
La madrugada del 3 de enero de 1970, Edwarda O’Bara, una joven de 16 años, despertó entre espasmos y un dolor que jamás había sentido. Su madre, Kaye, la observaba con el corazón en un puño, sin entender cómo su hija, que hasta hacía poco tiempo solo lidiaba con los altibajos de la diabetes juvenil, ahora se enfrentaba a algo mucho más grave. El pánico recorrió el hogar de los O’Bara en Miami, Florida, mientras Edwarda vomitaba los medicamentos que debía estabilizar sus niveles de insulina.

Era el 22 aniversario de bodas de Kaye y Joe, su padre. Ninguno de ellos podía imaginar que esa fecha marcaría el comienzo de una batalla que duraría 42 años.
Las horas en el hospital fueron frenéticas mientras los médicos luchaban por revertir el daño que la combinación de neumonía y diabetes estaba causando en su cuerpo.
Sgeún detalló NBC, antes de perder la conciencia, Edwarda tomó la mano de su madre y susurró: “Prométeme que nunca me dejarás”. Kaye, aterrada y sin poder prever el calvario que estaba por venir, respondió sin dudar: “Por supuesto que no. Nunca te dejaré, querida. Te lo prometo”.

Aquella promesa sellaría una vida de sacrificio y amor incondicional. Edwarda cayó en un coma diabético que la dejaría en estado vegetativo durante más de cuatro décadas. Los médicos le explicaron a la familia que su cerebro había sufrido daños irreversibles debido a la falta de oxígeno provocada por el colapso de sus pulmones y fallos renales. Edwarda nunca volvió a despertar.
Sin embargo, su historia no terminó allí. Durante esos años, reseña CNN, fue atendida en su casa por su familia, primero por sus padres y, más tarde, por su hermana Colleen. Kaye O’Bara jamás abandonó la promesa hecha a su hija en aquella cama de hospital. Rechazó institucionalizarla y convirtió su hogar en un santuario.
Joe, su esposo, dejó su trabajo para dedicarse a los cuidados de Edwarda, pero el estrés pronto pasó factura. En 1977, apenas seis años después del inicio del coma de su hija, Joe murió de un infarto, con apenas 50 años. La carga emocional y financiera era inmensa.
Un hogar convertido en hospital

Kaye reorganizó su vida alrededor de las necesidades de Edwarda. Durante casi 40 años, dormía solo 90 minutos seguidos para estar siempre disponible para su hija, quien, incapaz de moverse por sí sola, requería atención constante. Cada dos horas, la madre la alimentaba a través de un tubo con una mezcla casera que preparaba con esmero. También giraba su cuerpo cada tanto para evitar las dolorosas úlceras por presión, le leía libros, ponía música y susurraba palabras de aliento al oído de su hija inmóvil.
Mientras Kaye envejecía, su salud se deterioraba, pero nunca abandonó a Edwarda. “Dios me da la fuerza para cuidarla”, solía decir.
La devoción de esta madre no pasó inadvertida. Personas de todo el mundo, incluidas celebridades como el expresidente Bill Clinton, el cantante Neil Diamond, e incluso el entonces gobernador Jeb Bush, visitaron el hogar de los O’Bara para conocer a Edwarda, a quien apodaron la “Bella Durmiente de Florida”. Las historias sobre supuestos milagros ocurridos en su presencia también se propagaron, como la de una mujer que afirmó haberse curado de un tumor cerebral tras rezar junto a su cama.

En marzo de 2008, Kaye murió a los 80 años. La muerte de su madre fue un golpe devastador, pero Colleen O’Bara, la hermana menor de Edwarda, tomó el relevo sin dudarlo. Colleen dejó su trabajo como entrenadora de caballos para cuidar de su hermana, tal como había aprendido de su madre. “Ni siquiera lo pensé dos veces. Es mi hermana, y la amo”, afirmó a la página web de Récord Guiness.
Durante los últimos años de Edwarda, agrega CNN, Colleen se mantuvo firme en la tarea de mantener viva a su hermana. La alimentaba, le trenzaba el cabello gris y la bañaba y además le hablaba a diario, convencida de que Edwarda, aunque no podía responder, estaba presente de alguna manera. Edwarda la miraba con sus ojos grandes y la comprendía. Incluso, poco antes de morir, ella le regaló una última sonrisa, la más grande que jamás había visto. Colleen recuerda ese instante con una mezcla de dolor y gratitud.
El 21 de noviembre de 2012, Edwarda O’Bara falleció. Tenía 59 años. Su muerte cerró uno de los capítulos más largos de la historia médica: el coma más prolongado jamás registrado, según el libro de los Récords Guiness, un caso que sigue asombrando a médicos e investigadores.
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