La Universidad del Salvador apuesta por visibilizar lo invisible: la vida emocional del estudiante. Lejos de limitarse a lo académico, el abordaje institucional busca acompañar el tránsito universitario con protocolos de diagnóstico, contención emocional y diálogo vocacional constante.
“En el aula pasan cosas y le pasan cosas al estudiante”, explicó Romina Cavalli, en un tono que evitaba la solemnidad pero no la gravedad. Junto al secretario de Vinculación de la universidad, Pablo Hernández, compartieron con Patricio Zunini una mirada integral sobre los desafíos del presente universitario.
La conversación partió de una escena cotidiana y reveladora. “Ayer mi hijo tenía un examen y me decía que no podía comer. Todo eso que el docente no lo ve, está en el aula y actúa”, comentó Zunini. Cavalli recogió el guante: el aula, dijo, no solo es un espacio de formación académica, sino de tensiones afectivas. Emociones vinculadas a la vocación, a la incertidumbre, al trato con pares, docentes y consigo mismos.
“Viene con inquietudes, con emociones, con frustraciones, con indecisiones, y ahí consideramos que tiene que estar acompañando la universidad todo ese proceso”, afirmó.
Diagnóstico emocional desde el ingreso
La Universidad del Salvador implementó un sistema de protocolos de ingreso que permite conocer, desde el primer contacto con el aspirante, qué emociones lo atraviesan. Según Cavalli, estos instrumentos permiten a cada facultad o carrera detectar “con qué capacidades viene, con qué formación, con qué miedos”. Se trata de una herramienta de detección temprana, reforzó Hernández.
La universidad forma parte de una red internacional de atención integral al estudiante junto a la Universidad de Granada (España) y la Universidad de Xochicalco (México). Allí comparten metodologías para construir un mapa emocional de cada ingresante. “Principalmente vamos hacia lo emocional, porque en el aula suceden cosas y cada vez más”, advirtió Cavalli.
Cambiar no es fracasar, el desafío de sostener la vocación
Uno de los puntos centrales que sobrevoló el diálogo fue el abandono universitario. Hernández lo planteó sin rodeos: “Lo que nos preocupa es el abandono universitario”.
Cavalli aportó un matiz clave. El abandono muchas veces no se da por falta de capacidad, sino por frustración: “A veces el alumno dice: tengo que elegir una carrera, veo qué hace mi compañero, me anoto, pero después empieza realmente la vida universitaria”.
La universidad busca acompañar también en esos momentos de crisis. “Cambiar de carrera no debería ser una derrota. La vocación se trabaja todos los días”, dijo Cavalli. Y enfatizó: “Nos va a ir mal en un parcial, pero la próxima va a ser mejor”.
“La universidad es comunidad”, aseguró Cavalli. Y eso, según explicó, empieza desde que el aspirante se acerca a consultar por una carrera. Aunque el joven tiene capacidad de decisión, muchas veces llega acompañado de su familia. “Decidir hoy una universidad es una decisión familiar”, agregó.
El vínculo con las familias se extiende más allá del ingreso. “Tenemos familias de exalumnos que siguen acompañando”, dijeron. Es un entramado de confianza, diagnóstico, acompañamiento y ajuste que se fortalece con la figura del director de carrera y los programas de ambientación universitaria.
Inclusión y transformación: el estudiante vaquita
“Ciencia a la mente, virtud al corazón”, recordó Hernández al citar el lema institucional. Esa premisa, reforzada también por las palabras recientes del papa Francisco a los jóvenes universitarios, guía una visión que articula lo académico con lo humano.
“El desafío que hoy tenemos en las universidades es encontrar espacios de interacción donde apuntemos a la formación integral”, insistió. No se trata solo de contenidos, sino de formar “jóvenes líderes” capaces de impactar en sus comunidades.
Sobre el final, Zunini abordó un punto sensible: el acceso económico a la educación. Hernández fue categórico: “El contexto para nosotros es ser una universidad para el otro”.
Contó que la Universidad del Salvador, a pesar de ser privada, no es costosa. Y que muchas veces detrás de cada estudiante hay una red de apoyo. “Nosotros hablamos del ‘estudiante vaquita’. Esa vaquita que hacen entre todos para acompañarlo”, dijo. Y remató: “Nuestra ilusión es que ese estudiante termine siendo veterinario, médico… cambiás realidades. Eso es parte de la educación”.
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