Agua y jabón para lavarse las manos, el descubrimiento que revolucionó la medicina del siglo XIX y salva millones de vidas cada día

El doctor húngaro Ignaz Semmelweis es conocido como “el salvador de las madres”, pues lavándose las manos evitó que miles de mujeres murieran al dar a luz

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Un sanitario lavándose las manos
Un sanitario lavándose las manos antes de atender a un paciente. (AdobeStock)

“Los médicos son caballeros y las manos de un caballero siempre están limpias”. Esta fue la respuesta de un doctor del siglo XIX cuando uno de sus colegas, el húngaro Ignaz Philipp Semmelweis, propuso que los médicos se lavaran las manos de forma sistemática antes de atender a sus pacientes.

Esta idea tan sencilla, que en su día fue menospreciada y tomada como un insulto por cierta parte de la comunidad científica, ha salvado la vida de millones de personas. La historia de la medicina recuerda hoy a Semmelweis como “el salvador de las madres”, pues evitó que miles de mujeres y niños murieran después del parto con un gesto tan sencillo como desinfectarse las manos antes de ayudar en el alumbramiento.

Fue en 1847 cuando, en un hospital obstétrico de Viena, Semmelweis observó una elevadísima tasa de fallecimientos en recién nacidos y en las parturientas por la fiebre puerperal, que es una infección bacteriana del tejido endometrial potencialmente grave que, sin tratamiento, resulta mortal.

Este doctor de origen alemán comenzó a lavarse concienzudamente las manos con agua y jabón antes de atender los partos y las cifras de muertes pronto disminuyeron drásticamente. Sin embargo, pese al evidente éxito de este método, sus compañeros de profesión no le perdonaron que Semmelweis les acusara, indirectamente, de haber sido responsables de todos aquellos fallecimientos.

Semmelweis fue despedido, cayó en un problema de alcoholismo y desarrolló una profunda depresión. Su esposa y sus seres más cercanos temieron por su vida y fue internado en un hospital psiquiátrico en 1865. Solo dos semanas después del ingreso, Semmelweis murió por septicemia a los 47 años tras la infección de una herida provocada, presuntamente, por una paliza propinada por los guardias del centro.

Un sanitario lavándose las manos
Un sanitario lavándose las manos antes de atender a un paciente. (AdobeStock)

Higiene de manos, el primer escudo frente a las infecciones

Esta acción tan aparentemente simple como lavarse las manos es la responsable de haber salvado millones de vidas. Frotarse las manos con agua y jabón es, indudablemente, una de las medidas más efectivas para prevenir infecciones y enfermedades. Nuestras manos están en contacto constante con superficies, personas y objetos, lo que facilita la acumulación de gérmenes. Si luego tocamos nuestra cara (los ojos, la nariz o la boca), estos microbios pueden entrar en el cuerpo o transmitirse a otros.

La Clínica Mayo aconseja realizar el lavado de manos especialmente en momentos clave: antes de preparar o comer alimentos, después de usar el baño, tras toser o estornudar, al manipular basura, al cuidar a personas enfermas o al interactuar con animales. También destaca que no se puede eliminar por completo la presencia de gérmenes, pero lavar las manos con frecuencia limita su propagación.

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En cuanto a la técnica, la Clínica Mayo recomienda usar agua corriente y jabón “normal”, ya que los jabones antibacterianos de venta libre no suelen ser más eficaces que los convencionales. El procedimiento ideal incluye mojarse las manos, aplicar jabón para formar espuma, frotarlas durante al menos 20 segundos —incluyendo palmas, reverso, entre los dedos, muñecas y bajo las uñas—, enjuagar y secar con una toalla limpia o al aire. Cuando no hay agua y jabón, se admite el uso de desinfectantes de manos con al menos un 60 % de alcohol, siempre que las manos no estén visiblemente sucias.