
Maria Branyas Morena, nacida en San Francisco en 1907 y residente en Cataluña desde 1915, falleció el 19 de agosto de 2024 en la residencia Santa María del Tura, en Olot (Girona). Con 117 años y 5 meses, se convirtió en la persona más longeva del mundo y la octava más longeva de la historia.
Desde niña, Maria fue testigo de algunos de los grandes hitos del siglo XX: la pandemia de gripe de 1918, la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y la llegada del hombre a la Luna. Trabajó como enfermera en el frente republicano y sobrevivió a la COVID-19 en 2020.
Envejecimiento y enfermedad, ¿unidos?
Convertida en un caso científico único, Maria Branyas donó saliva, sangre, orina y heces para un estudio multiómico coordinado por Manel Esteller, jefe del grupo de Epigenética del Cáncer del Instituto de Investigación contra la Leucemia Josep Carreras. “Era una persona muy vieja y muy sana” afirmó Esteller a La Vanguardia.
“Tenemos la concepción de que envejecer equivale a enfermedad y que una cosa tiene que ir necesariamente con la otra. Pero esta señora nos ha demostrado que hasta cierto punto esto no tiene por qué ser así”, afirmó Eloy Santos, primer autor del estudio.
El análisis incluyó genoma, microbioma, transcriptoma, metaboloma, proteómica y epigenómica, explorando por primera vez la biología de alguien tan longeva con un nivel de detalle que nunca antes había habido.

Un sistema inmune excepcional y una salud cardiovascular intacta
Uno de los hallazgos más sorprendentes fue la potencia de su sistema inmunitario. “María tuvo una covid muy leve, algunos de los motivos de esa levedad quizá los sabemos ahora con este estudio”, explicó Esteller.
Sus células de defensa eran altamente eficientes, con memoria inmunológica que le permitía combatir infecciones sin desarrollar enfermedades autoinmunes.
Su corazón estaba sano, sus arterias limpias, y no presentaba tumores ni enfermedades neurodegenerativas. Además, su metabolismo de lípidos y función mitocondrial eran excepcionales. “En el caso de María, las mitocondrias eran máquinas de eliminar radicales libres y oxidación muy buenas”, señaló Esteller.
Telómeros cortos, pero edad biológica joven
A pesar de tener telómeros (regiones protectoras de ADN en los extremos de los cromosomas) hasta un 40% más cortos que la media, ya que era un indicador del envejecimiento de las células, Maria mantenía una salud de sobresaliente.
La edad biológica de la supercentenaria, estimada mediante relojes epigenéticos, era de 94 años, 23 menos que su edad real. “Ninguno de los relojes epigenéticos, sin importar el tejido, daba con su edad. Ninguno pudo predecir de ninguna manera que esta señora tenía 117 años”, indicó Santos.

Una genética privilegiada y un microbioma saludable
Uno de los secretos de Maria era las variantes genéticas raras que había heredado y que estaban relacionadas con la longevidad, la reparación del ADN, la función inmune y cerebral y la eficiencia mitocondrial.
“No hay un único proceso biológico asociado con el envejecimiento saludable y la longevidad, sino una combinación de variantes raras en múltiples genes que, trabajando de manera coordinada, probablemente favorecieron su longevidad extraordinaria”, escribieron los autores en Cell Reports Medicine.
Además, su microbioma intestinal mostraba abundancia de bacterias beneficiosas, como Bifidobacterium, y escasez de bacterias perjudiciales. Es más, la dieta equilibrada y que consumía tres yogures al día sin azúcar, ayudó a su longevidad.
“Creemos que la ingesta de yogur a través de la modulación del ecosistema intestinal pudo contribuir a su bienestar y edad avanzada”, apuntaron los investigadores.
Actitud, ética y respeto por la investigación
Más allá de la biología, Maria atribuía su longevidad a “el orden, la tranquilidad, la buena conexión con la familia y los amigos, el contacto con la naturaleza, la estabilidad emocional, la falta de preocupaciones y arrepentimientos y a mantener una actitud positiva y alejarse de la gente tóxica”. Incluso, quería que la investigaran. Santos recalcó que todas las muestras fueron obtenidas respetando la comodidad de Maria.
“Ya en vida extrajimos aquellas muestras que implicaran molestarla lo menos posible, que fueron saliva, sangre, orina y heces. No entramos a estudiar nada que implicara molestarla demasiado, porque una cosa es que sea generosa y preste sus muestras para el estudio y otra cosa es aprovecharse”. Tras su fallecimiento, no se analizaron tejidos ni órganos por respeto a la familia.
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