
En 1966, Richard Speck irrumpió en una residencia de enfermeras en Chicago y desató una masacre que se transformó en una de las páginas más negras del crimen en Estados Unidos. Décadas después, su historia vuelve al centro de la escena, esta vez como personaje en Monstruo: la historia de Ed Gein, la serie de Netflix que revive los relatos más perturbadores de la historia criminal norteamericana.
La irrupción de Richard Speck en Monster: entre la realidad y la ficción
En un capítulo de la serie, Speck aparece caracterizado por Tobias Jelinek como un prisionero obsesionado con Ed Gein, a quien le escribe cartas y declara su admiración. La serie utiliza este encuentro imaginario como un recurso dramático para enfatizar la atmosfera enfermiza donde los criminales reales y ficticios parecen reconocerse e influenciarse, arrojando al espectador a un universo donde el horror trasciende el expediente policial.
Aunque no existe evidencia de que Speck y Gein hayan tenido algún tipo de correspondencia en la vida real, la serie reinterpreta la figura del “Hombre Pájaro” y la ubica como un engranaje más en esa sucesión de nombres que representan el costado más siniestro de la historia estadounidense.

La noche que marcó a Chicago: el crimen que conmocionó al país
La crónica de aquel verano de 1966 fue relatada por medios como Chicago Tribune y People, que coinciden en describir la magnitud del espanto vivido en la residencia. En plena ola de calor, Speck ingresó por la puerta trasera forzada, empuñando un arma y un cuchillo de gran tamaño. Uno a uno, despertó y redujo a las ocho jóvenes –la mayoría inmigrantes filipinas que cursaban un perfeccionamiento profesional–, atándolas con tiras de sábanas.
Las víctimas, identificadas como Gloria Davy, Suzanne Farris, Mary Ann Jordan, Patricia Matusek, Nina Schmale, Pamela Wilkenning, Merlita Gargullo y Valentina Pasion, soportaron horas de tortura y abuso sexual mientras el atacante se paseaba por la residencia. Corazón Amurao, escapó escondiéndose debajo de la cama hasta la madrugada.
El método fue perverso: se llevaba una por una a distintas habitaciones antes de matarlas, estrangulándolas, apuñalándolas y, según reconstruyó People, ensañándose con una frialdad incomprensible. Amurao, testigo clave y única sobreviviente, logró identificar a Speck ante la policía gracias al tatuaje en su antebrazo izquierdo, donde podía leerse: “Born to Raise Hell” (Nacido para desatar el infierno).
Las pruebas contra Speck fueron abrumadoras. Después del crimen intentó suicidarse, fue atendido por un médico que reconoció el tatuaje y dio aviso. Así se desencadenó una de las detenciones más resonantes del siglo. Para entonces, Chicago ya sentía el peso de la tragedia y la prensa nacional advertía un antes y después en la percepción social de la seguridad y la violencia urbana.

El asesino “nacido para desatar el Infierno”: la vida de Richard Speck
La historia personal de Richard Benjamin Speck acumula elementos de abandono, violencia y deriva. Nacido en Illinois en 1941, séptimo de ocho hermanos, perdió a su padre siendo niño y creció bajó el yugo de un padrastro violento. Dejó la escuela apenas iniciado el secundario, cayó en el alcoholismo a los 13 y, para los 24, acumulaba casi 40 antecedentes entre robos, peleas y falsificaciones. Su pasado de lesiones en la cabeza y diversos cuadros médicos, que su defensa intentó esgrimir luego en el juicio, no le impidieron desarrollar un patrón constante de conductas violentas.
Casado siendo prácticamente un adolescente, abandonó a su familia y deambuló entre trabajos precarios, hoteles y bares. En los días previos al crimen, buscaba embarcarse como marinero en la zona portuaria, sin éxito. La noche del 13 de julio, impulsado por el alcohol y una cuota de sadismo, irrumpió en la residencia, como detallaron Sun Times y People.
Juicio, condena y los años finales
El juicio fue un espectáculo tenso y mediático. Speck jamás reconoció su autoría; repitió durante meses un constante “no recuerdo, no recuerdo”, obligando a su defensa a apoyarse en informes médicos y peritajes psiquiátricos.

El jurado, sin embargo, tardó solo 49 minutos en declararlo culpable, respaldo fundamentalmente por la identificación realizada por Amurao y la acumulación de pruebas irrefutables, según reveló Chicago Tribune. El juez Herbert Paschen lo condenó a morir en la silla eléctrica, aunque una moratoria federal sobre las ejecuciones —impulsada por la Corte Suprema en 1972— transformó su condena en cuatro penas consecutivas de entre 50 y 150 años de prisión.
En la cárcel de Stateville, Speck obtuvo el apodo de “Hombre Pájaro” cuando un guardia le prohibió quedarse con un gorrión que había rescatado y él, en un gesto escalofriante, lo arrojó a un ventilador afirmando: “Si no puedo tenerlo, nadie podrá”, según recordó el criminólogo John E. Douglas. Su vida tras las rejas incluyó intentos de condicionar su imagen pública, videos clandestinos donde se jactaba de sus crímenes y consumía drogas frente a otros presos, y una entrevista en 1978 en la que finalmente confesó todo.
Speck pasó el resto de sus días tras las rejas, envuelto en el oscurantismo que la serie volvió a poner bajo el foco. Murió de un ataque cardíaco el 5 de diciembre de 1991, un día antes de cumplir 50 años, y su historia, lejos de buscar redención, sigue resonando como ejemplo extremo del horror que puede dejar una sola noche.
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