desplazó por varias ciudades después del crimen. Los agentes detectaron movimiento del dinero en distintas localidades de Estados Unidos, lo que permitió acotar la búsqueda.

La caída de Seadlund y la recuperación del dinero del rescate
La detención de John Henry Seadlund ocurrió el 14 de enero de 1938 en el hipódromo de Santa Anita, en Los Ángeles. Según los informes oficiales, el FBI consiguió localizarlo gracias a la pista de los billetes del rescate, que Seadlund usó para apostar. Los agentes, encubiertos como empleados del hipódromo, confirmaron la procedencia del dinero y lograron su captura sin incidentes.
El interrogatorio a Seadlund, bajo la supervisión directa del director del FBI, J. Edgar Hoover, derivó en una confesión completa. Durante la investigación, el secuestrador precisó los escondites donde había ocultado dinero y cuerpos. Según la documentación judicial, agentes federales recuperaron más de USD 47.000 y hallaron los restos de Ross y Gray en una cueva oculta en Wisconsin.
La investigación se extendió por diversos estados y requirió estrategias novedosas, como la vigilancia de apuestas y el análisis de series de billetes. Según las crónicas periodísticas de la época, la cobertura del caso traspasó fronteras y consolidó la imagen del FBI como una agencia moderna, capaz de gestionar recursos científicos y coordinar operativos a gran escala.

El juicio y la ejecución de John Henry Seadlund
De acuerdo con los expedientes judiciales, Seadlund afrontó el cargo federal de secuestro y asesinato. El tribunal de Chicago recibió una declaración de culpabilidad y, el 19 de marzo de 1938, dictó la pena de muerte. Tras agotar las instancias de apelación, el acusado fue ejecutado en la silla eléctrica la madrugada del 14 de julio de 1938, justo trece días antes de cumplir 28 años.
La familia Ross y la sociedad estadounidense siguieron el proceso con atención, ya que el caso ejemplificó los riesgos y la brutalidad de los secuestros por dinero. Las autoridades destacaron la importancia de la coordinación entre agencias y el rol clave de la tecnología en las pesquisas. Según los antecedentes oficiales, la localización de los cuerpos permitió cerrar el ciclo judicial y devolver parte del dinero a la familia afectada.

El impacto del caso Ross en la historia del crimen
El caso Ross cambió la perspectiva sobre la seguridad de los empresarios adinerados en Estados Unidos. La sofisticación de los métodos criminales y la violencia del desenlace mostraron la necesidad de mecanismos preventivos más robustos. Además, el episodio puso en evidencia la vulnerabilidad de las víctimas ante bandas organizadas y la facilidad con la que los delincuentes podían desplazarse entre estados antes del perfeccionamiento de los sistemas federales de seguimiento.
La historia de John Henry Seadlund reflejó el tránsito de un hombre de orígenes modestos hacia el delito, influido por contactos con figuras del crimen. Su carrera incluyó robos y estafas, hasta culminar en el secuestro de Ross, acción que consideró su “crimen perfecto”, según consta en sus propias declaraciones. Sin embargo, la atención que despertó el caso y la respuesta de las fuerzas policiales confirmaron lo contrario.
La ejecución de Seadlund cerró un capítulo en la lucha contra los delitos de secuestro y sentó un precedente legal para futuras investigaciones. La prensa y los organismos federales destacaron la recuperación del dinero y la rápida identificación de los responsables como un logro de la justicia. El secuestro y asesinato de Charles S. Ross continúa como referencia en la historia criminal y judicial de Estados Unidos, ilustrando el costo humano y social de los delitos por rescate.
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