Crisis alimentaria global exige rediseño urgente del sistema

Expertos advierten sobre la vulnerabilidad del modelo actual de producción y consumo de alimentos, señalando la necesidad de diversificar ingredientes y adoptar prácticas sostenibles para enfrentar riesgos climáticos y de suministro

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El sistema alimentario global depende
El sistema alimentario global depende de solo cuatro cultivos principales, lo que aumenta su vulnerabilidad ante crisis y fenómenos extremos.

Todo lo que rodea la producción y el consumo de alimentos, desde los envases hasta la ubicación de los productos en los supermercados y la música que suena en los pasillos, responde a un sistema estructurado con precisión. Esta visión revela el potencial de cambio e innovación. Actualmente, el 60 % de las calorías ingeridas en el mundo proviene solo de cuatro cultivos: trigo, arroz, maíz y papas. Esta uniformidad extrema hace que el sistema alimentario global sea vulnerable frente a crisis como pandemias o eventos climáticos graves, con estantes vacíos y precios de productos básicos que suben rápidamente por las debilidades de la cadena de suministro.

Frente a esta realidad, surge la pregunta: ¿qué resultado tendría que los supermercados ofrecieran alimentos verdaderamente sostenibles, pensados para regenerar la naturaleza y construir resiliencia? Ejemplos de estos productos innovadores incluyen pastas de granos ancestrales, snacks vegetales alternativos, cerveza hecha con pan sobrante o jugos de plantas como cactus silvestres. Se trata de alimentos que emplean menos recursos, resisten mejor las crisis y mantienen su atractivo y sabor. Así, el consumidor mantendría su libertad de elegir según preferencia, gusto o precio, saboreando la confianza de un impacto positivo y sostenible.

En los últimos dos años, en el marco de un desafío global de rediseño de alimentos, más de cien productores en tres continentes, desde startups hasta líderes industriales, trabajaron para crear o adaptar alimentos sostenibles de la semilla al punto de venta. Estas alianzas transversales, apoyadas por inversiones filantrópicas decididas a asumir riesgos, demostraron que es viable producir alimentos sostenibles con beneficios para las personas, el planeta y la economía.

La sostenibilidad ha captado el interés de consumidores y empresas. De los USD 2,6 billones que los consumidores de Estados Unidos invierten en comida anualmente, el 20 % corresponde a productos sostenibles. Sin embargo, en vez de limitarse a cambios puntuales —como envases libres de plástico— el enfoque debe considerar el impacto ambiental del sistema en su conjunto: desde la selección y obtención de ingredientes, pasando por el cultivo, el transporte y la fabricación, hasta la elección de materiales para el envasado. Sin esta visión integral, el sector alimentario continuará como actor clave en las emisiones globales de carbono, representando hoy un tercio del total mundial.

La Fundación de la Familia Schmidt y la Fundación Ellen MacArthur han colaborado con empresas para introducir el principio de circularidad en sectores como la cristalería o la moda. Este mismo razonamiento se aplicó en el reto alimentario, donde las empresas priorizaron ingredientes variados, de bajo impacto y reutilizados creativamente.

Diversificar ingredientes, incorporando una gama amplia de vegetales y animales, favorece la salud del suelo, otorga resiliencia al suministro e independiza a las empresas alimentarias de insumos únicos. Un caso destacable fue el desarrollo de un polvo de plátano manzana indio, resistente a enfermedades, en colaboración con granjas orgánicas. Los cereales permiten igualmente esta diversificación: una empresa ofrece pilaf con fonio, un grano básico de África occidental, tolerante a la sequía, sin gluten y con una huella de carbono casi un 80 % menor que la del arroz, además de requerir un 99 % menos agua.

Los ingredientes con bajo impacto ambiental reducen o revierten los daños a la naturaleza. Así, se logran disminuir las emisiones, la deforestación y la pérdida de biodiversidad, afianzando la capacidad de los sistemas de producir alimentos a largo plazo. En la categoría de carnes, algunos productos incorporaron proteínas infrautilizadas o vegetales alternativos, bajando el impacto. Otros fabricantes trabajaron estrechamente con agricultores para asegurar prácticas regenerativas en sus productos.

La reutilización de ingredientes consiste en rescatar alimentos que de otra forma se desperdiciarían, disminuyendo la presión sobre la tierra y aprovechando al máximo los insumos. Algunas iniciativas destacaron el uso de restos de avena de cosecha y cáscaras de plátano, pan reciclado convertido en cerveza, o guisantes arrugados que, mezclados con harina integral, dieron lugar a nuevas pastas.

Más allá de los productos circulares, la integración plena de la circularidad en el sistema impulsa la productividad y las opciones, abriendo nuevas fuentes y mercados para alimentos saludables. Los agricultores encuentran formas de diversificar sus ingresos, mientras el suelo mejora en fertilidad y rendimiento, generando mayores beneficios económicos. Este cambio impulsa una eficiencia regenerativa cuyas ventajas alcanzan a plantas, animales y personas, planificando el futuro y protegiendo recursos que los sistemas industriales actuales no cuidan.

La transformación del sistema alimentario exige liderazgo audaz de empresas, legisladores y el sector financiero. Las políticas públicas pueden facilitar incentivos económicos; inversiones estratégicas y filantropía enfocada aceleran la innovación y la modernización de productos. La adopción y demanda de mejores opciones por parte de fabricantes, minoristas y consumidores es esencial.

El mundo cuenta con los recursos necesarios para un sistema alimentario más generoso y resistente. Toca convertir ese potencial en realidad, impulsando un cambio profundo y positivo.

(c) 2025, Fortune

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