
Las principales compañías chocolateras tienen un problema. Una reciente normativa europea compromete uno de los procesos fundamentales para la elaboración de sus productos, particularmente porque no se ha encontrado una alternativa. Pero han de encontrarla y de forma urgente. Las autoridades científicas llevan largos años alertando, pero ha tenido que obligar la ley, es decir que haya en juego sanciones, para que estas empresas se pongan en marcha. Estaban -están- contaminando al consumidor.
Las instituciones comunitarias se han puesto serias frente al bisfenol A, presente directa o indirectamente en nuestra vida diaria y con un potencial impacto en la salud. Sustancia comúnmente conocida como BPA, se trata de un compuesto químico empleado desde los años 50 en la fabricación de plásticos de policarbonato y resinas epoxídicas. Estos materiales aparecen en objetos como botellas reutilizables para agua, envases de alimentos o en el recubrimiento interior de latas metálicas, tapas de botellas e incluso conductos de suministro de agua.
Los moldes
La preocupación principal radica en la posibilidad de que el bisfenol A se transfiera desde estos productos hacia los alimentos o bebidas almacenados en ellos. Diversas investigaciones han puesto en evidencia el peligro sobre todo en grupos vulnerables como fetos, bebés y niños. Entre los posibles riesgos destacan efectos adversos en el desarrollo cerebral y prostático durante la infancia, así como alteraciones en el comportamiento. Estudios adicionales sugieren una “posible relación con el aumento de la presión arterial, la diabetes tipo 2 y la enfermedad cardiovascular”.
‘Una legislación europea amarga para el chocolate suizo’, titula en las últimas horas el periódico Blick, en relación con lo anterior. ¿Y cuál es la relación entre el bisfenol A y la producción de este alimento? Los moldes. Para dar forma a las distintas figuras en las que consumimos, se utilizan principalmente recipientes de policarbonato, que contiene BPA. Otra pregunta que puede haber surgido es por qué un país como Suiza tiene que plegarse a la Unión Europea, un club al que no pertenece. La respuesta no tiene que ver con la salud, sino con el dinero.
Un 56% de las exportaciones
Bruselas ha puesto una fecha límite para la comercialización de estos productos y es enero de 2028. Esto significa que Suiza no podría exportar a ninguno de los 27 países de la UE uno de sus productos bandera. Según los datos más recientes, del propio sector, Suiza exporta en torno a 52.000 toneladas de chocolate a la UE, un 56% de las exportaciones totales de este producto, por un valor de 370 millones de francos suizos (más de 395 millones de euros). Su principal mercado es Alemania, seguida por Francia y Reino Unido.
Pero, como se mencionaba al principio, este riesgo para la salud no tiene una alternativa. Explica a Blick Roger Wehrli, director de la asociación industrial Chocosuisse, que “los moldes actuales se caracterizan por su precisión, durabilidad y seguridad alimentaria”. Sin embargo, según la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, supone un riesgo para la salud de los consumidores, ya que las sustancias químicas pueden filtrarse del material y migrar a los alimentos. Wehrli defiende que “el chocolate tiene un contacto muy breve con los moldes y a bajas temperaturas”.

“Aún no está claro si existen alternativas equivalentes que puedan competir en términos de higiene, tecnología y rentabilidad. Actualmente, no existe un sustituto equivalente para los moldes que contienen BPA con una funcionalidad y seguridad alimentaria comparables”, explica Wehrli, así como que un reemplazo de los moldes tendría unos grandes costes, lo que podría acabar con empresas pequeñas.
“Llega demasiado tarde”
Jane Muncke, directora ejecutiva del Food Packaging Forum, lo ve desde la otra perspectiva, la que se ha impuesto, la de la salud pública. Muncke, toxicóloga, subraya que “incluso las cantidades más pequeñas son peligrosas para la salud”, apuntando a “diabetes, infertilidad, alergias o cáncer”. Para ella, la prohibición llega demasiado tarde y rechaza cualquier argumento de la industria chocolatera, que “sabe desde hace 30 años que el BPA es peligroso y han tenido tiempo suficiente para buscar alternativas”. Ya se hizo, por ejemplo, con los biberones.
Pero el dinero manda, sobre todo, y la UE tendrá en cuenta la situación de esas alternativas en julio de 2026, cuando reevaluará la medida. Será entonces cuando confirme que sigue adelante, si concede una prórroga o, el peor de los casos, si hay exenciones.
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