Sobrevivir a la violencia de género y separarse en los años 80: “La Policía me amenazó con meterme una noche en la misma celda que mi agresor”

Natividad Peña sufrió maltrato por parte de su marido durante años. Separarse no fue fácil y denunciarlo públicamente tampoco, pero quiere que su caso sirva al menos para que otras mujeres alcen la voz, sobre todo en el entorno rural

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Natividad Peña, superviviente de violencia
Natividad Peña, superviviente de violencia de género. (Cedida a Infobae)

Natividad Peña es una mujer riojana de 63 años superviviente de violencia de género. De joven nunca tuvo especial interés en los hombres, en echarse novio, porque prefería dedicar su tiempo libre a “temas más interesantes”, pero en los años 80 lo que se esperaba de una mujer era que se casara y tuviera hijos y, al final, acabó cumpliendo con esa expectativa social y cultural tan arraigada. Se casó con apenas 22 años con un hombre al que conoció en una discoteca en Logroño, que era donde acudían desde los pueblos en busca de ocio, y durante los “tres años de infierno” que duró su matrimonio fue víctima de palizas, insultos e humillaciones constantes, al igual que también sufrió maltrato el hijo que tuvieron en común. Con mucho esfuerzo logró separarse y ser independiente, pero aún a día de hoy, tras 14 años desde el fallecimiento de su agresor, sigue arrastrando importantes secuelas y estrés postraumático.

Su matrimonio comenzó de la peor manera, al verse “acorralada” por los padres de su marido, que entre amenazas y empujones la obligaron en la misma de noche de bodas a darles el dinero que habían recaudado de familiares y amigos en el convite. “Ya ese mismo día quería morirme, que tuviéramos un accidente de tráfico”, cuenta Natividad a Infobae España, y a medida que fue pasando el tiempo, la situación no dejó de empeorar. A su agresor no solo le protegían sus padres, sino el entorno, sobre todo cada vez que volvían a sus respectivos pueblos, “porque en aquel entonces no se hablaba de maltrato” y el miedo al aislamiento social siempre estaba presente.

“Era un tabú y tratabas de esconderlo. Porque, además, si lo decías corrías el riesgo de que tus amigas no quisieran salir contigo por si les agredían a ellas o por si las tildaban de putas. Te daba miedo hablarlo porque no tenías ningún apoyo social”, explica. Y aunque la situación ha cambiado mucho desde entonces gracias a los avances sociales y legislativos en materia de igualdad y ahora las mujeres que sufren violencia machista tienen más recursos para denunciar y más medidas de protección, Natividad asegura que se sigue encontrando con víctimas en el entorno rural con muchas dificultades para alzar la voz y salir de la situación de maltrato. “Queda mucho por hacer”.

De hecho, según datos recientes del Consejo General del Poder Judicial, 12 de las 48 mujeres asesinadas a manos de sus parejas o exparejas en 2024 vivían en localidades de menos de 25.000 habitantes. Así, los municipios con una población entre 10.000 y 25.000 personas mostraron la tasa más alta de crímenes por violencia de género a lo largo del año pasado, si se compara con otros tramos de población, una tendencia que se ha dado en toda la serie histórica, desde 2003, año en el que España empezó a registrar los feminicidios de forma oficial.

“Sigue habiendo un abismo”, asegura Natividad, entre lo que ocurre en las zonas rurales y las urbanas, porque al menos en estas últimas, aclara, las mujeres pueden acceder más fácilmente a los servicios de atención a la violencia de género, que cuentan con asistencia psicológica, jurídica y social gratuita, si bien estos recursos en las ciudades en muchas ocasiones están saturados y tampoco garantizan una protección adecuada. “Si no tienes posibilidad de hablarlo y denunciarlo, esa herida va creciendo hasta que un día revienta, como me pasó a mí, que estoy sumida en un estrés postraumático y cualquier cosa me produce dolor, pero a la vez sé que tengo que hablar porque eso sirve de ayuda a otras mujeres”, sostiene Natividad, que también advierte de que actualmente las víctimas sufren en muchas ocasiones “maltrato institucional”.

“No sé cómo salí viva”

Los golpes, palizas y violaciones que sufrió Natividad por parte de su marido se repitieron en tantas ocasiones que aún se pregunta “cómo pudo salir viva”. Fueron muchas las puertas que se encontró cerradas cuando quiso hablarlo, mientras que en otras ocasiones ni siquiera sabía a quién acudir. Las autoridades en los años 80, asegura, tampoco ayudaban. “La primera vez que puse una denuncia en la Policía Nacional, después de una paliza que me había dejado sin conocimiento, me dijeron que si persistía en mi actitud me iban a encerrar toda la noche en una celda con él a solas. Del miedo que sentí ni me di cuenta de que me había hecho pis encima”, relata al otro lado del teléfono.

¿Qué falla en la lucha contra la violencia de género? De la prevención y protección a las víctimas al abordaje de la masculinidad.

Una pesadilla que continuó pese a la separación

El miedo siempre estuvo presente, pero un día le hablaron de un abogado que “ayudaba a los hombres a ganar los casos de separación” y decidió acudir a él. A pesar de que en aquel momento no se podía divorciar, con el letrado logró firmar los papeles de su separación.

Su pesadilla, sin embargo, no terminó ahí, porque su agresor incumplía las órdenes de alejamiento y se saltaba las medidas impuestas. Fue juzgado y condenado varias veces, pero las penas eran muchos más laxas que las de ahora. Natividad pudo “descansar” cuando su maltratador falleció, hace ya 14 años, pero aún “lo tiene presente”, rememora, y de ahí el estrés traumático y que siga acudiendo a terapia. “Cualquier cosa relacionada con violencia me trae recuerdos y sigo teniendo pesadillas. Aún hay películas donde se habla de maltrato, como Te doy mis ojos, que no puedo ver“.

Pese a todo, Natividad asegura que ha logrado sobrevivir gracias a la ayuda psicológica y a los grupos de mujeres feministas a los que ha recurrido a lo largo de los años. Y aunque al principio le costó mucho dar el paso y denunciar en público lo que le había ocurrido -hablaba incluso en tercera persona para alejarse de su propia historia-, decidió contarlo para servir de ejemplo a otras víctimas de violencia machista. Ahora, de hecho, centra sus esfuerzos en ayudar a otras mujeres, especialmente en los pueblos, junto con la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales (Fademur). “Que mi sufrimiento sirva al menos para eso”, concluye.