
Alberto Núñez Feijóo vuelve a inclinarse a defender a sus “hombres fuertes” autonómicos del Partido Popular cuando éstos se encuentran bajo presión. En las últimas semanas, el líder popular ha intensificado su papel de escudo político frente a las crisis que amenazan a los gobiernos autonómicos de su partido. Lo hizo durante un año en la Comunidad Valenciana, cuando defendió públicamente la gestión de Carlos Mazón antes de su salida del cargo, y lo repite ahora en Andalucía, donde Juan Manuel Moreno Bonilla afronta una de las mayores tempestades de su mandato: la crisis de los cribados de cáncer de mama.
Feijóo ha optado por cerrar filas en torno al presidente andaluz, blindándolo frente a las críticas y evitando pedirle responsabilidades por los fallos detectados en los programas de detección temprana. Mientras la oposición multiplica las acusaciones de negligencia, Feijóo ha preferido desviar el foco, acusando al PSOE de “instrumentalizar la sanidad” y de carecer de “límite moral ni legal”. Sus palabras, pronunciadas en un acto reciente, no aludieron directamente al problema sanitario, pero sí sirvieron para marcar la línea de defensa: el ataque no se dirige al Gobierno andaluz, sino al intento socialista de usar el escándalo con fines partidistas.
Moreno se aferra a la lealtad de Génova en plena tormenta andaluza
La crisis de los cribados se ha convertido en una herida abierta para el Ejecutivo de Moreno Bonilla. Lo que comenzó como un fallo técnico en el sistema de citaciones ha derivado en una tormenta política que ha puesto en cuestión la gestión sanitaria de la Junta. Decenas de miles de mujeres quedaron fuera de las revisiones durante meses, y las explicaciones oficiales —tardías y confusas— no lograron contener el malestar. En el Parlamento andaluz, PSOE, Por Andalucía y Adelante Andalucía han exigido dimisiones, mientras las asociaciones de pacientes y profesionales sanitarios reclaman una investigación independiente.
Moreno, hasta ahora acostumbrado a navegar con calma gracias a su mayoría absoluta, se ha visto obligado a replegarse sobre su núcleo más fiel. Antonio Sanz, su consejero de Salud y antiguo mano derecha en Interior, ha asumido el papel de escudo interno: es él quien da la cara en los debates, quien se reúne con los sindicatos y quien asume las críticas. Desde la Junta se transmite la idea de que se trata de un “problema técnico, no político”, pero la narrativa hace aguas a medida que crece la indignación ciudadana y que las protestas comienzan a salir a la calle.
Ante ese escenario, Feijóo ha actuado como cortafuegos. Su intervención no ha sido casual: la dirección nacional teme que el deterioro del relato de buena gestión —el pilar del “modelo andaluz” del PP— se contagie a otras comunidades gobernadas por el partido. Por eso, Génova ha optado por reforzar la imagen de Moreno como gestor “serio y responsable”, intentando aislar el caso en el plano técnico y evitar que la crisis se traduzca en desgaste electoral a nivel nacional.
La consigna es mantener la calma, contener el ruido mediático y proyectar cohesión. Feijóo considera que exponer públicamente a uno de sus principales referentes territoriales sería un error estratégico que debilitaría la autoridad del partido en el conjunto del país. En lugar de marcar distancias, ha preferido hacer cuerpo común, presentándose a su lado y desviando la conversación hacia el terreno político general, donde se siente más cómodo: la confrontación con el Gobierno de Pedro Sánchez.
De Mazón a Moreno: la estrategia del escudo como línea de defensa

La secuencia no es nueva. Desde el estallido de la crisis provocada por la DANA en la Comunidad Valenciana, que dejó 229 víctimas, Feijóo jugó el papel de respaldo incondicional a Carlos Mazón. En los meses siguientes la dirección nacional del PP emitió elogios constantes hacia Mazón, “orgullosos” de su gestión y garantizando públicamente su respaldo incluso cuando las críticas crecían.
Ese respaldo se prolongó más de un año hasta que, ya sin margen político para sostener el liderazgo autonómico, Mazón presentó su dimisión. En aquella ocasión, el líder popular elogió su “decisión correcta” y evitó entrar en valoraciones críticas sobre su gestión o sobre las tensiones internas con Vox. El mensaje fue idéntico: unidad, serenidad y respeto por los tiempos. Feijóo asumió el rol de protector del liderazgo autonómico, intentando frenar la hemorragia política y evitar que el caso valenciano se convirtiera en un nuevo frente de inestabilidad.
El paralelismo entre ambos episodios es evidente. En ambos casos, Feijóo ha intervenido no para resolver las crisis de fondo, sino para amortiguar sus efectos mediáticos y blindar la cohesión interna del partido. Su figura actúa como un escudo que absorbe la presión exterior, neutraliza las voces críticas y proyecta una imagen de control. Se trata de una estrategia calculada: el líder popular necesita mantener la narrativa de que el PP gobierna “con eficacia y estabilidad” en sus territorios, incluso cuando los hechos complican ese relato.
Esta política de blindaje tiene, sin embargo, un coste implícito. A medida que Feijóo asume el papel de protector de los barones autonómicos, se diluye la línea que separa la dirección nacional de las gestiones regionales. Cada crisis local acaba arrastrando su capital político. En el caso andaluz, la implicación directa del líder del PP en la defensa de Moreno Bonilla vincula su credibilidad al desenlace del escándalo sanitario. Si la crisis se agrava o derivan responsabilidades políticas, el impacto ya no será solo andaluz.
Madrid entra en escena
Mientras Feijóo se vuelca en apagar los incendios del sur, otro foco empieza a encenderse en el centro: Madrid. Su programa de cribado de cáncer de colon —PREVECOLON— sufrió una “incidencia” el 5 de febrero, cuando alrededor de 500 personas recibieron cartas erróneas notificándoles un resultado negativo cuando sus pruebas eran —o su médico había dicho que eran— positivas.
Este episodio acontece en un momento delicado para el PP: si bien la crisis de Madrid no está todavía “explosiva” como la andaluza o valenciana, el hecho de que un partido que presenta su “modelo autonómico” como ejemplo de buena gestión vea fallos tan básicos llega en mal momento para Feijóo.
El líder del PP intenta mantener un equilibrio interno con una estrategia de perfil bajo: apoyar a los suyos sin entrar en el detalle de los conflictos y sin exponer grietas. Pero el coste político de ejercer de escudo permanente empieza a ser evidente. Con Moreno acorralado por la crisis sanitaria, Mazón fuera del tablero y Ayuso camino de una Andalucía 2.0, el líder del PP se ve obligado a sostener un equilibrio precario entre el respaldo a sus barones y la preservación de su autoridad nacional.
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