
A los 14 años, cuando la mayoría de los adolescentes comienzan a recorrer el camino de la escuela secundaria, Laurent Simons, con un coeficiente intelectual de 145, ya transita los pasillos de algunos de los centros de investigación más prestigiosos del mundo. Su meta no es una medalla ni un diploma: es prolongar la vida humana. En la infancia soñaba con crear órganos artificiales para reemplazar los que fallan, y hoy, esa idea sigue intacta. Su historia, sin embargo, no está hecha solo de récords académicos, sino también de decisiones familiares difíciles, presiones institucionales y una determinación inusual para su edad.
Los primeros pasos
Laurent nació en 2010 en Ostende, Bélgica, y desde los primeros años de su infancia mostró señales de un ritmo cognitivo distinto. Ingresó a la escuela primaria a los cuatro años, luego de que sus maestros detectaran que su capacidad de aprendizaje superaba ampliamente la de sus compañeros. Fue sometido a un test de inteligencia que arrojó un coeficiente intelectual de 145, uno de los máximos que puede registrar esa prueba.
“Mi maestra de primer grado debió notar algo. Me permitieron ir directamente a la primaria, pero el ritmo seguía siendo lento para mí”, recordaría más adelante en una entrevista con Feeling Magazine.
A los seis años, ya estaba cursando la secundaria, que terminó en solo dieciocho meses. Su familia aún recuerda cómo avanzaba “libro tras libro” mientras los demás alumnos leían apenas una página. Según relató su padre, Alexander Simons, a BBC News, los primeros en notar algo inusual fueron los abuelos, aunque pensaron que se trataba de una exageración. Sin embargo, los profesores confirmaron que el niño tenía un talento fuera de lo común.

La universidad y el desacuerdo con Eindhoven
En 2019, con apenas ocho años, Laurent ingresó a la Universidad Técnica de Eindhoven (TUE), en los Países Bajos, para estudiar Ingeniería Eléctrica. El plan de su familia era ambicioso: querían que se convirtiera en el primer graduado universitario del mundo con menos de diez años. Para lograrlo, debía completar una carrera de tres años en solo diez meses.
La presión creció. La universidad expresó reservas. En un comunicado oficial, la TUE advirtió que no era posible alcanzar ese objetivo sin afectar “su desarrollo académico, creatividad y capacidad de análisis crítico”. A pesar de reconocer su talento, consideraron que “una presión excesiva” sería perjudicial para un niño de nueve años. Propusieron, en cambio, que Laurent se graduara en junio de 2020.
La familia rechazó esa opción y retiró al joven del programa. El caso fue seguido por medios de todo el mundo. En una entrevista con De Volkskrant, Alexander Simons defendió su postura y respondió a quienes lo acusaban de buscar exposición mediática: “Si un niño juega bien al fútbol, todos pensamos que la atención mediática es fantástica. Mi hijo tiene un talento especial. ¿Por qué no debería estar orgulloso de ello?”.

Cambio de rumbo
La historia con Eindhoven no fue un freno, sino un giro. Laurent se trasladó a la Universidad de Amberes, donde completó en nueve meses la licenciatura en física, con un promedio de nueve sobre diez y la distinción "cum laude" (de origen latín, que significa “con honores”). Tenía once años.
“No me importan los títulos, sino los conocimientos que adquiero”, dijo a la agencia EFE, marcando una distancia con la carrera por batir récords.
Un año más tarde, ya con doce años, finalizó una maestría en física cuántica y comenzó un doctorado. Su formación académica se entrelaza con proyectos de investigación en Estados Unidos, Canadá, Israel, Alemania y Japón, y su trabajo incluye colaboraciones con el Instituto Max Planck de Óptica Cuántica, donde participó en el desarrollo de tecnologías láser aplicadas al diagnóstico médico.

Un sueño nacido en casa
El motor de su vocación no está en el aula, sino en su entorno familiar. Cuando era más pequeño, Laurent vio a sus abuelos enfermarse del corazón, y quiso encontrar una forma de ayudarlos. De esa preocupación infantil surgió su gran objetivo: diseñar órganos artificiales que puedan reemplazar a los dañados y prolongar la vida humana.
Para él, la ciencia es como un rompecabezas. “Imagina que es un enorme puzle, y cada estudio es una pieza. Si haces todos esos estudios, podes conectarlos y generar nuevas ideas”, explicó en diálogo con EFE.
Aunque su trayectoria académica parece extraordinaria, Laurent Simons no deja de ser un adolescente. Le gustan los videojuegos, practica karting y mantiene una red de amigos con quienes conversa por videollamada. La pandemia, lejos de detenerlo, le ofreció continuidad gracias a un sistema de estudio a distancia al que ya estaba habituado. “Mientras ellos hacían los deberes, yo jugaba a videojuegos o veía Netflix”, contó en tono relajado a Feeling Magazine.

Además de su formación, impulsa un programa educativo para jóvenes con altas capacidades, que lo llevó a visitar escuelas y compartir su historia con otros chicos que, como él, aprenden a otro ritmo. “He cometido errores, y trato de contarles qué haría distinto”, suele decir durante sus presentaciones.
Ciencia con propósito
Laurent no busca premios ni figuras en libros de récords. Su meta es más profunda: evitar que otras personas pierdan a sus seres queridos por el fallo de un órgano. Su inteligencia, asegura, está al servicio de ese objetivo.
“Prolongar la vida humana sigue siendo uno de mis principales objetivos. Qué maravilloso sería si lo lograra”, repite cada vez que le preguntan por el futuro.
A los catorce años, su historia aún está en construcción. Pero su visión, marcada por la curiosidad científica y el afecto familiar, ya lo convierte en una figura singular dentro del mundo de la investigación. Un adolescente que no solo desafía límites académicos, sino que se atreve a mirar de frente a la muerte y decirle: todavía no.
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