
El 16 de octubre de 1846 quedó grabado como el día en que, por primera vez, un paciente fue sometido a una cirugía sin experimentar dolor, gracias al uso de éter como anestésico en el Hospital General de Massachusetts de Boston.
Bajo la acción coordinada del odontólogo William Morton y el cirujano John Warren, la cirugía abandonó su imagen de procedimiento temido y excepcional para transformarse en una práctica más segura y habitual.
La operación tuvo lugar en el anfiteatro quirúrgico del hospital, hoy conocido como el Ether Dome, convertido en sitio histórico y símbolo del nacimiento de la anestesia moderna. A partir de aquel día, fue posible alcanzar intervenciones cada vez más complejas y precisas.

Sin embargo, las raíces de la anestesia son mucho más profundas: muchas culturas anteriores ya procuraban aliviar el sufrimiento durante las operaciones, según relata National Geographic.
El largo camino hacia la insensibilidad al dolor
El uso de sustancias para mitigar el dolor en procedimientos médicos tiene antecedentes en la antigüedad. En Mesopotamia, China, India y el mundo árabe se empleaban hierbas, bebidas y compuestos como el cannabis y el opio para inducir estados de insensibilidad.
Manuscritos árabes y textos como los Vedas dan cuenta de métodos que permitían realizar cirugías menos dolorosas, lo que demuestra un desarrollo diverso y simultáneo de técnicas anestésicas en varias civilizaciones, según la Federación Mundial de Sociedades de Anestesiólogos (WFSA), citada por National Geographic.

En Japón, Seishu Hanaoka consiguió a comienzos del siglo XIX un anestésico oral de base vegetal que posibilitó operaciones complejas sin dolor, una solución vigente durante décadas hasta la llegada de los métodos occidentales.
La revolución del éter y la profesionalización de la cirugía
El verdadero punto de quiebre en Occidente llegó en 1846, cuando Morton y Warren realizaron la primera demostración pública de anestesia con éter en Boston, interviniendo un tumor bajo la mandíbula de Gilbert Abbott.
Antes de ese éxito, otros intentos habían allanado el camino: el odontólogo Horace Wells había probado el uso del óxido nitroso en 1844, aunque su demostración pública fracasó. Morton, su antiguo colega, retomó la idea y logró perfeccionarla dos años después.

El logro del éter se expandió rápidamente, en parte gracias a una carta del cirujano Jacob Bigelow enviada a Londres, lo que aceleró la adopción de la técnica en Europa. Apenas dos meses después, el éter comenzó a utilizarse en otras ciudades para amputaciones y extracciones dentales, según la WFSA.
Antes de la anestesia, la cirugía se consideraba un último recurso, restringida a casos extremos y limitada a procedimientos superficiales. Los pacientes debían ser inmovilizados y soportar dolores insoportables, lo que a menudo generaba traumas graves o incluso la muerte.
La llegada de la anestesia modificó este escenario: permitió acceder a regiones del cuerpo inexploradas —abdomen, tórax o cráneo— y transformó la cirugía en un procedimiento más seguro y efectivo.
Innovaciones y avances: del éter a la anestesia moderna
Desde el éxito inicial del éter, comenzó la búsqueda de anestésicos más potentes y seguros. En 1847, el médico escocés James Simpson introdujo el uso del cloroformo, que aportaba eficacia pero implicaba riesgos importantes.

Luego, aparecieron anestésicos locales como la cocaína (en 1877, actualmente establecida como una sustancia ilícita) y técnicas como la anestesia espinal y epidural. En las décadas de 1940 y 1950, la inclusión de relajantes musculares como el curare brindó a los equipos quirúrgicos mayor control durante las intervenciones, según la WFSA.
El perfeccionamiento técnico incorporó el uso de tubos traqueales para gestionar la vía aérea y la administración de nuevos fármacos intravenosos e inhalatorios, lo que amplió el espectro de intervenciones y mejoró drásticamente la seguridad del paciente.
Actualmente, existen tres tipos principales de anestesia, según National Geographic, cada uno adecuado al paciente y al procedimiento.
- Anestesia local: adormece un área reducida del cuerpo, ideal para extracciones dentales o suturas menores, con el paciente consciente.
- Anestesia regional: afecta zonas más extensas, como un brazo, una pierna o la parte inferior del cuerpo; se utiliza frecuentemente en partos, cesáreas y cirugías menores.
- Anestesia general: induce una inconsciencia total y se reserva para operaciones mayores, como cirugías cardíacas, cerebrales o trasplantes de órganos.

La elección del tipo de anestesia depende de la complejidad del procedimiento y de la condición del paciente. El objetivo central sigue siendo garantizar la seguridad y el bienestar durante toda la intervención.
Hoy, la anestesia es una disciplina médica altamente especializada, con monitoreo constante y precisión en la dosificación que permite adaptar el nivel de inconsciencia y analgesia a cada persona. Lo que comenzó como un experimento en un anfiteatro de Boston en 1846 cambió para siempre la medicina y la relación del ser humano con el dolor.
La “era del bisturí despierto” quedó atrás. Bajo una nube de éter, la humanidad dio aquel día el primer paso hacia una cirugía moderna, más segura, más precisa y, por primera vez, sin dolor.
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