
Por razones que quizá resulten familiares para muchos jóvenes titulados, Judith, de 28 años y natural de Castellón, decidió dar un giro a su vida profesional a mediados de 2024. Tras dos años y medio trabajando en una empresa internacional de doblaje y subtitulación, sintió que el camino que había imaginado para sí misma se estrechaba. “En el trabajo yo estaba bien, no había ningún problema. Me llevaba muy bien con los compañeros, el trabajo en sí me gustaba”, recuerda en conversación con Infobae España. “El problema era que me sentía un poco estancada a nivel económico”, añade.
Judith, graduada en Traducción e Interpretación, había conseguido su primer trabajo en una multinacional. No obstante, como otros muchos jóvenes con estudios superiores, buscó la vía del funcionariado para escapar de la precariedad laboral. Según el INE, el paro juvenil en España cerró 2023 en torno al 28%, uno de los más altos de la UE, y la inestabilidad golpea especialmente a titulados en ramas de humanidades y artes.
Judith lo vivió de cerca y sintió que, si no arriesgaba, el futuro que deseaba, con estabilidad y posibilidades de formar una familia, quedaría lejos. “Siempre he sido una chica que quería ser madre y llevo ya tres años con mi pareja. O tomaba otro camino o iba a ser muy complicado”.
De las lenguas a la Administración: un giro inesperado
La influencia familiar jugó un papel innegable. “Mi madre y mi hermana son opositoras. Una es maestra y mi madre es del Ayuntamiento y siempre me habían metido esa idea”, confiesa entre risas. Durante años, se resistió. Quería dedicarse “a lo que le gustaba”. Pero el cansancio emocional y la falta de proyección terminaron inclinando la balanza.
La joven admite que no conocía el mundo de las oposiciones más allá de las “típicas”. “No tenía mucha idea de cómo estaba el panorama, aparte de las de profesor o policía. Al final, buscando y buscando, encontré estas del Cuerpo de Gestión, que era como un nivel superior al administrativo, porque te pedían una carrera universitaria y no solo el bachiller”, explica.
Pero lo que realmente le llamó la atención fue la amplitud de caminos dentro del Estado, pudiendo “trabajar en cualquier Ministerio”. Además, la decisión llegó en un momento donde la joven no sabía si volver a su ciudad natal o estudiar. “No tenía muy claro qué hacer, pero al final dije: ‘He encontrado esto que me llama la atención, voy a por ello y ya está. Es el camino que quiero seguir’”, subraya a este diario.
“¿Dónde me he metido?”: el primer contacto con las oposiciones
Pero el paso de la teoría a la práctica no fue tan plácido como esperaba. “Me acuerdo de que la academia me envió el temario a casa y me llegaron dos cajas gigantes de archivadores con los apuntes”, relata Judith. Una cantidad que fue poco menos que una sorpresa: “Madre mía, ¿dónde me he metido?”, recuerda que pensó. Para alguien acostumbrada a un aprendizaje aplicado y práctico, el cambio fue brusco: “Mi carrera de traducción era mucho más práctica. Llevaba muchos años sin ponerme a estudiar... No sabía ni la forma que tenía el BOE”, admite.
Un paso clave, ya que como dice Judith, “la mayoría de las oposiciones empiezan con la Constitución”. No obstante, el contenido tampoco fue muy complejo, tenía “cosas muy generales” y “no se metía en cosas de derechos y leyes”. “Fue un inicio bastante bueno”, mezclado con la motivación de cambiar y conseguir el objetivo.
Uno de los principales retos fue compaginar el trabajo con el estudio de la oposición. Afortunadamente, Judith pudo apoyarse en el teletrabajo. “Tenía dos o tres días a la semana”, indica. El mayor problema estaba en el tiempo perdido en los desplazamientos. “Estoy viviendo con mi pareja en Alcorcón y hasta la oficina tardaba una hora ir y otra en volver. Ese tiempo era tiempo perdido en estudio en ese momento”, ejemplifica.
Un verano encerrada y una presión invisible
Quien haya opositado reconocerá el reto de estudiar mientras el mundo sigue girando. Para Judith, el sacrificio se hizo mayúsculo cuando llegaron los días de vacaciones de sus familiares y amigos. “Fue bastante duro porque mis amigos iban a la piscina, al pueblo... y yo me quedaba encerrada en casa”, declara.
Aun así, intentó no aislarse del todo y “un día a la semana no tocaba nada de apuntes”. Al contrario, era una jornada para disfrutar con las amigas o la pareja. Sin embargo, también reconoce que durante ese periodo tuvo momentos de bajón. “No puedo, no voy a llegar, a la primera no voy a aprobar”, eran pensamientos que pasaban frecuentemente por su cabeza. “Es una oposición que la gente se saca en el doble o en el triple de tiempo”, indica la joven.
No obstante, nunca pensó en abandonar: “Tuve momentos de pensar: ‘Ostras, esto me va a costar mucho más de lo que pensaba’, pero no como para decir: ‘Me rindo’”.
El día del examen y un retraso burocrático sin explicación
Diciembre fue el mes elegido para el ‘Día D’. Allí se iba a decidir si todo el esfuerzo y sacrificio habían dado sus frutos. “El último mes se me hizo muy pesado”, confiesa, sobre todo por las expectativas que ella misma se había puesto y por todo el tiempo invertido. La publicación de las notas llegó en plena emoción familiar. “Me acuerdo de que justo se casaba mi hermana en una semana. Estaba supernerviosa. Se rumoreaba que la nota iba a salir muy pronto. Digo: ‘¡Buah! Ojalá pase y lo pueda celebrar y esté el verano tranquila’”.
Y así fue. Cuando vio su nombre entre los aprobados, sintió un alivio inmediato: “Lo primero que pensé fue: ‘Dios mío, no voy a tener que volver a estudiar más’”, confiesa entre risas. No obstante, a pesar de aprobar la oposición, todavía no está ejerciendo. El proceso de incorporación se ha retrasado hasta el día de hoy, sin una explicación oficial clara. “No han dado ninguna explicación, la verdad. Salieron las notas en mayo y dijeron que el curso sería después de verano, en octubre. Y en agosto dijeron que se atrasaba a febrero. No han dado ningún tipo de explicación”, explica a Infobae España.
Opositar como refugio ante la precariedad laboral
Judith tiene claro por qué tantas personas de su generación están optando por opositar. “Lo estoy viendo en mucha gente de mi alrededor. Sobre todo la gente que está más enfocada en un campo más artístico, más de letras, como ha sido mi caso. Es muy complicado”, resume, ante la paradoja que viven muchos jóvenes: “Te piden experiencia, pero si acabo de salir de la universidad, ¿qué experiencia voy a tener?”, reclama.
Además, destaca la diferencia entre sector público y privado: “Aprovechan esa condición para pagarte lo mínimo”, denuncia. Por eso, para todos aquellos que quieren buscar su camino, la Administración pública se convierte en una luz al final del túnel. “Te ofrecen seguridad, proyección y conciliación real”, enumera. “En mi caso, que quería ser madre, la empresa pública te da muchísimas facilidades para conciliar temas de horarios o permisos… Son mucho más flexibles que la empresa privada. Entonces, es muy buena alternativa”, sentencia.
A pesar de ello, lejos de vender un discurso idealizado, Judith subraya que su caso (aprobar en seis meses) no es lo habitual. “Tuve mucha suerte y en seis meses me lo saqué, pero no es lo normal y para nada quiero vender que eso es lo normal”, sentencia.
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