Naiare Rodríguez Pérez
Zaragoza, 20 jun (EFE).- En una etapa vital marcada por la incertidumbre, cuando las decisiones parecen frágiles y el futuro se intuye como un territorio por descubrir, la película ‘Cariñena, vino del mar’ propone un viaje emocional y luminoso a través de la juventud, el recuerdo y el paisaje.
La apuesta en largo de Javier Calvo, que llega a los cines este viernes, parte de la historia real del periodista y escritor gallego Antón Castro para construir un relato universal sobre la búsqueda de identidad, el poder de la amistad y la belleza de lo cotidiano.
“No somos héroes. Tenemos contradicciones, miedos, incertidumbres... Y eso le pasa a un chaval de 18 años y le pasa a uno de 60”, afirma Calvo en una entrevista con EFE. Añade que este relato, pese a ambientarse en la Transición, interpela a cualquier espectador más allá de su edad. “Es muy fácil que conecte con cualquiera porque ese cualquiera soy yo también”, agrega.
Durante 115 minutos, esta 'road movie' sigue los pasos de este joven gallego que deja atrás su hogar para huir del servicio militar en 1978 y aterriza en Zaragoza, donde explora su identidad, su vocación literaria y su lugar en el mundo.
Esta historia, también de vida, continúa en la Comarca Campo de Cariñena, un territorio con el que se ha querido rendir homenaje a los veranos eternos, los reencuentros, el vino y el arraigo.
“La película huele a uva, a polvo del camino, a agua del verano. Tengo la sensación de que huele a amanecer y a atardecer por momentos”, cuenta el director, quien, emocionado, recuerda las colinas ocres y rojizas de la Sierra de Algairén como si fueran las olas del mar de Galicia.
En un panorama audiovisual cada vez más inclinado hacia lo sombrío, Calvo hace una apuesta decidida por la luz y la bondad del ser humano. “Estamos atravesando momentos extraños a nivel mundial y, en el cine en particular, hay una insana herencia a regodearse en la parte oscura del ser humano”, lamenta.
Aunque basada en la juventud de Antón Castro, la historia se ha alimentado también de la experiencia personal de su director, quien señala que se remontó a sus 18 años y recordó “aquel momento de incertidumbre, en donde todo es tan quebradizo y no sabes muy bien por dónde vas”.
“Es una edad en la que tienes muchas ilusiones, pero también muchos miedos. Al final, elegir da miedo. Y, a pesar de que se basa en una historia local, el mensaje es universal”, comparte.
De hecho, esa fragilidad de juventud, con sus miedos e ilusiones desbordadas, fue también lo que encontró en el actor protagonista, Diego Garisa, quien “estaba pasando por un momento así”.
Más allá del relato político o social, esta película es una oda a detener el tiempo y vivir más despacio. “Puede ser en un pueblo, pero también puede ser en tu barrio. Y que pienses en esas tardes que estabas en un banco comiendo pipas con tu grupo de amigos. Son esas cosas con las que sonríes cuando las recuerdas”, valora.
Y en esa conexión con lo esencial, la tierra y el vino se convierten en un símbolo conductor del relato. “A mí me gusta todo aquello que tiene que ver con la tierra, con lo que se toca, con lo tangible. El vino y la uva tienen un gran significado desde hace siglos. Es un fruto que celebra la vida”, afirma el director.
Para él, “el vino es una celebración de la vida” porque representa ese momento de calma, de sobremesa y de estar presente en cada momento feliz entre personas.
Como reivindicación, en ‘Cariña, vino del mar’ la toma de conciencia es clave y, aunque no siempre se tengan respuestas, “preguntarse ya es empezar a avanzar”.
Y es que, como sugiere la propia película que camina bajo cielos inmensos y junto a viñedos aragoneses, “a veces es suficiente con saber qué es lo que no quieres para tu vida y decir: no sé lo que quiero, pero esto seguro que no”. Y ahí es, tal y como reflexiona su director, donde arranca el verdadero viaje. EFE
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