
El 12 de julio de 1982, el cielo de Los Ángeles fue testigo de una escena tan insólita como histórica: un hombre ascendía a más de 4.876 metros de altura (16.000 pies) no en un avión, sino en una simple silla de jardín atada a 42 globos de helio.Lawrence Richard “Larry” Walters, un camionero con sueños de volar, se convirtió ese día en una leyenda de la aviación no convencional y en protagonista de una de las historias más sorprendentes recogidas por Guinness World Records. Su aventura, que comenzó como un experimento casero, terminó por desafiar las normas, asombrar a las autoridades y dejar un legado que hoy se exhibe en el Smithsonian de Washington D.C.
Los sueños y preparativos de Larry Walters: una vida marcada por el deseo de volar
Larry nació en Los Ángeles, California, y desde niño sintió una fascinación especial por el vuelo y los globos. Según relató en una entrevista recogida por el New Yorker y citada por Guinness World Records, su obsesión comenzó a los ocho o nueve años, cuando visitó Disney y quedó maravillado ante la visión de una multitud de globos Mickey Mouse. “Cuando vi todos esos globos, pensé: ‘¡Wow! Si tienes suficientes, te van a levantar’”, recordó Walters.

Desde adolescente, Walters se sintió fascinado por el vuelo, especialmente tras descubrir un globo meteorológico en una tienda militar. Aunque sus problemas de visión frustraron su sueño de ser piloto, no abandonó su pasión por el vuelo. Tras servir en Vietnam como cocinero y trabajar después como camionero, en 1972 tuvo una revelación: “Es ahora o nunca, tengo que hacerlo”. Esto lo impulsó a planificar meticulosamente su famoso vuelo con globos, convencido de su viabilidad.
La ingeniería detrás de la locura: materiales y logística del vuelo
Lejos de tratarse de un acto improvisado, la aventura de Larry Walters requirió una preparación detallada.
Según Guinness World Records, Walters adquirió una silla de jardín “bastante resistente”, un radio de doble vía, un altímetro, una brújula de mano, una linterna, baterías adicionales, un botiquín médico, una navaja, ocho botellas plásticas de agua para usar como lastre, carne seca, un mapa de carreteras de California, una cámara, dos litros de Coca-Cola y una pistola de aire comprimido destinada a reventar los globos y controlar el descenso.

El artefacto, bautizado como Inspiration I, consistía en una silla de jardín a la que Walters fijó garrafas de agua a los costados y conectó 42 globos meteorológicos llenos de helio, agrupados en cuatro conjuntos. La idea era ascender suavemente soltando las cuerdas que lo mantenían anclado al suelo y, una vez en el aire, descender gradualmente disparando a los globos y liberando el lastre de agua.
La noche anterior al vuelo, Walters y su equipo —compuesto por su novia y algunos amigos— inflaron los globos en el patio trasero. Cuando la policía local se acercó, intrigada por la cantidad de globos gigantes, Walters explicó que estaban filmando un comercial, logrando así evitar la intervención de las autoridades antes del despegue.
El vuelo: ascenso vertiginoso, sensaciones y desafíos en el aire
La mañana del 12 de julio, el vecindario observó a Walters emprender un experimento audaz. Sobre una silla atada a globos, su plan era elevarse 90 metros (300 pies), pero ascendió inesperadamente hasta una velocidad de 240 metros por minuto (800 pies por minuto), alcanzando altitudes mucho mayores al romperse su cuerda de seguridad.
Mientras subía, ignoró las súplicas por radio de su novia para que descendiera disparando a los globos, explicando: “No iba a discutir con ella... quería disfrutarlo allá arriba”, según Guinness World Records. Desde lo alto, disfrutó vistas espectaculares de la ciudad y el océano, desde el Queen Mary hasta la lejana isla Catalina.

Al llegar a los 4.500 metros (15.000 pies), el aire se enfrió y el oxígeno se redujo. Disparó a siete globos para intentar bajar, pero perdió su pistola por una ráfaga de viento, lo que dejó al hombre sin control y subiendo hasta los 4.876 metros (16.000 pies). La Administración Federal de Aviación (FAA) indicó que, sin haber disparado los globos, podría haber alcanzado peligrosamente 15.000 metros (50.000 pies).
Por fortuna, el helio comenzó a escaparse, permitiendo que Walters descendiera lentamente. Preparado para un aterrizaje incierto, quedó aliviado al no tener que usar su paracaídas.
El aterrizaje: cables eléctricos, sorpresa en el vecindario y la intervención policial
A unos 4.000 metros (13.000 pies), Walters logró contactar por radio con un operador de emergencias aéreas, quien, desconcertado, le preguntó repetidamente desde qué aeropuerto había despegado y si realmente estaba volando en una silla atada a globos. Al mismo tiempo, pilotos comerciales informaban a la torre de control sobre la presencia de un objeto inusual en el espacio aéreo.
Mientras descendía, Walters utilizó una navaja para cortar las garrafas de agua y regular la velocidad. “Vi el suelo acercándose, a unos 90 metros, y el agua ya se había acabado. Vi los techos y luego los cables eléctricos”, relató.
La silla pasó sobre la casa de un vecino y quedó suspendida a unos dos metros y medio (ocho pies) bajo los cables de alta tensión. “Si hubiera llegado un poco más alto, la silla habría tocado los cables y podría haberme electrocutado”, reconoció.
Repercusiones legales, fama mediática y el destino de la Inspiration I
La FAA, representada por el inspector de seguridad Neal Savoy, declaró: “Sabemos que violó alguna parte de la Ley Federal de Aviación, y tan pronto como decidamos cuál, presentaremos cargos. Si tuviera licencia de piloto, la suspenderíamos, pero no la tiene”.
Finalmente, Walters fue multado con 1.500 dólares por operar una aeronave en un área de tráfico aeroportuario sin mantener comunicación con la torre de control.

Este hecho hizo que Walters llame la atención de los medios de comunicación. Según Guinness World Records, su historia lo llevó a aparecer en el programa de David Letterman y en diversas entrevistas, consolidando su estatus de celebridad efímera. Antes de su fallecimiento, el hombre donó la silla original, la Inspiration I, al Museo Smithsonian, donde hoy se exhibe como testimonio de su singular aventura.
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