
El colapso de la red eléctrica en 2003 expuso la vulnerabilidad de los sistemas urbanos frente a eventos extremos y obligó a replantear la gestión de crisis en grandes ciudades. El 14 de agosto de 2003, Nueva York vivió una de sus noches más extensas cuando más de 50 millones de personas quedaron sin electricidad en Estados Unidos y Canadá, lo que paralizó la vida diaria en la ciudad más poblada del país y generó escenas de caos y solidaridad.
La interrupción eléctrica se extendió desde Cleveland y Detroit hasta Toronto y Ottawa, sumergiendo a la metrópoli en oscuridad y desconcierto, mientras la población trataba de adaptarse a una situación inédita en pleno verano.

El impacto inmediato se notó en toda la ciudad. Según el reporte de medios locales, justo antes de la hora pico de la tarde, el tráfico colapsó totalmente, y muchos ciudadanos actuaron como agentes de tránsito improvisados.
Miles quedaron atrapados durante horas en el metro soportando temperaturas cercanas a 38℃ (100℉), y otras tantas personas se encontraron encerradas en ascensores, incluso en los niveles más altos del Empire State Building. Los cajeros automáticos dejaron de operar, el suministro de agua se vio afectado en zonas dependientes de bombas eléctricas y los alimentos perecederos se descompusieron rápidamente en tiendas y restaurantes.

La ausencia de aire acondicionado llevó a numerosos ciudadanos a buscar alivio en las calles, que pronto se llenaron de personas. Sin radares, ni comunicación por radio, hubo grandes dificultades para dimensionar el alcance del evento. El recuerdo de los atentados del 11 de septiembre de 2001, aún reciente, avivó el temor a un posible ataque.
Glenn Schuck, reportero local, señaló a una nota de la BBC: “Hubo quienes pensaron en la posibilidad de un acto terrorista, en que alguien hubiera atacado la red eléctrica para aprovechar la oscuridad”. Durante la confusión, grupos se acercaron a radios a pilas para informarse y planificar el regreso a casa, mientras muchos caminaron durante horas, cruzando puentes bajo el calor intenso.
Esa noche, quienes no pudieron volver a sus hogares debieron dormir en aceras y parques. El corresponsal Nick Bryant también lo describió cómo “tanto ricos como pobres vivieron la noche más larga”, con miles de personas sumándose temporalmente a la población sin techo.

La oscuridad trajo nuevos riesgos: el uso de velas originó incendios accidentales. Sharon Hawa, entonces miembro de la Cruz Roja, recordó: “La situación se transformó en una pesadilla sin fin, como si un incendio forestal hubiera estallado en la ciudad”.
El operativo de emergencia fue amplio. Los bomberos atendieron más de 60 incendios residenciales durante la noche y dos personas fallecieron por incidentes vinculados con el uso de fuego para alumbrar.
El jefe de bomberos Thomas Richardson explicó que solo en Brooklyn se registraron 25 incendios en 24 horas, superando la media habitual, que oscila entre 12 y 20 para toda la ciudad. A pesar de la tensión, el balance resultó menor al esperado: la cantidad de detenciones incluso se situó más baja que en días normales, registrándose unas 100 arrestos menos de lo habitual.
La respuesta de la sociedad reflejó un contraste con apagones previos. En 1977, un corte parecido provocó saqueos y disturbios, con más de 3.800 arrestos y 1.000 incendios. En cambio, el ambiente en 2003 recordó más al de 1965, cuando la población se unió ante la adversidad. “La oscuridad trajo más inquietud, pero no la oleada de delitos y saqueos que muchos líderes temían”, afirmó Bryant, quien agregó: “Los neoyorquinos aprendieron a sobrellevar lo inesperado. Tras los atentados del 11 de septiembre, esta ciudad se volvió más resistente”.

Al día siguiente, la ciudad continuaba sin electricidad. Muchos salieron en busca de temperaturas más agradables o formaron filas en los teléfonos públicos, que aún funcionaban. Gabriela Mira, entrevistada mientras esperaba con su hija de seis meses, relató: “Tuve que salir de casa. Estaba tan oscuro, todo apagado, y tenía miedo. Sin aire acondicionado, sin teléfonos… Y hacía tanto, tanto calor”.
El alcalde Michael Bloomberg recomendó considerar el viernes como un “día de nieve” y permanecer en casa. La electricidad regresó a Nueva York unas 29 horas después del inicio del apagón, aunque la recuperación en otras zonas tardó hasta cuatro días.
Fallos técnicos en la red eléctrica y causas
La investigación determinó una secuencia de errores técnicos y humanos. El origen se rastreó hasta la planta Eastlake de FirstEnergy en Ohio, donde un cable de alta tensión se recalentó por la demanda y contactó ramas de árboles no podadas. Los sistemas de seguridad desconectaron la línea, lo que recargó otras cercanas, que también fallaron al rozar la vegetación.

Un error de software impidió a la sala de control de FirstEnergy recibir alertas del fallo, dejando a los técnicos sin información sobre la gravedad de la situación. El resultado fue una reacción en cadena que colapsó la red eléctrica en ocho estados del noreste de Estados Unidos y el sureste de Canadá.
Un informe publicado en noviembre de 2003 atribuyó el apagón tanto a deficiencias tecnológicas como a errores humanos, y criticó la dependencia de estándares voluntarios en el sector eléctrico. La falta de inversión en la infraestructura, envejecida y sobrecargada por el uso creciente de computadoras y aire acondicionado, agravó la vulnerabilidad.
Como respuesta, el Congreso de Estados Unidos aprobó en 2005 la Ley de Política Energética, que otorgó a la Comisión Federal Reguladora de Energía (FERC) la capacidad de imponer y aplicar estándares de fiabilidad a los proveedores eléctricos.
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