
Cuánto ha dado de sí el cónclave, un acontecimiento que pone los ojos del mundo en el Vaticano, donde lo que sucede lo hace en secreto, salvo la resolución. Y aunque el hecho más relevante es la elección del papa en la Capilla Sixtina, no es sino el lugar donde se deposita el voto, no a buen seguro donde se negocia o medita. La mayor parte del tiempo transcurre en Casa Santa Marta, donde los cardenales, recluidos e incomunicados, reposan cuerpo, mente y decisiones. También donde comen.
Si nos fiamos de la película Cónclave, pero también de lo que se le ha podido escapar a alguno de los protagonistas en la realidad, el comedor de la residencia es otro de los lugares decisivos. Ya solo los integrantes de cada una de las mesas marcan los bloques o afinidades. En este caso, medio en broma-medio en serio, algunos participantes, ya libres del confinamiento, han confesado que la cuestionable calidad del menú motivó que Robert Francis Prevost fuera nombrado papa con relativa rapidez.
Pasta, pescado al horno, verdura...
Tampoco podía sorprenderles. De entre lo poco que trascendió de lo que ocurriría tras esas paredes, se conoció la dieta que iban a disfrutar -o padecer- los purpurados. El desayuno consistió en café o té y pan con mermelada. A mediodía una comida con primero, segundo y postre consistente en fruta y una cena ligera. Las recetas, austeras y de fácil preparación: arroces y pastas con salsas sencillas, carnes blancas, pescados al horno, ensaladas y verduras a la parrilla. Además, pan, y de beber, agua o vino.
Tenía un sentido. Lo explicó el responsable de este menú, el nutricionista Giorgio Calabrese, formado en Ciencias de la Alimentación y asesor científico del Ministerio de Sanidad de Italia. Explicó que los religiosos, al llevar esos días una vida sedentaria, que exigía un alto nivel de concentración y que disponían de poco tiempo, necesitaban platos ligeros y nutricionalmente completos que facilitaran la digestión. “El almuerzo debe satisfacer el paladar sin sobrecargar grasas”, dijo.
Los alimentos prohibidos
Una de las particularidades es que había alimentos prohibidos, y tiene que ver con lo anterior: que los cardenales no tuvieran que acordarse de la comida mientras tenían que pensar en cosas más elevadas. Por eso que no se compraron espárragos. Sin pensar en el gusto, ni siquiera en sus beneficios, el motivo es químico: esta verdura contiene compuestos de azufre como el ácido asparagúsico, que, tras ser metabolizado, provoca un fuerte olor en la orina. Los baños en Santa Marta son compartidos.
El espárrago no es el único. También comidas rellenas, como empanadas, canelones o pollo relleno. En este caso, el motivo es otro y lleva la mente a la novela o el cine. El veto viene de siglos atrás porque en estas elaboraciones podrían esconderse mensajes, notas que pudieran guardar relación con algún candidato a papa. “Cada elemento debe estar orientado al bien común del cuerpo eclesial”, apuntó el jesuita Antonio Spadaro, director de la revista La Civiltà Cattolica.
Una sorpresa final
A no todos entusiasmaba esta sencillez. Hasta se puede decir que tuvieron mala suerte, porque en días especiales como los domingos, Santa Marta elabora postres como tarta o budín. Pero no esperaron ni al domingo y en apenas 24 horas y cuatro votaciones se pronunció el habemus papam, que inició la era de León XIV.
Los críticos con el menú del cónclave son estadounidenses, como el papa. Informa CNN que Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York, se sintió decepcionado y no precisamente por la elección de Prevost: “Digamos que -la comida- fue un buen, muy buen estímulo para cerrar el tema”, dijo riéndose. Le respalda el también cardenal Joseph Tobin, arzobispo de Newark, que quitó hierro asegurando que terminado el jueves les sirvieron “una comida increíble”. “Esperaron a que termináramos el trabajo”, dijo Tobin.

Las trattorias favoritas
Es probable que algunos de ellos no abandonaran Roma sin escapar a alguna trattoria de Borgo Pio. Reveló al Corriere el arzobispo emérito Anselmo Guido Pecorati que es la zona predilecta de los cardenales cuando salen a cenar por Roma, pero también que en ocasiones cometen un error, que es acudir a estos restaurantes con su vestimenta religiosa, lo que hace que los hosteleros se froten las manos y les cobren más que al resto de clientes.
Pecorati contó también la ocasión en la que un cardenal “extranjero”, amigo suyo, invitó a otros colegas en pleno cónclave a cuenta del minibar en su habitación en Santa Marta pensando que era gratis. Lo vaciaron y terminó llegándole la cuenta.
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