
El 8 de septiembre de 2025, la tranquilidad en la vivienda familiar de Breña Alta, en la isla de La Palma, se rompió. Al llegar a casa, la pareja de Eugenia Paiz percibió un fuerte olor a gas butano. Dentro encontró una escena que le heló la sangre: Rebeca, de 32 años, yacía sin vida; Eugenia, su madre, estaba semiinconsciente en el suelo.
Ambas habían inhalado gases tóxicos. Lo que parecía un acto desesperado por acabar con todo se ha convertido en uno de los casos judiciales y sociales más controvertidos de la isla.
Días después, el 12 de septiembre, tras recuperarse en la Unidad de Cuidados Intensivos, Eugenia fue trasladada a prisión preventiva comunicada y sin fianza. La acusación inicial de homicidio se transformaba en asesinato con la agravante de vulnerabilidad, dado que la víctima vivía con autismo severo y una discapacidad intelectual grave.
Una vida en torno a Rebeca
Eugenia Paiz se convirtió en madre muy joven, con apenas 19 años. Pronto recibió la noticia que transformaría su vida: su hija Rebeca había sido diagnosticada con autismo kanneriano, una de las formas más severas del espectro autista, asociada a retraso intelectual profundo.
El diagnóstico llegó acompañado de soledad. El padre de Rebeca se desentendió de la niña poco después de nacer y falleció años más tarde, dejando a Eugenia como única referente y cuidadora. “Cognitivamente, Rebeca tiene la mente de un niño de dos años”, explicaba ella misma en entrevistas.
Pero lo que al principio era una carga insoportable se transformó en un vínculo indestructible. Madre e hija vivieron una vida casi simétrica, descrito por allegados como una auténtica simbiosis. En 2023, al recibir el Premio Damo, Eugenia lo expresó con palabras que hoy resuenan con fuerza.
“La premiada es mi siamesa, Rebeca, la mujer con alma de niña y la niña con mirada de mujer. Gracias hija por regalarme tus manos y tu mirada para construirnos juntas”, expresó.

Del cuidado al activismo
La experiencia personal de Eugenia se convirtió en motor colectivo. Desde su propio dolor fundó la asociación Madres por la Discapacidad, un espacio para madres y familias que, como ella, criaban en soledad y sin recursos suficientes.
Desde allí lideró campañas de sensibilización, organizó redes de apoyo y denunció las deficiencias institucionales que padecían las personas con discapacidad severa.
La denuncia que destapó los abusos en Triana
Uno de los episodios más decisivos de su trayectoria llegó en 2012, cuando decidió denunciar las condiciones el Centro para Discapacitados Triana, donde Rebeca ingresaba de manera intermitente.
Al recoger a su hija un fin de semana, Eugenia quedó horrorizada: “La niña de 21 años que yo había dejado, que iba de compras conmigo y había hecho terapia para mejorar su conducta, estaba en silla de ruedas, babeándose y con morados en las manos por las sujeciones que llevaba”.
Su denuncia destapó un entramado de abusos: sujeciones mecánicas abusivas, vertidos de agua fría para “corregir conductas”, aislamiento en espacios de castigo y hasta humillaciones con heces y orina. La presión social y judicial llevó al director del centro a tres años y nueve meses de prisión.
Con ese caso, Eugenia consolidó su papel como referente en la defensa de la dignidad de las personas con discapacidad.
Una voz en las instituciones y escritura como resistencia
Más allá de la denuncia, Paiz intervino en foros y parlamentos. En 2021, en plena pandemia, compareció ante el Parlamento de Canarias para reclamar la flexibilización de los confinamientos, que habían golpeado especialmente a las personas con discapacidad intelectual.
“Sufren y sienten confinamientos como prisiones”, advirtió entonces. Su intervención logró visibilizar una realidad invisible y reforzó su papel de portavoz de un colectivo desatendido.
En 2018, publicó el poemario Expiación, un libro que recogía en clave lírica los momentos más duros y luminosos de su vida junto a Rebeca. “Es un tributo a ella y también a la verdad, que me gusta defender siempre, la verdad por encima de todo”, explicaba.
El desenlace trágico
El 8 de septiembre marcó un antes y un después. El día de antes, Eugenia había publicado un mensaje en redes sociales que pocos imaginarían que sería de despedida. “Las calles se han hecho más estrechas y hay que abrirlas con las manos”, escribía, junto a una foto de ella con Rebeca.
Ahora, para muchos se trata de un grito de ayuda que nadie supo ver ni entender. Esa misma frase, que años antes había pronunciado en el Parlamento, se ha convertido en un testamento enigmático.
La intoxicación por gas dejó a Rebeca sin vida y a Eugenia hospitalizada. Tras su recuperación, llegaría la orden de prisión provisional sobre la mujer a la que llaman la “madre coraje”.

Una reacción social inesperada
No obstante, lo que sorprendió a la isla no fue solo la tragedia posterior. En lugar de reproches, la sociedad se volcó en una ola de empatía y apoyo.
Incluso la abuela paterna de Rebeca escribió en su cuenta de Facebook: “Solo tú sabes lo que llevo a lo sucedido... Mi niña querida DEP. No caigas, luchadora eres y siempre lo has demostrado, no solo con palabras, también con hechos. Hay que ser empática y ponerse en los zapatos de los demás cuando hay por medio una enfermedad mental”.
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