En la bulliciosa escena teatral de Nueva York, una obra inusual está generando controversia y curiosidad a partes iguales. Slam Frank, un musical que combina rap, humor, activismo y el legado de Ana Frank, sacude el off-Broadway con una propuesta provocadora que nadie esperaba.
En plena crisis creativa, Fox escribió un rap inspirado en “8 Mile”, dando voz a una adolescente rebelde que rimaba desde el ático en el que la familia permaneció escondida: “Cuando este encierro termine, me van a buscar, mis prosas fortalecidas / y si sobrevivir no es la jugada, seré una escritora fantasma.”
La Ana Frank de Fox se presenta como una joven latina criada en los barrios de Frankfurt, con un padre que proclama su neurodivergencia y un amor imposible por Peter, un refugiado cuya identidad impulsa la balada “No binario”.
Durante meses, Fox desarrolló canciones y reclutó colaboradores, conscientes de los riesgos de asociarse al proyecto. Un actor que mostró el libreto a su representante recibió una advertencia: el espectáculo podía percibirse como una burla al teatro progresista más que una reinvención.
A pesar de la preocupación, el elenco continuó y Slam Frank cobró vida. Fox, bajo seudónimo, organizó una lectura preliminar y concretó una presentación en el teatro Asylum NYC de la calle East 24th, un espacio íntimo con 150 butacas.
El crecimiento en redes sociales fue parte de la estrategia: Slam Frank acumuló seguidores en Instagram y TikTok, donde Fox respondía con ironía a cuestionamientos frecuentes –desde el hecho de que Ana Frank hable español (“¿Porque es inmigrante?”) hasta las comparaciones con Kanye West, asegurando que anticiparon sus movimientos simbólicos–. Ante sospechas de montaje, respondía reiteradamente: “Slam Frank es un musical real.”

La trayectoria de Fox nunca fue lineal. Criado en los suburbios de Los Ángeles, dentro de una familia judía involucrada en arte y política —su bisabuelo, Charles Newman, fue compositor, y su abuelo, David Ellis, guionista y actor de radio interrogado en 1952 por el Comité de Actividades Antiestadounidenses— se formó en la música y el teatro, pero eligió los caminos de la orquestación y la docencia sobre el escenario. La industria teatral lo desilusionaba: “Me sentía ajeno a una industria más interesada en lanzar mensajes que en contar historias.”
Sus críticas alcanzaban a espectáculos que, según él, imitaban a Hamilton y asumían que el público compartía la misma mirada política. Fox incluso pensó que “no volvería a ver nada bueno”. Sin embargo, Slam Frank está repleto de homenajes al género musical: la escenografía alude a las puestas de Jamie Lloyd, y el cierre recrea “Keep Marching” de Shaina Taub, con el elenco recordando: “El progreso es posible, no está garantizado”.

La influencia de Lin-Manuel Miranda aparece en la cadencia y la inspiración latina de la obra. Slam Frank también absorbe la irreverencia de Book of Mormon. PJ Adzima, productor vinculado a ese musical, resume el potencial de la nueva pieza: “Slam Frank es como descubrir plutonio. Bien usada, es un reactor nuclear; mal usada, es Chernóbil”.
La recepción mediática del musical ha sido positiva. The New York Times lo definió como “ingenioso” y “provocador”. El London Times elogió la producción llamándola “el musical más brillante de Nueva York” y auguró que podría “salvar Broadway”.
Incluso las críticas negativas favorecieron su popularidad: Fox News lo tachó de “grotesco” y una petición para cancelarlo, que no llegó a mil firmas, solo aumentó la curiosidad del público. Lo que inicialmente era una temporada de tres semanas se extendió a cuatro meses, finalizando el 28 de diciembre.
La ironía se traslada al vestíbulo: los espectadores pueden adquirir gorras con la leyenda “PROBLEM ATTIC” y una kipá exclusiva de la obra. Fox incorpora el rol ficticio de director artístico regional, representando la voz del establishment dentro de Slam Frank.

El guion, firmado oficialmente por Joel Sinensky, convierte el musical en una meta-comedia: la acción comienza con un discurso del gerente artístico, que sirve de chivo expiatorio para cualquier incomodidad provocada.
En tanto, Fox no redujo la obra a bromas sobre advertencias de contenido o “espacios seguros”; su objetivo era sumergir al público en el dilema de personajes encerrados en un ático que proclaman: “Afuera libran una guerra, pero aquí luchamos contra las expectativas.”
Las canciones trascienden la parodia. Fox sostiene: “Si compongo un himno queer, debe ser algo que un grupo de jóvenes quiera interpretar en un colegio.”
Antes de cada función, el elenco debatía dos momentos en los que algún espectador abandonaba la sala. Para Alex Lewis, actor y productor que interpreta “No binario”, ese efecto es buscado: “Hay partes del show pensadas para incomodar.”
Por su parte, Austen Horne, quien da vida a Edith (madre de Ana), reconoce que la incomodidad no afecta solo a los grupos parodiados: “Slam Frank impacta a nuestros propios círculos. Muchas personas jóvenes, queer y radicales que conozco tienen otra visión. Algunos se sienten ofendidos y, aunque todos ovacionen de pie, siguen sentados, incapaces de aplaudir por lo que acaban de presenciar”.
El entusiasmo del público, palpable en la última función, refuerza el sueño de alcanzar un escenario más cercano a Broadway. Los productores conocen la complejidad de esa meta: si otros espectáculos saltaron de Asylum NYC al éxito, Slam Frank necesita cautivar a espectadores sin expectativas previas y sin familiaridad con la polémica que lo acompaña.

Tras la última función, Anya van Hoogstraten (Margot) relataba la intensidad emocional de su monólogo más provocador, interrumpida por un seguidor que le confesó: “No pude dejar de reírme cada vez que hacías algo”.
El futuro de la obra aún es incierto, pero su éxito ya abre la puerta para saltar a un escenario mayor. Fox y su equipo sueñan con llevar Slam Frank hacia el corazón de Broadway, aunque eso implique volver a desafiar al público. La obra sigue sumando seguidores y críticas, demostrando que el teatro en Nueva York sigue siendo capaz de sorprender y dividir con propuestas audaces.
Mientras tanto, Fox planea nuevos ajustes y mejoras, convencido de que el riesgo es parte esencial del arte. Ante la posibilidad de un fracaso mayor en un teatro más importante, el desafío será descubrir hasta dónde llegan los límites del público y los suyos propios.
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