
A tan solo dos kilómetros de alcanzar la costa de Mónaco, el nadador suizo Noam Yaron, de 28 años, se vio obligado a abandonar una de las travesías más exigentes jamás intentadas en el Mediterráneo. Tras 102 horas ininterrumpidas en el agua y cerca de 191 kilómetros recorridos desde Calvi, en Córcega, Yaron debió rendirse ante el agotamiento extremo en una hazaña que, según acaba de relatar al diario francés L’Equipe, buscaba tanto superar los límites humanos como alertar sobre la contaminación que amenaza al mar Mediterráneo.
El desafío de llegar a nado desde Calvi a Mónaco, atravesando el santuario marino de Pelagos, se convirtió en una odisea de cinco días y cuatro noches en la que Yaron, acompañado por su equipo de apoyo y especialistas médicos, se enfrentó a condiciones físicas y mentales extremas. Aunque la meta quedó fuera de su alcance por poco, el nadador considera ahora —en un artículo que ha publicado en el medio francés— que su esfuerzo representa una victoria personal. “De pequeño, tenía sobrepeso. Empecé en el deporte con el judo, y siempre me tocaban rivales más grandes y musculosos que yo. Pero en el agua, me sentía ligero, casi aéreo. Mi sobrepeso ya no importaba, mis complejos desaparecían. Podía ser yo mismo. Así que persistí”, escribe.
Desde sus primeros pasos en la natación, Yaron no parecía destinado a convertirse en un referente de la resistencia en aguas abiertas. “Mis primeros entrenamientos fueron catastróficos: salidas en falso, siempre el último. Un día, el entrenador me dijo delante de todos: ‘Este deporte no es para ti. Para, deja tu lugar’. Tenía ocho años. Eso podría haberme roto. Al contrario, me dio una rabia increíble”, recuerda en su testimonio recogido por L’Equipe. Lejos de abandonar, el joven suizo se propuso demostrar que su lugar era ese, y a los 18 años se coronó campeón junior de Suiza en 3.000 metros en aguas abiertas.
Su historial incluye el nado de los cinco lagos más grandes de Suiza en 2022, con 188 kilómetros recorridos en 11 días, y un triatlón alpino en 2023 que reveló la presencia inédita de una medusa china en el lago de Saint-Moritz. Sin embargo, el Mediterráneo representaba para Yaron un reto mayor, tanto por su imprevisibilidad como por su simbolismo ecológico. Tras un primer intento frustrado en 2024 por una tormenta, el 11 de agosto de 2025 se lanzó de nuevo al mar, decidido a no salir del agua hasta alcanzar Mónaco.
La travesía: quemaduras, alucinaciones...
Pero la travesía pronto se transformó en una lucha contra el propio cuerpo. “El Mediterráneo es imprevisible. Está el viento, las corrientes, la sal. Sobre todo la sal. Quema la piel, los ojos, la boca. Mis labios se abrieron, mis encías sangraban, mi lengua triplicó su tamaño. Mis axilas, mi cuello, mis piernas se cubrieron de heridas. En cada movimiento de brazo —más de 200.000 en total— la carne se desgarraba”, describió el nadador. El equipo recurrió a especialistas en quemaduras para tratar las lesiones, pero tras 102 horas, Yaron sufrió quemaduras de segundo grado en el 15% de su cuerpo y daños pulmonares por la ingestión de agua salada.
El componente mental resultó tan desafiante como el físico. Yaron debió enfrentar uno de sus mayores temores de la infancia: nadar de noche, rodeado de oscuridad y con 2.800 metros de profundidad bajo él. “Cualquier sonido se volvía una amenaza”, confesó. En una de esas noches, un delfín bebé lo golpeó en el vientre y jugó a su lado “Lo tomé como una señal: ‘Continúa’”.
A partir de las 48 horas, las alucinaciones se apoderaron de su mente. “Mi línea de agua se volvía una serpiente. El barco se transformaba en un castillo, creía caminar en un jardín”. Para combatir la fatiga, recurrió a micro-siestas de espaldas y técnicas de hipnosis, visualización y control de la respiración, que le permitieron descansar parcialmente sin dejar de nadar.
El deterioro físico y mental se agravó en la recta final. A dos kilómetros de la meta, el nadador suplicó a su equipo que lo sacara del agua. “No podía más, me preguntaba: ¿por qué hago esto? ¿Para qué sirve? Ellos aguantaron, y yo continué. Pero al cabo de cuatro días, ya no podía nadar. Entonces decidieron sacarme”. Tras nueve días de hospitalización, se recuperó sin necesidad de injertos, aunque las secuelas físicas y emocionales persistieron.
El nadador ya ha anunciado la producción de un documental y la posible publicación de un libro sobre la travesía. Por ahora, descarta intentar de nuevo la ruta Calvi-Mónaco.
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