Del ‘síndrome de la hija mayor’ al hermano menor rebelde: ¿el orden de nacimiento moldea tu personalidad?

Durante más de un siglo, la pregunta sobre si el lugar que ocupamos en la familia determina nuestra personalidad ha fascinado a científicos y a familias por igual. ¿Es el primogénito más responsable? ¿Es el menor más creativo? ¿Es el hijo único más egoísta? La evidencia científica, sin embargo, sugiere que no hay respuestas simples ni universales. A pesar de las creencias populares, la psicología no ha logrado confirmar de forma concluyente que el orden de nacimiento tenga un impacto sistemático en la personalidad. “Es difícil de medir”, explica Rodica Damian, profesora asociada de psicología en la Universidad de Houston. La investigadora señala que muchos estudios previos se han basado en muestras pequeñas o en pruebas de personalidad autoadministradas, lo que introduce sesgos.

Además, el contexto familiar es fundamental: “El tamaño de la familia y la experiencia de ser niño en una familia determinada pueden, a su vez, estar entrelazados con muchos otros factores, como el nivel socioeconómico de la familia”. Además, factores como la edad y el género también afectan la experiencia de cada hijo dentro del hogar. Por su parte, Julia Rohrer, investigadora de personalidad en la Universidad de Leipzig, coincide: “Creo que la gente tiene muchas creencias un tanto anticuadas o que nunca fueron bien sustentadas en un principio”. En su opinión, etiquetas como “el síndrome de la hija mayor” pueden ser útiles para algunas mujeres “a menudo siguen teniendo roles diferentes y se espera que brinden más cuidados. Además, se espera que los primogénitos cuiden a sus hermanos menores”, añade. Aunque esto puede ser diferente en cada familia.

Aun cuando los estudios más amplios no han encontrado efectos duraderos del orden de nacimiento sobre rasgos generales de personalidad, existe una excepción clara: la inteligencia. En un análisis de datos recogidos en Reino Unido, Estados Unidos y Alemania, Rohrer y su equipo concluyeron que el orden de nacimiento “no tiene un efecto duradero en los rasgos generales de la personalidad”, pero sí sobre el desempeño cognitivo. “Confirmamos que los primogénitos obtienen puntuaciones más altas en inteligencia medida objetivamente y, además, encontramos un efecto similar en el intelecto autodeclarado”, señalan en el estudio.

Damian también respalda esta evidencia y aclara que las diferencias de CI entre hermanos pueden estar vinculadas a la estimulación en los primeros años. “Así que no se trata tanto de que sean genéticamente más inteligentes o de que tengan más potencial, sino más bien de que esto se traduce en una mayor puntuación de CI verbal en la prueba, lo que podría deberse a que conocen más palabras, ya que les hablaron más adultos que niños”, explica. A medida que nacen más hermanos, la estimulación lingüística puede diluirse. Aun así, añade que el efecto es “muy pequeño” y que puede verse afectado por variables externas: “Si realizas una prueba dos veces, probablemente tu puntuación dependerá del día, del estado de ánimo, de lo que comiste esa mañana o de cuánto dormiste”.

El impacto del orden de nacimiento puede variar según la cultura o la estructura familiar. En países en desarrollo como Indonesia, por ejemplo, se ha observado que los hijos nacidos más tarde tienden a recibir mejores oportunidades educativas, quizá porque las restricciones económicas se alivian a medida que los hermanos mayores comienzan a trabajar.

Otra razón por la que se asocian ciertos rasgos con el orden de nacimiento es la edad. Damian lo explica con claridad: “A medida que las personas envejecen, se vuelven más responsables y autocontroladas. Por lo tanto, el primogénito siempre será mayor que el posterior, y al observar cómo crecen los hijos, el primogénito siempre será más responsable”. Esto también puede aplicarse a otros rasgos: “El segundo hijo podría parecer más sociable y menos neurótico, porque un niño de 10 años es mucho más feliz y presumido… en comparación con uno de 14, que se asusta por todo. Eso se debe a que tienen diferentes desafíos”.

Las amistades también juegan un papel importante. Estudios indican que los compañeros influyen en el comportamiento, lo cual puede hacer que un hermano mayor sea más propenso a conductas de riesgo dependiendo de su entorno social. Mientras, un estudio reciente de Michael Ashton y Kibeom Lee, profesores de psicología en Canadá, comparó los rasgos de personalidad de más de 700.000 personas. Descubrieron que “los hermanos medianos y los últimos obtuvieron puntuaciones más altas en las escalas de ‘Honestidad-Humildad’ y ‘Amabilidad’ que los primogénitos”. Aunque reconocen que “estas diferencias fueron bastante pequeñas”, sí observaron que las distancias más notables se daban entre personas de familias muy numerosas y aquellas de hijo único.

Por otro lado, los hijos únicos, a menudo descritos como más egocéntricos, también han sido objeto de estudio. Sin embargo, las investigaciones actuales no respaldan esa percepción. Se ha demostrado que “crecer sin hermanos no conlleva un mayor egoísmo ni narcisismo”, y que las diferencias sociales con respecto a quienes tienen hermanos “no son amplias ni generalizadas”.

Pese a los datos, las ideas populares sobre el orden de nacimiento siguen muy vivas. ¿Se trata, entonces, de una “teoría zombi”, una creencia que resiste desaparecer? Rohrer no lo cree: “No estoy segura de si la llamaría una teoría zombi. Desde una perspectiva científica, creo que la literatura está progresando de forma bastante productiva”.

En última instancia, como sugiere Rohrer, reflexionar sobre el orden de nacimiento puede tener valor subjetivo: “Proporciona una etiqueta donde se puede encontrar a otras personas que crecieron en una situación similar, e intercambiar experiencias, etc.”. Siempre que no se convierta en una regla general, puede ser una manera de entender las dinámicas familiares.