
El fenómeno de la llamada Iglesia Cristiana Palmariana de El Palmar de Troya, un pueblo de Sevilla de cerca de 2.000 habitantes, es uno de los episodios más singulares y polémicos de la religiosidad contemporánea en España. Dicho con menos eufemismos, es una de las historias más locas del país en el siglo XX (y ya es decir), y explica por qué en medio de la nada, en pleno campo andaluz, hay un megaedificio religioso con una arquitectura única en Europa.
Un edificio que normalmente es un recinto cerrado y muy vigilado, pero que este domingo busca dejar atrás su fama de hermético y abre por primera vez sus puertas para que los asistentes puedan presenciar las procesiones de la Santa Faz y de la Virgen del Palmar Coronada, desde las 20:00 horas. Lo hace, eso sí, con unas normas que, fiel a su estilo, han generado controversia. Y es que, entre muchas otras exigencias, en sus canales oficiales ha especificado que “no está permitido que los homosexuales se den la mano ni lleven logotipos blasfemos, ni ninguna forma de inmoralidad”, mientras que las mujeres tendrán prohibido llevar pantalones y deberán ir con “vestidos largos hasta el tobillo, blusas cerradas hasta el cuello y mangas que lleguen a la muñeca”... Pero, ¿qué es la Iglesia Cristiana Palmariana?
Todo comenzó en la primavera de 1968, cuando cuatro niñas de El Palmar de Troya —Ana García, Rafaela Gordo, Ana Aguilera y Josefa Guzmán— afirmaron haber visto a la Virgen María en la finca de La Alcaparrosa. Sus relatos, recogidos por la prensa local, desencadenaron una ola de fervor popular y atrajeron a devotos de toda Andalucía. De repente, este pueblo que no era ni un pueblo —porque en ese entonces se consideraba pedanía—, se transformó en un nuevo Lourdes.
No tardaron en sumarse nuevos testimonios: mujeres como Rosario Arenillas y María Marín declararon haber presenciado apariciones similares, mientras que supuestos éxtasis místicos y milagros siguieron impulsando la creciente devoción. Pese a la negativa del arzobispo de Sevilla a reconocer estos fenómenos, el lugar se convirtió en enclave de peregrinación. “Todos los que se acercan a El Palmar de Troya lo viven como un momento feliz. Si ves el primer capítulo, es un momento positivo. “Todos llegan allí y están con gente muy parecida a ellos, se sienten arropados, se entienden... Todos o casi todos ven a la Virgen o, por lo menos, creen estar cerca de ella”, ha contado en una entrevista con Fórmula TV el director Israel del Santo, que ha contado esta historia en una serie de Movistar+ estrenada en 2020.
Todo cambia con la llegada a la zona de Clemente Domínguez y Manuel Alonso Corral, que visitan el lugar por curiosidad y que terminarán instrumentalizando la devoción popular en un movimiento organizado (o, dicho también con menos eufemismos, una secta).
Clemente Domínguez y el surgimiento de la secta
Clemente Domínguez no destacaba por nada en particular, como prueba el hecho de que era contable de profesión y cura frustrado de afición. “Hay una anécdota maravillosa de Clemente y Manolo, que van a un seminario a preguntar qué hay que hacer para ser cura y allí les dicen que tienen que hacer una serie de cursos y ellos dijeron que era mucho. Un año y siete meses después, era Papa”, señala Israel del Santo en Fórmula TV. Poco a poco, asumieron el liderazgo espiritual del grupo, autoproclamándose receptores de mensajes celestiales y a relatar supuestos éxtasis y estigmas. “Uno era la fachada porque resultaba convincente y el otro, el cerebro que movía los hilos por detrás, encargado del ideario y de la organización”, cuenta Jorge Decarlini en ¡Milagro! (Libros del K.O.), que narra la historia de ambos.
Durante este periodo, y gracias a la creciente notoriedad del enclave, los líderes del grupo lograron atraer a nuevos fieles y, con ellos, donaciones sustanciales tanto de España como del extranjero. Así consolidaron su autoridad y empezaron a desarrollar rasgos característicos de una estructura sectaria, con reglas estrictas, discursos apocalípticos y una relación cada vez más conflictiva con las autoridades eclesiásticas de la provincia.
Fundación y consolidación de la Iglesia Palmariana
Entra en escena, por si la historia no era lo suficientemente rocambolesca, el arzobispo vietnamita Pierre Martin Ngô-Dinh-Thuc, hermano del presidente de su país y que durante un tiempo se dedicó a ordenar sacerdotes a espaldas del Vaticano, hasta que fue excomulgado. Entre los obispos que nombró, se encontraban Clemente Domínguez y Manuel Alonso Corral, y así es como la congregación se transformó en una nueva orden religiosa, inicialmente legítima.
No duró mucho: pronto evolucionó hacia una organización completamente escindida de la Iglesia Católica. Los palmarianos afirman que el cisma real no lo causaron ellos, sino la Iglesia de Roma, a la que acusaban de “apartarse de la verdadera fe” tras el Concilio Vaticano II. Después de la muerte de Pablo VI en 1978, Clemente se autoproclamó papa Gregorio XVII. Según los relatos palmarianos, esta coronación recibió el aval místico de Jesucristo en una visión. Hoy se le conoce también como “el antipapa ciego”, porque cuando subió al trono lo hizo con los párpados cosidos, después de que un accidente de tráfico obligase a los médicos a vaciarle las cuencas de los ojos.

Y el 30 de mayo de 1975, otra presunta aparición instó a la construcción de un santuario propio: las obras de la Basílica-Catedral de El Palmar de Troya se iniciaron con créditos bancarios y aportes económicos donados por fieles. De manera simultánea, la organización afrontó denuncias de fraude fiscal y evasión de controles legales sobre las donaciones recibidas. Por su parte, la Iglesia Católica excomulgó a todos los participantes y se distanció pública y doctrinalmente del grupo.
El Vaticano palmariano
La Iglesia Cristiana Palmariana levantó en El Palmar de Troya uno de los complejos religiosos más peculiares del sur de Europa. La monumental Basílica-Catedral de Nuestra Señora del Palmar Coronada, con una arquitectura exterior renacentista y una combinación de estilos interiores, destaca por sus 15 capillas laterales y un perímetro protegido por muros de hormigón.

El enclave incluye además el Palacio Apostólico y las residencias del ‘pontífice palmariano’. En lo institucional, la Iglesia Palmariana consiguió establecerse legalmente como asociación religiosa en 1988, aunque debió retirar la palabra “católica” de sus estatutos y conservar exclusivamente la denominación “carmelita”. La iglesia se llama palmariana, por cierto, porque no reconoce la autoridad del Vaticano y considera que “su Sede está ahora en El Palmar de Troya-Sevilla, España”, explica en su página web.
El hermetismo y la exclusividad se convirtieron en sellos de identidad de la organización. El acceso está reservado a los miembros, especialmente en las celebraciones clave de Semana Santa y Año Nuevo, y la toma de imágenes está estrictamente prohibida (este domingo, la prensa tiene prohibido el acceso). Los palmarianos implementaron normas disciplinares severas: misas breves en latín según una liturgia propia, separación física de hombres y mujeres en los rituales, obligación para las mujeres de cubrir la cabeza y vestir de manera formal, y prohibición estricta de usar pantalón.
La organización también restringe el contacto de sus adeptos con el exterior: los fieles no pueden consultar prensa, ver televisión, interactuar con exmiembros ni utilizar internet. El grupo promueve abiertamente el aislamiento social con la justificación de “proteger la pureza doctrinal y evitar la apostasía”. “Existe un sometimiento claro y una ausencia de libertad, porque si no, no perteneces al grupo. Cuando esto se mezcla con lo sexual, ahí ya están tocando lo más íntimo de una persona. Ya no es el hecho de que sea feo tocar nuestra parte sexual, lo que es terrible es controlarla”, ha señalado Israel del Santo. El propio Clemente Domínguez reconoció en los años 90 que había abusado sexualmente de ‘sacerdotes’ y ‘monjas’ de la orden.
Un papa que acabó en ‘Interviú’
Los papas palmarianos (Gregorio XVII, Pedro II, Gregorio XVIII y Pedro III) han mantenido líneas doctrinales ultraconservadoras, pero las investigaciones que existen sobre ellos retratan unos personajes más bien libertinos. En este sentido, destaca sin duda Ginés Hernández, “militar murciano que acabó proclamado Papa Gregorio XVIII”, cuenta El Periódico de Cataluña. “A este le pirraban los caballos. Tenía 15, cartujanos y pura sangres británicos de carreras. Un buen día se cansó, colgó la tiara y huyó con Nieves, una amiga. Acabó protagonizando con ella unos desnudos muy vistosos en la revista Interviú”.

A lo largo de su trayectoria, la Iglesia Palmariana ha protagonizado múltiples episodios de cisma interno, excomuniones y polémicas que incluyen abusos sexuales, fraudes y bacanales. Ha nombrado santos a Francisco Franco, Luis Carrero Blanco o José Antonio Primo de Rivera, y ha excomulgado a Juan Carlos I.
Pero por encima de estas anécdotas, destacan los testimonios que denuncian explotación laboral y control coercitivo. Como escribe en su libro Jorge Decarlini: “Cuando entré en la finca, de casi 12 hectáreas, no me imaginaba que hubiese tal cantidad de menores, pero entonces confirmé con mis propios ojos que la Iglesia palmariana induce a sus fieles a tener muchos hijos para que haya cantera. Cuantos más, mejor, por lo que los animan a procrear”.
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