
Tanto en la vida real como en las películas se visten de oscuro y tienen lentes negros. Los hombres de saco y corbata y las mujeres de tailleur. Tienen intercomunicadores a la vista y armas ocultas. Son los agentes del Servicio Secreto de los Estados Unidos, que, entre otras misiones tienen la de proteger a los presidentes de ese país. Tanto en la vida real como en las películas.
El Servicio Secreto de los Estados Unidos fue creado en 1865, inicialmente con el objetivo de combatir la falsificación de moneda, un delito que en ese momento -luego de la Guerra Civil- representaba más de un tercio del dinero en circulación. En un país en plena reconstrucción y con una estructura financiera frágil, esa epidemia de falsificaciones representaba un peligro estructural.

El Departamento del Tesoro creó una agencia dedicada exclusivamente a combatir ese flagelo: la División del Servicio Secreto, con William P. Wood como primer director. Su misión inicial era clara: proteger la integridad de la moneda estadounidense, identificar y desmantelar redes de falsificadores, y llevar a sus responsables ante la justicia. La fundación del Servicio Secreto fue el 5 de julio de 1865. Hace 160 años.
Con el paso del tiempo, y a medida que las organizaciones de falsificadores eran desactivadas, la agencia expandió su campo de acción. Incorporó la lucha contra otros delitos federales, como el contrabando o el robo de correspondencia.

Durante sus primeras décadas de funcionamiento, el Servicio Secreto se consolidó como una herramienta eficaz contra los crímenes que amenazaban la economía de Estados Unidos. Pero su evolución tomaría un rumbo inesperado tras un hecho que conmocionó a la opinión pública y modificó su razón de ser para siempre.
El punto de quiebre se produjo el 6 de septiembre de 1901. En la Exposición Panamericana, el presidente de Estados Unidos, William McKinley saludaba a una multitud cuando Leon Czolgosz, vinculado al anarquismo, se acercó y le disparó dos veces en el abdomen. El asesinato de McKinley puso de relieve la falta de un esquema de protección profesional para el Jefe de Estado.

Hasta entonces, la seguridad presidencial era dispersa, dependía de vigilantes o asistentes informales, y no había un protocolo unificado. Tras el magnicidio, el gobierno encomendó al Servicio Secreto la protección del presidente, su familia y las visitas oficiales extranjeras.
Aquella decisión redefinió el perfil del Servicio Secreto, que desde 2002 está bajo la órbita del Departamento de Seguridad Nacional. Aunque en 1908 se transfirieron muchas funciones financieras al recién creado Federal Bureau of Investigation (FBI), el Servicio Secreto continuó abordando delitos económicos y en la actualidad tiene un rol clave en la lucha contra la ciberdelincuencia.

A cargo del Servicio Secreto están la seguridad del presidente y el vicepresidente de Estados Unidos y sus familiares cercanos. También protege a ex mandatarios, sus cónyuges e hijos menores de 16 años. Y se encarga de cuidar a jefes de Estado extranjeros y sus parejas que realizan visitas oficiales a los Estados Unidos. También protege a los principales candidatos a presidente y vicepresidente y sus parejas en los 120 días previos a las elecciones.
La agencia también tiene la misión de custodiar los llamados “eventos nacionales de seguridad especial”. Esa calificación abarca desde: convenciones de partidos políticos, cumbres internacionales, tomas de posesión, funerales de Estado, discursos destacados e incluso espectáculos deportivos de gran magnitud, como el Super Bowl.

La cercanía con los protegidos genera una relación intensa, a veces de tensión. El presidente Theodore Roosevelt, el primero en recibir custodia oficial, evitaba a sus escoltas y escapaba por los jardines de la Casa Blanca. William Taft fue aún más audaz: en Navidad de 1911, junto a su esposa, eludió a los agentes durante una tormenta para visitar a unos amigos. Regresaron empapados pero felices.
Proteger al presidente de los Estados Unidos ha significado, en más de una ocasión, afrontar episodios traumáticos. El asesinato de John F. Kennedy marcó un hito en el funcionamiento del Servicio Secreto. A partir de entonces, el Servicio Secreto extendió su cobertura para incluir de por vida a la familia inmediata del presidente asesinado en Dallas, Texas, el 22 de noviembre de 1963.

Antes, en 1950, los independentistas puertorriqueños Óscar Collazo y Griselio Torresola intentaron matar al presidente Harry Truman. Fallaron, pero asesinaron al agente Leslie Coffelt, quien alcanzó a abatir a uno de los atacantes antes de morir. De ese modo se convirtió en primer agente del Servicio Secreto caído a balazos mientras custodiaba a un presidente. En 1902 había muerto el agente William Craig cuando un tranvía embistió al carruaje que transportaba al presidente Theodore Roosvelt.
Otro episodio clave fue el atentado a Ronald Reagan en 1981, cuando el atacante John Hinckley Jr. abrió fuego frente al Hotel Hilton en Washington. Reagan resultó herido en el pulmón, pero sobrevivió. Ha quedado fijada la imagen de los agentes del Servicio Secreto protegiendo a Reagan. Aquel hecho, en el que fue herido el agente John Hinckley, obviamente motivó reformas internas.

El 13 de julio de 2024, Donald Trump fue atacado durante un acto de campaña en Pensilvania. Un francotirador logró dispararle a quien sería electo presidente de Estados Unidos, desde una azotea, lo que puso al descubierto fallas en el sistema de protección.
Las imágenes del entonces candidato siendo evacuado de urgencia se difundieron de inmediato, pero también las críticas. Aquel fue el último llamado de atención grave que tuvo el Servicio Secreto, aunque el atacante fuera abatido.

Aquella agencia que surgió hace 160 años para combatir la falsificación de moneda se ha expandido: hoy tiene más de 8.000 empleados y distribuidos en las 150 oficinas que posee en Estados Unidos y en el mundo. También se ocupa de investigar intrusiones en Internet, estafas cibernéticas, robo de identidad, delitos contra menores en la web y por supuesto sus agentes cuidan a los presidentes de Estados Unidos, a los que llaman con nombres en clave: Bill Clinton fue “Eagle”, George W. Bush “Trailblazer”, Barack Obama “Renegade”, Donald Trump “Mogul” y Joe Biden “Celtic”.
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