
Tras más de veinte años de gobierno, la muerte de la reina permitió el ascenso en solitario de Tutmosis III, quien se enfrentó casi de inmediato a la rebelión de las ciudades-estado cananeas, apoyadas por el Imperio Mitanni y los gobernantes de Kadesh. El foco de la revuelta estuvo en Megiddo, una ciudad fortificada en la llanura de Esdrelón (actual Israel), clave para controlar rutas comerciales tanto hacia la costa como hacia el norte, en dirección a Kadesh.
Según National Geographic, la presión sobre el joven faraón era máxima al tratarse de su primera campaña sin Hatshepsut y porque el resultado decidiría el futuro del poder de Egipto en la región.
La expedición egipcia se inició en la fortaleza de Tjaru, donde Tutmosis III reunió a sus tropas antes de marchar hacia el enemigo. Aunque las fuentes no precisan el número exacto de soldados, los especialistas calculan varios miles de efectivos. El trayecto hasta Gaza, siguiendo la Ruta de Horus al norte del Sinaí, demandó diez días y cubrió unos 200 kilómetros, lo que indica una media de 20 kilómetros diarios. Desde Gaza el ejército llegó hasta Yehem, a 40 kilómetros de Megiddo, donde el faraón reunió a sus oficiales para decidir por dónde acercarse a la ciudad.
Una decisión arriesgada y la batalla de Megiddo
En ese momento, Tutmosis III debió escoger entre tres rutas: una norteña por Zefti, una sureña cercana a Taanach, o el paso central de Aruna, el más peligroso por su estrechez y alto riesgo de emboscada. Los generales descartaron el desfiladero de Aruna debido al peligro evidente; no obstante, el faraón, decidido a sorprender al adversario y mostrar coraje, declaró por el dios Amón-Ra: “¡Mi Majestad marchará por este camino de Aruna!”, según National Geographic.
Tutmosis III encabezó personalmente a su ejército a través de un paso de algo más de 13 kilómetros, con tramos de apenas nueve metros de ancho y bordeado por paredes rocosas. El enemigo no aguardaba tropas allí, convencido de que ningún ejército intentaría tal movimiento, por lo que los egipcios emergieron en el valle de Qina y tomaron por sorpresa a los cananeos cerca de Megiddo.

Al amanecer siguiente, las tropas egipcias avanzaron en tres columnas, en formación de media luna. La inscripción de Karnak citada por National Geographic detalla que el ala sur se ubicó en una colina al sur del arroyo Qina, la norte al noroeste de la ciudad, y el faraón en el centro, protegido por Amón y fortalecido por Seth. Esta inesperada maniobra sembró el pánico entre los defensores, quienes huyeron a refugiarse tras los muros.
El campamento cananeo fue saqueado, lo que permitió que muchos enemigos escaparan hacia la ciudad. Algunos comandantes asiáticos llegaron a ser izados por sus propios soldados por encima de las murallas, mientras otros huyeron hacia el norte. Las crónicas egipcias lamentan que la distracción del saqueo impidió la toma inmediata de Megiddo: “Si las tropas de Su Majestad no se hubieran entregado al saqueo de los bienes enemigos, habrían capturado Megiddo en ese momento”, recoge la crónica según National Geographic.
Consecuencias de la victoria y expansión egipcia
La imposibilidad de tomar Megiddo por asalto forzó a los egipcios a iniciar un asedio. Levantaron fortificaciones con madera local y sitiaron la ciudad durante siete meses. Tutmosis III enfatizó: “¡La toma de Megiddo es la toma de mil ciudades!”, de acuerdo con sus Anales. Al final, la ciudad capituló; fue capturado el príncipe de Megiddo, mientras que el príncipe de Kadesh logró escapar.
El botín fue notable y está minuciosamente registrado. Entre los datos destacan 83 enemigos muertos y 340 prisioneros, cifras probablemente referidas solo a figuras de alto rango. El ejército egipcio se apoderó de 2.041 caballos, 924 carros de guerra —incluidos los lujosos de los gobernantes de Kadesh y Megiddo—, 200 armaduras y 502 arcos compuestos mesopotámicos, piezas muy reconocidas por la innovación militar que representaban. No se mencionan cascos, aunque las listas de tributos y las pinturas muestran su uso frecuente entre extranjeros tributarios.

La victoria en Megiddo aseguró el control egipcio sobre buena parte de los actuales Israel y Palestina. El impacto trascendió lo territorial: Egipto inauguró una nueva era de grandeza regional y se convirtió en el centro de las relaciones diplomáticas, con los monarcas del Cercano Oriente enviando embajadas y ricos presentes a Tebas en busca del favor del faraón.
Después de Megiddo, Tutmosis III lanzó múltiples campañas en Asia, registradas en los Anales del templo de Amón-Ra en Karnak. Entre 1454 y 1437 a.C. dirigió al menos dieciséis expediciones, organizadas por fases: ocupación de puertos clave como Ullaza y Simyra, dominio de Siria central y eliminación de Kadesh, ataques en regiones mitanias y campañas para sofocar rebeliones en territorios ocupados. Aunque los relatos egipcios tienen un tono abiertamente propagandístico, la mayoría de especialistas considera que los principales hechos son fiables, y la batalla de Megiddo se reconoce como uno de los enfrentamientos mejor documentados de la antigüedad.
El éxito en Megiddo amplió las fronteras egipcias y consagró la leyenda de Tutmosis III como gran estratega militar, marcando el inicio de la hegemonía egipcia en el Oriente Próximo, como destaca National Geographic en su análisis.
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