
La historia de Ann y John Bender comenzó como un retiro soñado en la selva de Costa Rica en 2001, pero, casi 10 años después, terminó marcada por tragedia, sospechas y un extenso drama judicial que atrajo atención internacional.
La pareja, multimillonaria y excéntrica, eligió el país centroamericano como refugio lejos del bullicio financiero, pero su paraíso privado terminó siendo el escenario de una muerte misteriosa y una interminable batalla legal.
La vida de John Bender antes del paraíso
Antes de llegar a Costa Rica, John Bender tenía una historia digna de un prodigio financiero. Nacido en una familia de clase media en Estados Unidos, desde joven demostró una habilidad extraordinaria para las matemáticas y la estadística.
Su temprano interés por los números lo llevó a estudiar en la Universidad de Princeton, uno de los centros más exigentes del país. Allí se conectó con el mundo de las finanzas cuantitativas y, tras graduarse, comenzó a trabajar en fondos de inversión donde destacó por su capacidad de prever tendencias y crear modelos predictivos.
La fortuna de John creció rápidamente. A los 26 años ya gestionaba un fondo propio en Wall Street, donde ganó reputación por sus apuestas audaces y su carácter reservado. La presión y la competencia, sin embargo, fueron dejando rastros en su salud mental.
Según CBS News, a pesar de su éxito financiero, John buscaba escapar de ese entorno porque sentía que el dinero no era suficiente para llenar su vida. Fue entonces cuando conoció a Ann, una mujer de origen brasileño. Juntos, compartirían la decisión de buscar un destino diferente y una existencia más conectada con la naturaleza.

Boracayan: lujo, arte y aislamiento en la selva
En 2001, Bender y Ann dejaron atrás la vida urbana y eligieron una apartada región montañosa en La Florida de Barú, al suroeste de Costa Rica, para construir un refugio a su medida. Destinaron cerca de USD 10 millones a la compra de 2.000 hectáreas de selva virgen, según detalló CBS News. Allí nació Boracayan, una extravagante mansión circular de cuatro pisos y casi 5.000 metros cuadrados, sin muros exteriores y rodeada de estanques, jardines y su propia reserva privada.
Boracayan fue concebida como un santuario para la naturaleza y un homenaje al arte. La pareja coleccionaba miles de piezas de joyería, mientras la propiedad se llenaba de monos, perezosos, guacamayos y especies vegetales raras. Como describió Outside, el lugar era exclusivo, sofisticado y cada vez más cerrado al mundo exterior. La idea de crear un paraíso personal pronto se vio amenazada por los problemas de salud mental y el creciente aislamiento de sus dueños.

Aislamiento, paranoia y declive
La convivencia en Boracayan, que en un inicio parecía idílica, se tornó cada vez más difícil. Ambos arrastraban antecedentes de trastornos bipolares y depresivos, que se profundizaron ante la falta de contacto con el entorno. El rechazo de algunos vecinos y la sospecha constante de amenazas externaron el miedo de la pareja.
Según Outside, en 2001, policías de civil detuvieron a John para entregarle una citación judicial por un tema financiero en Estados Unidos. Ese episodio marcó un antes y un después: reforzaron sus sistemas de seguridad, contrataron guardias armados y limitaron completamente su vida social.
El progresivo aislamiento agravó los problemas físicos y emocionales de ambos, especialmente de Ann. Ella perdió peso hasta caer en la desnutrición, desarrolló infecciones y dependía de medicamentos experimentales.
Según testimonios recogidos por CBS News, John vivía acosado por la culpa y la angustia, convencido de que era responsable del sufrimiento de su esposa.

La noche trágica y el misterio nunca resuelto
El 7 de enero de 2010, la vida en Boracayan dio un giro fatal. Ann describió que John había llevado una pistola a la cama y que, tras un forcejeo para arrebatarle el arma, se produjo un disparo mortal. Ann, en estado de shock, utilizó la radio para pedir ayuda y fue encontrada por el guardia de seguridad Oswaldo Aguilar, arrodillada junto al cuerpo de John y repitiendo: “Intenté detenerlo, pero no pude”, según reconstruyó CBS News.
La investigación planteó numerosas dudas. El disparo ingresó por el lado derecho de la cabeza de John, a pesar de que era zurdo; la ubicación del arma y el casquillo no coincidían con un típico suicidio.
Además, la policía halló más de 3.000 joyas —gran parte sin documentación legal— valoradas en cifras que iban de 15 millones a 20 millones de dólares, lo que abrió la hipótesis de un móvil económico y la sospecha de contrabando, de acuerdo a Outside. Ann defendió la legitimidad de su colección y negó cualquier vínculo con actividades ilícitas o motivaciones económicas.

Juicios, teorías y exoneración
La muerte de John Bender desencadenó un proceso judicial de casi 10 años, repletos de giros mediáticos. Ann fue hospitalizada durante meses en estado crítico, bajo tratamiento psiquiátrico y físico.
Cuando creyó estar a salvo por su situación sanitaria, fue arrestada en agosto de 2011 y enfrentó cargos de homicidio y, poco después, de contrabando de joyas. Además, denunció al fiduciario Juan de Dios Álvarez por supuesta malversación del fideicomiso de Boracayan, según CBS News.
El caso atravesó tres juicios. En 2013, Ann fue absuelta por falta de pruebas concluyentes. En el segundo juicio, en 2014, fue condenada a 22 años de prisión; pasó nueve meses detenida hasta que una nueva apelación anuló el veredicto y llevó el caso a una tercera instancia.
El último debate fue clave: los forenses holandeses Selma y Richard Eikelenboom declararon que la evidencia física, desde la trayectoria balística hasta los rastros de sangre, se ajustaba más a la hipótesis de suicidio que de homicidio premeditado.
La absolución y el destino de Boracayan
Finalmente, tras años de exposición mediática y drama judicial, Ann Bender fue absuelta en el tercer juicio. “El mundo me cree, finalmente”, declaró tras conocer la sentencia, según difundió CBS News.
Al recuperar su pasaporte, abandonó Costa Rica y se radicó en Estados Unidos, donde decidió empezar de nuevo lejos de todo lo que ese “paraíso” representó en su vida.
Boracayan es ahora un símbolo de un sueño multimillonario que terminó en ruina y de una verdad que, a pesar de los juicios y del tiempo, sigue escurriéndose entre secretos y silencios. Así, la mansión de John y Ann permanece, más que como refugio de lujo, como escenario de uno de los misterios más perturbadores de la selva costarricense.
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