
Un fémur fracturado y sanado. Ese es, para la antropóloga estadounidense Margaret Mead, el primer signo de civilización en una cultura antigua. El cuidado del otro, la preocupación por el bienestar ajeno, la mirada amable a una persona enferma. Pablo Sánchez Bergasa no es médico, pero cada día salva la vida de miles de bebés prematuros en países sin recursos.
Este joven ingeniero es el padre de las incubadoras más baratas del mundo, que envía a través de su ONG Medicina Abierta a los hospitales más precarios del globo. Unas 200 incubadoras de bajo coste ya han llegado a 30 países, desde Camerún hasta Ucrania, pasando por Perú o Cabo Verde. “Han habido sherpas que se han llevado estas incubadoras escalando las montañas en Nepal”, relata Pablo para Infobae España. Este joven, “que no sabía nada de incubadoras pero había visto la necesidad”, acaba de dejar su trabajo para dedicarse a tiempo completo a la ONG.
Cada incubadora In3ator que diseña Pablo Sánchez cuesta 350 euros, frente a los 35.000 euros de una convencional que los hospitales de países sin recursos no pueden costear. Cada año, más de un millón de bebés mueren por no tener acceso a los cuidados esenciales que necesitan por haber nacido antes de las 37 semanas completas de embarazo. Estas cifras suponen que, en la actualidad, la primera causa de muerte en niños menores de cinco años sean los nacimientos prematuros.
Tanto Pablo Sánchez como el equipo de voluntarios implicados en el proyecto de estas cunas para neonatos aseguran haber sido testigos de escenas muy duras en estos recién nacidos: “He visto bebés prematuros en cajas de zapatos, metidos dentro de calabazas y envueltos en papel de aluminio con un radiador al lado para mantenerlos calientes”.
Una vida en 500 gramos
Al sur de Camerún se ubica la ciudad portuaria de Kribi, uno de los destinos turísticos más populares del país. Fue allí, en el Hospital de Ebomé, donde nació el pequeño Zoé: un bebé que pesó tan solo 500 gramos al nacer. Los recursos de hospitales de países como Camerún son extremadamente precarios, hasta el punto de que el niño “fue descartado, se le colocó una sábana por encima y esperaron a que muriese”.
Sin embargo, en aquellos momentos estaba cruzando las puertas del hospital una de las incubadoras de Pablo Sánchez. “No teníamos nada que perder, así que colocaron a aquel niño en la incubadora. Como tienen conexión a internet, yo podía ver desde mi casa cómo estaba el bebé en todo momento. Me dijeron que no me hiciera ilusiones porque 500 gramos es el límite entre la vida y la muerte, pero yo no podía despegarme del teléfono móvil. Revisaba cada dos minutos cómo estaba su temperatura, sus indicadores”, relata emocionado.

Los días fueron pasando y las constantes vitales del bebé no solo se mantenían estables, sino que fueron mejorando. Al mes y medio de nacer, el ingeniero recibió una foto de Zoé, que había logrado sobrevivir con más de dos kilos de peso. Hoy, el personal sanitario del Hospital de Ebomé se refiere a Zoé como “el pequeño milagro”.
Pablo, entonces, no lo dudó. Pidió unos días libres en el trabajo, compró un billete de avión destino a Camerún y viajó para conocer al pequeño Zoé. Y la familia del bebé quiso conocer al ingeniero que había salvado a su hijo. “La madre vivía en una de las zonas más pobres de la ciudad, bajo cuatro paneles de chapa. Vino a recibirnos vestida de boda, con el bebé ya de un año y bien gordito”, cuenta.
La construcción de un sueño

El secreto de que las In3ator de Pablo Sánchez Bergasa sean tan baratas está en el diseño. “Las incubadoras profesionales tienen un montón de funcionalidades. Nosotros nos hemos quedado con lo más básico y lo más importante, que consiste en regular la temperatura y la humedad. También importa la fototerapia para aquellos bebés que tienen problemas de bilirrubina y sufren ictericia”, explica el ingeniero a este medio. La exposición a las luces leds, “que valen tres euros”, es suficiente para la supervivencia de muchos de estos niños prematuros.
El proyecto humanitario de este navarro le ha llevado a ganar el Premio Princesa de Girona por “perseguir sus sueños con pasión y entrega, por su incansable vocación de transformar y salvar vidas, y por su profundo compromiso social”. Además, estas incubadoras son de código abierto, lo que significa que el modelo es público y cualquier persona puede acceder a él.
En un principio, Pablo involucró a su propia familia en el proyecto: su padre le ayudó a fundar la organización, su hermana le llevaba las finanzas y su madre tejía las fundas de los colchones de las incubadoras. La Congregación de los Salesianos de Pamplona tampoco tardó en unirse a la iniciativa y colaborar a través de sus ciclos formativos con los alumnos. Ahora, lo que este ingeniero busca es construir un equipo con el que expandir la ONG Medicina Abierta y que sus incubadoras de bajo coste lleguen a cada hospital del mundo que lo necesite.
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