En el último año, hemos sido testigos de una explosión de interés por la inteligencia artificial (IA), con la adopción generalizada, en todo el mundo, de herramientas de IA generativa como ChatGPT y Midjourney. Alrededor del mundo se han disparado las alarmas sobre el impacto de la IA en el empleo, la sociedad y la seguridad nacional, aunque no se trata de algo totalmente nuevo. La tecnología y la automatización llevan transformando el trabajo desde la primera revolución industrial del siglo XVIII, y la IA ha avanzado desde la década de 1950. A lo largo de la historia, hemos presenciado interrupciones periódicas de los puestos de trabajo, siendo la reciente pandemia de COVID un ejemplo paradigmático. Recientemente, en América Latina, las reorientaciones de las cadenas de suministro mundiales y la tendencia del nearshoring, especialmente en sectores como la automoción, la minería y la industria manufacturera.
El principal reto para las empresas y los trabajadores es cómo responder a la rápida evolución de los puestos de trabajo y las necesidades de calificación. Del mismo modo que una única comida abundante no puede saciarnos durante toda una semana, una sola etapa de formación educativa en nuestros primeros años de vida no basta para dotarnos de todos los conocimientos y competencias necesarios para toda una vida profesional. Para seguir siendo ciudadanos empleables y productivos, deberemos alimentarnos de oportunidades de aprendizaje “tamaño bocadillo” a lo largo de toda nuestra vida.
Los gobiernos de todo el mundo se están dando cuenta de esta necesidad y han respondido con una serie de medidas políticas, como la concesión de derechos de aprendizaje permanente en Francia, Canadá y Singapur, y el aumento de las inversiones en el desarrollo de las capacidades de la mano de obra en Estados Unidos, Reino Unido y China. Más allá de las políticas fiscales, los países deberán transformar los estrechos callejones de la educación tradicional en amplias autopistas del aprendizaje permanente. Esto requiere esfuerzos concertados en los sectores público y privado para construir sistemas de aprendizaje adecuados para su finalidad, adaptables, inclusivos y reactivos a las necesidades de las economías y las sociedades.

He debatido estos temas con creadores de política pública, autoridades institucionales, expertos académicos y líderes de la industria en diversos foros mundiales, y el claro consenso es que necesitamos actuar rápido y asertivamente. Aunque todos reconocemos los retos asociados a reformar los sistemas educativos existentes, debemos encontrar la manera de crear inercia y mover la aguja en la dirección correcta.
En el Instituto para el Futuro de la Educación del Tecnológico de Monterrey, estamos construyendo esa inercia a través de colaboraciones para transformar la educación superior y el aprendizaje, para mejorar la vida de millones de personas en todo el mundo. Trabajando con organizaciones internacionales como la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el Banco Mundial y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), nuestras investigaciones y proyectos han beneficiado a estudiantes de América, Europa, Asia y África.
El aprendizaje permanente no es un concepto nuevo, fue propuesto por primera vez por la UNESCO en los años setenta. Sin embargo, su importancia ha crecido en los años recientes. Para que las economías sean dinámicas y las sociedades funcionen bien, el aprendizaje y la vida productiva deben estar entrelazados a lo largo de toda la vida. Es oportuno considerar la ampliación del derecho a la educación, declarado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948, a un derecho a la educación para toda la vida. La IA no será la última disrupción que veamos. Debemos unirnos como un ecosistema de aprendizaje, para hacer de la educación permanente una realidad para todos.
*Michael Fung, director ejecutivo del Instituto para el Futuro de la Educación del Tecnológico de Monterrey
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