
España sumará 600.000 inmigrantes en el año 2026, según las previsiones del Instituto Nacional de Estadística. Esto constituye un incremento del 50% respecto a lo calculado anteriormente. Y todas estas personas tienen que dejar sus hogares, en los que han crecido y donde han desarrollado sus costumbres y tradiciones. Pero frente a la sensación de desarraigo, está la comida.
Uno de los hábitos más importantes en nuestra vida, y que es capaz de transportarnos a lugares y sensaciones pasadas, es sin duda la alimentación. Qué comemos, cómo y dónde. Algo tan simple es el detonante para hacernos sentir como en casa o, por el contrario, suponer un momento de vacío y soledad.
Para profundizar más en este tema, Ana Morales, psicóloga especialista en obesidad, atracones y bulimia, ha hablado con Infobae España sobre un fenómeno que, aunque afecta a cientos de miles de personas en el país, continúa siendo poco nombrado. Se trata del duelo migratorio y la relación que muchas personas establecen con la comida cuando atraviesan ese proceso. Morales, autora de ¡Qué buena estoy!: Tira las dietas a la basura y vive con salud emocional, trabaja desde un modelo centrado en la alimentación emocional y la aceptación corporal. Su consulta se enfoca especialmente en acompañar a mujeres atrapadas entre dietas, culpa y atracones para reconstruir un vínculo más libre con su cuerpo.
Detrás de las 600.000 personas que han tenido que dejar sus hogares atrás y venirse a vivir a España, existen relatos personales atravesados por despedidas, pérdidas y un cambio profundo de identidad. “Migrar no es solo mudarte de país, es mudarte de piel. Es dejar atrás quién eras en lo cotidiano: el café de siempre, el saludo del vecino, el pan que sabía a tu pan. Y claro, el cuerpo también lo nota. En medio de tanto cambio, la comida se convierte en refugio: en algo que te calma y te conecta con lo que eras”, explica la psicóloga.
La comida como puente emocional cuando el hogar queda lejos

Ana Morales señala además que, cuando se migra, “el cuerpo también echa de menos”. Los sabores y las texturas de los platos familiares actúan como un recordatorio de origen, como un anclaje emocional en medio del desarraigo. “Un guiso, una empanada, una sopa, un trozo de pan… pueden tener más poder que cualquier palabra. Porque cuando cocinas lo que comías en casa, vuelves a pertenecer, aunque estés a miles de kilómetros”, afirma.
Ese retorno simbólico convierte a la comida en un gesto que sostiene identidades que aún buscan su lugar. “Cada plato que cocinamos lejos de casa es una forma de volver. Comer no es solo nutrirse: es recordar, es mantener viva la identidad cuando todo lo demás cambia”, añade. Pero Morales alerta de que, cuando la distancia duele, la comida puede pasar de ser un puente a convertirse en anestesia.
“Comer calma. Por unos minutos no piensas, no duele, no echas de menos. Pero cuando usas la comida para tapar, el alivio dura lo que tarda el estómago en llenarse. Después llega la culpa. Y lo único que intentabas era no sentir tanto. Es un consuelo que se vuelve castigo”. Este es el mismo proceso que viven las personas que sufren trastornos alimenticios como la bulimia. Piensan en la comida como un lugar seguro, como un premio que van a adquirir al final de una larga jornada, pero finalmente termina convirtiéndose en un bucle del que no pueden salir. Comer-disfrutar-expulsar; así podríamos definir ese trayecto que viven casi a diario los afectados por esta condición.
“A veces comemos por falta de abrazos”

El duelo migratorio también se expresa en el cuerpo. La soledad, la pérdida de referentes y la ausencia de vínculos sólidos se convierten en detonantes emocionales. “No siempre comemos por hambre. A veces comemos por falta de abrazos, de conversación o de silencio. Es una forma de decir ‘necesito cariño’, pero con la boca llena”, señala la experta.
Esa relación, explica, no es un problema de fuerza de voluntad ni de disciplina alimentaria, sino un mecanismo de regulación emocional: ansiedad, nostalgia, miedo, desarraigo. “Muchas mujeres migrantes con las que trabajo no están luchando contra su peso, sino contra la soledad. Comen para calmar, para conectar, para sobrevivir al vacío que deja lo conocido”.
Un duelo que nadie reconoce

Morales describe el duelo migratorio como “un duelo sin funeral ni fecha”. No hay rituales sociales ni símbolos que validen esa tristeza. “Migrar te exige ser fuerte, adaptarte rápido, agradecer lo que tienes. Pero en ese mandato de estar bien se esconde una tristeza muy profunda que casi nunca se nombra”, explica.
A eso se suma la presión de ser agradecido por la oportunidad recibida. “Muchas personas sienten que no pueden decir que están tristes o perdidas, porque ‘han tenido suerte’. Así que lo callan. Y cuando no se puede llorar, se come. Cuando no se puede hablar, se traga”.
En su contacto con Infobae España, la psicóloga subraya que la comida no debe entenderse como una amenaza, sino como un recurso que aparece cuando las palabras faltan. “La comida cumple un papel de supervivencia. Es lo que te da un trozo de normalidad en medio del caos. No es el problema, es el intento de solución. Es la forma más básica de decir ‘esto me duele’ sin tener que explicarlo con palabras”.
La clave —insiste— es no quedar atrapada en esa vía de supervivencia: “El problema no es que la uses, sino que te quedes atrapada ahí, sin darte cuenta de lo que estás intentando calmar”. Mirar la relación con la comida “con curiosidad, no con culpa”, es un primer gesto de cuidado. “No se trata de comer menos, sino de preguntarte qué estás intentando calmar. Si miras eso con ternura, ya estás sanando un trocito”, asegura.
Pequeños gestos para sostenerse lejos de casa
Morales propone algunas pautas para acompañar este proceso:
- Darse permiso para echar de menos: la nostalgia, dice, “no es debilidad, es amor por lo que tuviste”.
- Buscar comunidad para reconstruir vínculos compartiendo mesa, historias o recetas.
- Cuidar la rutina corporal sin perseguir la perfección: dormir, moverse y comer de forma regular.
- Pedir ayuda cuando la comida se convierte en la única compañía.
“A veces solo necesitas que alguien te acompañe a ponerle palabras a lo que llevas tiempo callando. No hace falta dejar de comer para sanar, sino empezar a escucharte mientras comes”, concluye la especialista.
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