
Después de tres décadas, la peste porcina africana (PPA) ha vuelto a entrar a España. Los servicios veterinarios oficiales de la Generalitat de Cataluña localizaron a finales del mes de noviembre dos jabalíes salvajes infectados con esta enfermedad, mortal y altamente contagiosa entre el ganado porcino, que no se detectaba desde 1994 en el país.
Conseguir que la Organización Mundial de la Salud Animal reconociese a España como libre de peste porcina africana no fue sencillo: el virus circuló sin control por el país desde 1960 hasta 1985, y no fue hasta el año 95 cuando la nación logró erradicarlo por completo. Para doctores veterinarios como Fernando Martínez Pereda o José Marín Sánchez Murillo, que vivieron los últimos coletazos de la epidemia, la vuelta de la PPA supone una llamada de atención para ponerse manos a la obra y evitar que las granjas vuelvan a enfrentar 30 años de restricciones y sacrificios animales.
Ambos expertos son originarios de Badajoz, puerta de entrada de la PPA en los años 60. Según explica Martínez Pereda, los viajeros de la línea Angola-Lisboa dejaban restos de comida en los alrededores del aeropuerto de Lisboa, que se utilizaban para alimentar a los cerdos. El virus fue extendiéndose poco a poco hasta llegar a Extremadura, de la mano de las familias contrabandistas que trabajaban en el barrio pacense de El Gurugú.
Del aeropuerto de Lisboa a toda España
“Se tomaron unas medidas incomprensibles para la gente de entonces: sacar los animales de todas las casas de Badajoz, cerdo por cerdo, y enterrarlos en un antiguo basurero”, explica el veterinario a Infobae. El vaciado del casco urbano de Badajoz fue una iniciativa impopular para una población que obtenía del porcino una fuente esencial de proteína, pero esencial en el control de la enfermedad.
El sacrificio de animales se extendió a otras granjas, municipios y explotaciones hasta lograr que la provincia estuviese libre de PPA todo un año. Pero para entonces, ya era tarde: el virus había saltado a Madrid y se extendía por el Levante. Para finales de 1960, ya había 631 focos por toda España. Desde la península se extendió a Bélgica, Holanda, Italia, Francia e incluso a Brasil, Cuba y República Dominicana.
Camino a la extinción de la peste porcina africana

Eliminar la peste porcina africana no era un trabajo sencillo: no hay ni vacuna ni tratamiento, la única forma de evitar contagios es eliminando los ejemplares enfermos. “Hay dos sistemas básicos de lucha contra las enfermedades: el control y la erradicación”, explica Martínez Pereda. “El control consiste en mantener las enfermedades en un nivel compatible con cierto movimiento y actividad económica y la erradicación, como su propio nombre indica, es erradicarlo del país. Entre 1960 y 1985, lo que hubo [en España] fue un programa de control”, dice.
La estrategia consistía, básicamente, en eliminar a los cerdos enfermos. “Sacrificábamos a los animales, los pagábamos y dábamos medidas de bioseguridad y de desinfección y nos íbamos”, describe Martínez Pereda. Los porcinos eran después incinerados, para evitar que se volviesen a infectar otros. El objetivo era, simplemente, “que de ese foco no hubiese más focos”, indica.
Pero el trabajo no siempre era efectivo a causa de las garrapatas blandas o chinchorros, capaces de transmitir el virus incluso meses después de haberlo absorbido de un animal. “Cuando se sacrificaban las explotaciones de animales, se declaraba el vaciado sanitario y seis meses o un año después, volvían a meter cerdos y volvían a morir, precisamente porque estaba el chinchorro allí”, cuenta José Marín Sánchez Murillo a Infobae.
Pero en 1985, España entra en la Comunidad Económica Europea (antecesora de la UE) y eso exige un cambio de medida: “La necesidad del libre comercio con Europa nos obliga a intentar quitarnos la enfermedad”, dice el veterinario. Ese mismo año, se aprueba el programa coordinado para la erradicación de la PPA, con 15 puntos básicos en pos de eliminar la peste de la península Ibérica.

Ponerlo en marcha requirió un enorme capital humano y económico, pero si funcionó fue, según los dos veterinarios, gracias al desarrollo de una prueba diagnóstica, en cuya aplicación participó a partir de 1989 un joven Sánchez Murillo. “Funcionábamos muy bien: teníamos una técnica de cribado con la que veíamos miles de muestras y positivos, y los confirmábamos con otra técnica, la inmunofluorescencia indirecta. En 24 horas, estaba diagnosticado y sacrificado el brote”, recuerda.
Pero no todos esperaban a tener el resultado: “Si los veterinarios acudían a una explotación y veían en los animales lesiones propias de la enfermedad, procedían al sacrificio inmediato. Luego, evidentemente, nos mandaban muestras, pero no esperaban a nuestros resultados. Esa prontitud y esa agilidad fueron claves para acabar con la enfermedad”, asegura.
Conseguir que los focos dejasen de multiplicarse también tuvo mucho que ver con la modernización de las explotaciones ganaderas. “Abandonaron esas instalaciones de porquerizas antiguas hechas con piedra, con oquedades donde vivía el chinchorro”, explica Sánchez Murillo. La enfermedad se fue regionalizando según se lograba eliminar de algunas provincias, hasta desaparecer por completo en 1994.
Evitar una nueva epidemia
Aunque España logró librarse de la PPA en 1995, Europa no ha tenido tanta suerte: desde 2007, el virus circula por el continente, sin que los países hayan logrado erradicarlo de forma efectiva. La reinfección entró desde África a Rusia y desde allí se ha extendido por las naciones del Este hasta alcanzar Alemania, Italia y, finalmente, España.
Es algo que no ha extrañado a los dos veterinarios: “Sabemos su facilidad para el contagio, sabemos la dificultad que tiene su erradicación, especialmente cuando entra en explotaciones extensivas. Si andaba por Rusia, era cuestión de tiempo”, indica Sánchez Murillo. El propio plan epidemiológico español contempla la posibilidad de que se vuelva endémica.
Ambos expertos prefieren ser optimistas, pues las medidas que se están tomando en Cataluña son las adecuadas, pero la sobrepoblación de jabalíes supone un riesgo. "No podemos dejar que sea una plaga, y más si transmiten enfermedades. Hay que controlarlo, no puede ser que los jabalíes estén en las ciudades, volcando los contenedores de basura", insiste Sánchez Murillo.
Por su parte, Martínez Pereda resalta la importancia de concienciar a la población. Los seres humanos no corren peligro de contagiarse, pero sí de propagarlo a través de restos de comida que, sin saber que están contaminados, se dejan tirados en zonas frecuentadas por jabalíes. Fue a través de comida contaminada como entró a España en 1960 y es la hipótesis principal que barajan las autoridades catalanas en el brote actual, sin que se haya podido confirmar por el momento.
“Hay muchísimas personas que vienen de las zonas infectadas a trabajar y que, en el camino, tiran restos de comida que traen de esos países. Si los jabalíes tienen acceso a esos restos, podríamos reinfectarnos otra vez”, explica el veterinario. “Los profesionales sí saben hacer su trabajo, pero la población en última instancia tiene un papel muy importante. Es necesario que tome conciencia en seguir estrictamente las medidas que se indican y nunca dejar alimentos abandonados que puedan servir a la fauna, porque las consecuencias para el país pueden ser desastrosas”, concluye.
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