
Lo cierto es que tener un cabeza de turco sobre quien depositar toda responsabilidad del propio carácter puede ser tentador. Queda claro que cada experiencia que se tiene en la vida marca a las personas e influye en la manera que tendrán de reaccionar a futuras situaciones. Es verdad que la socialización de las personas es un factor bastante determinante, pero otra cosa es que se pueda excusar toda acción propia con un “es que mi madre hizo X” o “mi padre me trataba de Y manera”. No, aunque es verdad que todo eso es importante, no todo vale. Las experiencias pasadas influyen, sin ninguna duda, pero al final las personas pueden controlar lo que hacen o dejan de hacer.
La teoría del apego no cuenta con mucho aval científico
Ahora bien: al ser el primer entorno susceptible de influir en los individuos, el ambiente familiar influye ampliamente, sobre todo en los primeros años de vida, en los modelos relacionales de las personas. Todo el mundo habrá oído hablar de teorías como la del apego, que sostiene que los vínculos emocionales que establece un bebé con su cuidador principal (normalmente su madre) durante el primer año de vida serán la base sobre la que construirá su modelo para las relaciones posteriores.
Esta teoría fue desarrollada por el psicoanalista John Bowly en los años 50. El experto sugirió que la seguridad de la relación con su adulto de referencia dependía de la sensibilidad con la que era atendido cuanto estaba molesto. Aparentemente, el tipo de apego que se establecería entre ambos en función de esto influiría también en los patrones comportamentales de la persona de forma relativamente estable a lo largo de su vida.
Mary Ainsworth, una psicóloga del desarrollo, complementó esta teoría describiendo cuatro tipos de apego: el seguro, el ansioso, el evitativo, y el desorganizado. ¿Cómo comprobaba el apego que tenía cada bebé? A través de un procedimiento llamado “situación extraña”: la madre acudía con su hijo a una habitación de laboratorio y después se marchaba dejándolo con un extraño. Según cómo reaccionase, se podría determinar el tipo de apego que le unía a su madre.

Realmente, según Ethic, estas teorías no cuentan con mucho respaldo científico, y desde un principio fueron objeto de crítica. Como explica el psiquiatra Michael Fitzgerald en su artículo “Críticas a la teoría del apego”, ya en 1952 la doctora Hilda Lewis, tras estudiar el caso de 500 niños de un centro de acogida, no pudo demostrar una conexión entre la separación de un niño de su madre y un patrón particular de comportamiento del niño. Esta misma fue la conclusión a la que llegaron varios estudios posteriores: el comportamiento y los vínculos emocionales que una persona construye varían en función del contexto.
Influye, pero no tanto: la relación con los padres no es determinante
También es crítico de la idea de que los padres marcan con tal fuerza el futuro de sus hijos el psicólogo y divulgador Ramón Nogueras: en su artículo Sobre la teoría del apego, recoge diversas críticas, citando, por ejemplo a Jerome Kagan, quien en su libro The Human Spark sostiene que la respuesta de los bebés a la ”situación extraña" se explica mejor por variables temperamentales del niño que por la relación que tiene con su madre. Eso mismo sostiene Alan Sroufe (un reconocido referente en desarrollo socioemocional y psicopatología del desarrollo), a pesar de haber sido, en su momento, defensor de la teoría del apego: después de recoger pruebas durante 30 años acabó reconociendo que el comportamiento de los padres durante el primer año de vida no influye tanto en el futuro, sino que lo que más cuenta es el temperamento del niño.
Cita también a Eleanor Maccoby (una reconocida psicóloga, investigadora pionera en temas como el desarrollo social infantil y los roles sexuales), quien en los años 50 inició un estudio a través del que trataba de encontrar una relación entre la conducta de los padres y la personalidad de los niños. Concluyó, finalmente, que “en un estudio sobre 400 familias se encontraron muy pocas relaciones entre los métodos de crianza de los padres y las valoraciones independientes de las personalidades características de los niños. Tan pocas, en efecto, que apenas se publicó nada relativo a esos dos conjuntos de datos”.
Aunque no cabe duda que crecer en una familia feliz supone innumerables beneficios para las personas, se ve que no influye tanto en su personalidad. El consenso sostiene que el desarrollo del carácter depende del entorno, de la genética, y de la interacción entre ambos. Ojo, no quiere decir que los padres no tengan ninguna influencia en la forma de ser de sus hijos, pero lo que parece probable es que haya cierta tendencia a magnificar dicha influencia.
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