La presión estética es una realidad con la que convivimos a diario. Muchas personas modifican su apariencia —ya sea yendo al gimnasio, cuidando su alimentación o siguiendo tendencias de moda— con la intención de sentirse mejor consigo mismas, pero también para responder, de manera consciente o inconsciente, a las expectativas que circulan en su entorno. De ahí surge un debate cada vez más presente: ¿lo que hacemos por nuestra apariencia nace del deseo genuino de gustarnos a nosotros mismos, o son los cánones de belleza los que nos llevan a adaptarnos a un ideal impuesto?
Esta es la historia del “Ken español”
Daniel Hilton, conocido por el nombre de “Ken español”, lleva de los 18 años realizándose operaciones estéticas. Ahora, a sus 30 años, el número de procedimientos asciende a 50. Según él, estos cambios en su apariencia, no los ha realizado para complacer a nadie, sino para gustarse así mismo.
“Todas las operaciones que me he hecho han sido por gustarme a mí, no por encajar ni por gustar a nadie. Eso me parece un tremendo error, porque a quien hay que gustarse es a uno mismo”, declaró en una entrevista en el programa de Sonsoles Ónega, Y ahora Sonsoles.

En la entrevista, Hilton profundizó en las razones que le llevaron a transformar su cuerpo. De niño, fue víctima de bullying en el colegio debido a que su personalidad no encajaba con la del resto de niños. Además, su apariencia también era motivo de burlas; llevaba gafas y tenía algo de sobrepeso. Esto, según sus declaraciones, le llevaron a ser muy consciente de aquello que no le gustaba de su cuerpo. A los 15 años comenzó a cuidar su cuerpo con mayor rigor, hasta su mayoría de edad, en la que pudo recurrir a las operaciones estéticas.
“Mi físico no representaba lo que realmente era”, explicó en Antena 3, insistiendo en aquello que, desde la infancia, le había hecho diferente al resto.

Las operaciones estéticas han sido para él una forma de escapar de aquello con lo que no se sentía identificado y conseguir una imagen, que, asegura, no sigue tendencias ni modas. “Si me gustan los labios gruesos es porque a mí me gusta así, no porque ahora se lleve. Nunca he seguido patrones”.
Identificándose con Paris Hilton - de la que toma apellido artístico y hacia la que siente una profunda devoción - ha construido su personalidad, haciéndose fuerte frente a las críticas externas. Si bien dice no verse afectado por el escrutinio de la opinión pública, denuncia el odio que las redes sociales hacia su persona. “A mí me criticaban antes y me critican ahora. Es el peaje de dar el salto al mundo público. Pero no me afecta”, sentencia mostrando confianza.

Asimismo, explica que su compromiso con la belleza no reside solo en los retoques físicos, sino también una cotidianeidad saludable. Comer bien, salir a correr, ir a natación. No se considera una persona perfecta, ni tampoco aspira a serlo. Comenta, además, que siempre existe algo en lo que se puede mejorar, y sino, al menos, mantener con tiempo y dedicación.
La belleza: aquello que se puede convertir en tiranía
A pesar de la frecuente narrativa contemporánea de “yo hago esto por verme bien”, resulta evidente que a lo largo de nuestras vidas, nuestro cuerpo y nuestra salud mental, se enfrenta a la presión estética. Las mujeres sobre todo, y algunos hombres, concilian con la mirada externa que, las redes sociales, ayudan a elaborar. Especialmente durante la adolescencia y los primeros años de la juventud, esta presión por encajar y ser aceptado se acentúa. Es una etapa compleja en la que los jóvenes comienza a definir su personalidad y muchos de ellos experimentan crisis emocionales. Es ese entorno sociocultural, alentado por la fuerza con la que las redes sociales penetran en la psicología humana, la que transmite unos ideales de belleza.
En un artículo de 2024 de El País sobre “la tiranía de lo bello”, se expone como la presión estética está compuesta de un conjunto de violencias estructurales, que muchas veces reproducimos. Estas serían los estereotipos y exigencias de género, el racismo, la gordofobia y los prejuicios frente a la alimentación.
En este sentido, la presión estética no puede reducirse únicamente a una cuestión de gustos personales o preferencias individuales, sino que debe entenderse como un fenómeno social complejo, atravesado por normas culturales y estructuras de poder. Reconocerlo abre la posibilidad de cuestionar esos ideales, repensar la relación que tenemos con nuestro cuerpo y avanzar hacia formas de convivencia más amables con nuestros cuerpos.
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