
Cuando Miguel de Cervantes dejó de respirar, a su alrededor no se escucharon más lamentos que el de unos pocos familiares -no su hija, que le había repudiado- y su esposa. Nadie imaginaba que, casi 400 años después, su nombre figuraría junto a los de los mejores escritores de la historia. Una categoría merecida, al tratarse del autor de la novela más vendida de todos los tiempos: Don Quijote de la Mancha.

Don Quijote de La Mancha
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Cervantes no era famoso en aquellos días. La gente sabía quién era y que había escrito el Quijote, pero no era, ni mucho menos, el pilar de la literatura en castellano que es hoy. De hecho, la segunda parte de la historia del famoso hidalgo no logró, ni de lejos, igualar el éxito de la primera... y habría que esperar varios siglos hasta que se reconociera el valor real de su obra.
Así, Cervantes murió pobre y sin reconocimiento, incluso siendo objeto de burla de otros autores más exitosos como Lope de Vega. Por si fuera poco, este hombre, que siempre estuvo convencido de que no se le había reconocido como se merecía, falleció víctima de una enfermedad desconocida que le provocó una muerte larga y dolorosa, cuya naturaleza no se descubrió hasta hace apenas unos años.

Una muerte segura
En 1616, año de su muerte, Cervantes se encontraba en un estado físico deplorable. Según cuentan sus biógrafos, por aquel entonces su columna vertebral no se sostenía recta y en su dentadura apenas le quedaban unos pocos dientes. Además, las heridas que había sufrido en su etapa como militar le dolían más que nunca, hasta el punto de que el propio escritor era consciente de que la muerte estaba cada vez más cerca.
A pesar de este estado, lo cierto es que Cervantes conservaba el sentido del humor que siempre caracterizó sus textos. Prueba de ello fue el prólogo que escribió tres días antes de su muerte para introducir el que sería su último libro, Los trabajos de Persiles y Segismunda, donde se despedía del conde de Lemos: “¡A Dios, gracias; a Dios, donaires; a Dios, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!“.
“Ayer me dieron la Extremaunción, y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan; y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir”, escribía el Príncipe de los ingenios poco antes de su fallecimiento. No obstante, lo cierto es que nadie, ni siquiera él, conocía la causa exacta por la que su vida estaba a punto de extinguirse.
Una sed que no se calmaba nunca y un vino que resultó letal
Miguel de Cervantes tenía diabetes tipo 2, una enfermedad que a día de hoy afecta a más de cinco millones de personas en España, pero que en el caso de Cervantes no fue diagnosticada hasta el siglo XXI. Anteriormente, se barajaron otras hipótesis, como la malaria o la cirrosis hepáticas. De hecho, fueron un diagnóstico y un tratamiento erróneos los que aceleraron su muerte.
Los síntomas principales que afectaban al escritor eran una enorme fatiga, hidropesía -por aquel entonces considerada una enfermedad por sí misma- y un fenómeno conocido como polidipsia: una sed que no se calmaba nunca por más agua que bebiera. Debido a su estado, los médicos le recomendaron mudarse al campo para disfrutar del aire y beber vino, un producto al que se le atribuían propiedades medicinales.
Se sospecha que el alcohol contribuyó a alterar los niveles de azúcar en sangre del novelista, que regresó de esa escapada al campo “más muerto que vivo”, en palabras de Luis Astrana Marín, el biógrafo más conocido del autor por su obra Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra. Su cuerpo aguantaría lo justo para terminar esa última novela y el famoso prólogo, considerado por muchos el texto más emotivo que escribió jamás.
Sus restos enterrados en Madrid y el registro de su muerte está en Atocha
El diagnóstico de la enfermedad que acabó con la vida de Cervantes fue en gran parte posible gracias a que, en el año 2015, se logró encontrar la fosa en la que descansaban sus restos: el Convento de las Trinitarias Descalzas de la calle -ironías del destino- Lope de Vega. Allí fueron a parar el 23 de abril, tras la misa de difuntos, mientras que en la Parroquia de San Sebastián de Madrid se inscribía su partida de defunción.

A día de hoy, es muy raro encontrar a alguien que no haya oído hablar del Quijote, que no conozca de ese hidalgo “de los de lanza en astillero” que, desde ese lugar de la Mancha cuyo nombre nadie recuerda, parte junto a su querido Sancho para vivir toda clase de aventuras. Paradójicamente, es mucho más difícil encontrar a alguien que conozca cómo fue la vida de la persona que inventó estos personajes.
De Cervantes, lo más frecuente es saber que nació en Alcalá de Henares, que estuvo preso en Argelia y, si eso, que no podía utilizar una mano debido a un disparo recibido durante una batalla. Pocos conocen, por ejemplo, que se ofreció a cortarse la otra si existiera un solo lector en el mundo a quien sus Novelas ejemplares le indujeran algún deseo o pensamiento negativo.
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