
La historia de Agnódice es un relato que cabalga entre la medicina y el feminismo. Para muchos de su época, era una intrusa. Para todas aquellas mujeres a las que trató, fue su salvadora. No es una sorpresa para nadie decir que esta médica de la Atenas del siglo IV a.C. no lo tuvo fácil para ejercer su profesión. De hecho, era imposible. Ante la inviabilidad para cambiar la ley, Agnódice optó por cambiar su apariencia y disfrazarse de hombre.
Agnódice nació en el seno de una familia acomodada en una época en la que Grecia quedó bajo dominio macedonio. Tras la Guerra del Peloponeso que enfrentó a Atenas y Esparta, la ciudad cuya patrona era la diosa Atenea entró en un declive político, aunque retuvo su esplendor cultural. El siglo IV a.C. es, así, el siglo de Agnódice y el de Platón y Aristóteles.
Pese al fuerte interés de la joven por aprender las ciencias y estudiar medicina, su petición fue denegada por ser mujer. Sin embargo, Agnódice contaba con el apoyo de su padre y, según relata el escritor latino Cayo Julio Higinio, tuvo su beneplácito para viajar hasta Egipto, meca de la medicina en aquel tiempo. Con la ayuda de su padre, Agnódice se cortó el pelo, se vistió de hombre y se dirigió a Alejandría para comenzar sus estudios.
Agnódice se formó bajo la tutela del prestigioso Herófilo de Calcedonia, conocido por ser el primer anatomista de la Historia por ser pionero en realizar disecciones científicas de cadáveres humanos. Herófilo fue discípulo de Praxágoras y llevó a cabo importantes descubrimientos en el sistema nervioso, el aparato digestivo y el globo ocular.
La ateniense regresó a Atenas “licenciada” con las máximas calificaciones. Con sus conocimientos curó y salvó a cientos de mujeres enfermas y atendió en el parto a tantas otras. La labor como ginecóloga y obstetra de la joven médica pronto se hizo notar en toda la ciudad, lo que despertó la envidia de sus compañeros de profesión. Por ello, fue falsamente acusada de violar a dos de sus pacientes y denunciada ante el Areópago, el tribunal superior de la antigua Atenas que se ubicaba en la colina de Ares.

Ante la gravedad de tal incriminación, Agnódice se vio obligada a revelar la verdad y descubrirse como mujer, arriesgándose a ser condenada a muerte. Sin embargo, según cuenta ahora la leyenda, sus pacientes salieron en su defensa. Muchas de ellas eran las esposas de los los más altos magistrados de la polis. Afortunadamente, Agnódice fue absuelta y, a gracias a ella, Atenas aprobó una ley para que las mujeres también pudiesen ejercer la medicina.
La valentía de Agnódice permitió que muchas otras pudieran dedicarse a la medicina en Grecia, hasta que tiempo después sobresaliera la figura de Metrodora, la autora del texto médico más antiguo de la historia escrito por una mujer y que se siguió utilizando hasta la Edad Media: Sobre las enfermedades y curas de la mujer. A Metrodora se le atribuye el uso del espéculo y el desarrollo de tratamientos para infecciones vaginales, así como cirugías para tratar el cáncer de mama y el de útero.
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