
Durante los años 80, la ciudad de Rochester, en el estado de Nueva York, quedó marcada por una secuencia de crímenes que sembró el pánico entre los habitantes y dejó al descubierto graves fallas del sistema judicial.
El responsable era Arthur Shawcross, un hombre con un pasado oscuro: después de cumplir una condena en prisión por el asesinato de dos niños, recuperó la libertad y, lejos de rehabilitarse, se transformó en uno de los asesinos seriales más violentos registrados en la historia criminal del país, según documentó The New York Times.
El pasado criminal de Shawcross y su liberación
A mediados de la década de 1970, Arthur Shawcross fue condenado por el asesinato de dos niños en el norte del estado de Nueva York. Las víctimas, de 8 y 10 años, fueron atacadas con violencia brutal: en ambos casos, Shawcross los agredió sexualmente antes de asesinarlos y ocultar sus cuerpos en áreas boscosas. Confesó los crímenes ante la policía y, tras un acuerdo con la fiscalía, recibió una condena de 25 años a cadena perpetua, evitando cargos más graves, según reconstruyó The New York Times.
Durante su encarcelamiento, expertos penitenciarios y psiquiatras advirtieron reiteradamente sobre su “perfil antisocial y tendencias impulsivas peligrosas”, alertando que no debía reintegrarse a la vida en libertad.

Los informes internos describían a Shawcross como un adulto incapaz de sentir culpa o empatía por sus actos más sádicos. Pese a esta acumulación de advertencias escritas, el sistema judicial permitió su salida anticipada en abril de 1987, tras poco más de 14 años de prisión. El expediente, además, quedó sellado: ni la policía de Rochester ni otros organismos locales conocieron el verdadero pasado del exconvicto.
El regreso del monstruo
Tras su liberación, Shawcross se instaló en Rochester, en el oeste de Nueva York. En marzo de 1988 comenzó una secuencia que paralizó la ciudad: trece mujeres, en su mayoría trabajadoras sexuales y personas sin recursos, desaparecieron en circunstancias similares.

The New York Times reconstruyó que los cuerpos de las víctimas, como Dorothy Blackburn, Anna Steffen y Dorothy Keeler, aparecían junto al río Genesee con signos de violencia extrema. Shawcross las atacaba después de ganarse su confianza, llevaba a algunas en su furgoneta a zonas apartadas y, luego de asesinarlas mediante estrangulación o golpes, desmembraba sus restos y los ocultaba en bosques o los arrojaba al río.
Mientras avanzaban los meses y el número de víctimas, la policía local no lograba identificar un patrón único debido a la falta de intercambio de información y recursos técnicos. Muchos crímenes fueron tratados como eventos aislados, lo que permitió que Shawcross continuara con la serie de asesinatos durante casi dos años.

Un perfil frío, manipulador y violento
Los registros judiciales citados por The New York Times describen a Shawcross como una persona reservada en público, capaz de estallidos de agresividad y con ausencia total de remordimiento.
Las autopsias de las víctimas documentaron métodos reiterados: estrangulación, golpes en la cabeza, cortes y, en ocasiones, extracción de órganos.
Los especialistas forenses lo catalogaron como un asesino serial “organizado”, con patrones de ritualización y un claro objetivo de controlar, someter y humillar a las víctimas.
Durante su juicio, la defensa intentó demostrar que Shawcross sufría un trastorno mental grave, alegando trastornos de personalidad y traumas pasados. Sin embargo, las pericias confirmaron que era plenamente consciente de sus actos, según consignó The Washington Post.
Una cadena de errores en el control institucional
La investigación posterior reveló que ni las autoridades penitenciarias ni la oficina de libertad condicional notificaron a la policía de Rochester sobre el traslado de Shawcross a la zona. El expediente quedó bajo reserva, lo que impidió relacionarlo con los primeros episodios violentos. Además, los reportes de desapariciones se sucedieron sin que existiera coordinación entre agencias y sin un monitoreo real de los movimientos del exconvicto.

La falta de experiencia en la policía local con crímenes seriales y la carencia de bases de datos compartidas dificultaron la vinculación de los casos hasta que se sumó personal federal especializado.
Investigación, arresto y juicio
En diciembre de 1989, tras el hallazgo de un nuevo cadáver y el avistamiento frecuente de una furgoneta verde en las escenas, la policía solicitó apoyo al FBI. El perfil criminal trazado por los expertos federales coincidió rápidamente con las características y antecedentes de Shawcross, quien fue localizado y puesto bajo vigilancia.
El 3 de enero de 1990 fue detenido cuando observaba uno de los sitios donde había abandonado un cuerpo. Las pruebas forenses y las confesiones del propio Shawcross confirmaron su responsabilidad en la muerte de 13 mujeres, indicó The New York Times. Durante los interrogatorios, admitió los crímenes y relató los detalles sin mostrar empatía ni culpa.
El juicio tuvo fecha a finales de 1990. Shawcross fue declarado culpable y condenado a un total de 250 años de prisión. Falleció en la cárcel en 2008.

Un caso que obligó a Estados Unidos a mirar sus propios límites
Los crímenes cometidos por un excarcelado con antecedentes por homicidios infantiles pusieron en evidencia debilidades y vacíos del sistema judicial y penitenciario.
De acuerdo con The New York Times, a raíz del caso se crearon registros públicos de agresores sexuales y se reforzaron los requisitos para la libertad condicional de condenados por delitos graves.
La historia de Arthur Shawcross quedó registrada como una de las más siniestras del siglo XX en Estados Unidos y se mantiene como símbolo del impacto que pueden tener la negligencia y la falta de prevención en los sistemas de justicia y seguridad.
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