
Los docentes somos “influencers” de nuestros alumnos y determinamos ciertos modelos de relaciones - positivas o negativas. Enseñamos cuando específicamente les hablamos o explicamos algunas cosas a nuestros alumnos, pero además enseñamos sin darnos cuenta, cuando nos observan, cuando nos imitan, cuando modelan nuestros comportamientos.
Es decir, llegar tarde a una clase, o no recordar sus nombres al cabo de algunas semanas de clase, claramente envía un mensaje, silencioso pero muy poderoso. Interesarnos por ellos y estar preparados, envía otro tipo de mensaje. Al enseñarles de una manera positiva, reforzamos nuestra influencia sobre ellos, nos conectamos mejor, los hacemos sentir más seguros y confiados, les damos herramientas para autorregular sus emociones, les enseñamos empatía y generamos un aula con más armonía.
Debemos trabajar la conexión con nuestros alumnos. Si no, perdemos la influencia y dejan de respetarnos. Ahí surge el “no me hace caso”, “nunca hace lo que le pido”, y el constante tire y afloje. Para que los alumnos respondan, deben sentir una gran conexión con el docente.
El mantener la calma y responder, en vez de reaccionar, es lo que va a permitir que podamos conectarnos mejor con ellos. Eso significa que debemos aprender, primero, a autogestionar nuestras emociones. Después de todo, educar no se trata de qué hace el alumno, sino de qué hacemos nosotros en función de eso. Sería poco sensato pensar que los niños pueden razonar y actuar como adultos, cuando no lo son. En muchos casos son impulsivos, quieren todo ya, o son egoístas. Debemos enseñarles a manejar su frustración y su poca tolerancia. Y para eso debemos comenzar por el punto de salida, no de llegada.

Algunos consejos para conectarnos mejor con nuestros alumnos:
Empatía: Ponete en su lugar. ¿Qué necesita?, ¿está sobrepasado? ¿estar en una burbuja lo pone de mal humor? En estos momentos tan singulares, debemos bajar un poquito las expectativas y las demandas. Este no es momento de obligarlos a nadar con estilo. Con que naden estilo perrito, por ahora, alcanza. No se pueden pelear todas las batallas; elijamos qué batallas queremos pelear.
Respeto: Los estudios demuestran claramente que desde el mismo momento del nacimiento, los cerebros humanos están cableados para aprender mejor en entornos afectivos. Para ser niños respetuosos, primero deben ser niños respetados. Si un chico ve que el adulto le grita o le falta el respeto, ¿por qué no lo haría él con otras personas? Ningún alumno se levanta un día y dice “Qué buen día para volver loco a la profesora Gómez”. Un chico que desafía es un chico que no sabe expresarse, y debemos enseñarle. Un chico que demanda atención, es un chico que necesita atención.
Pensemos en lo siguiente:
- Si un niño no sabe jugar al vóley, le enseñamos.
- Si un niño no sabe multiplicar, le enseñamos.
-Si un niño no sabe comportarse, ¿qué hacemos? ¿lo castigamos? No, debemos enseñarle.
Los chicos también necesitan saber que ellos tienen todo el derecho del mundo de enojarse, pero que eso no les da el derecho de tratar mal a las personas. Cuando no trabajamos las habilidades socio-emocionales en el aula, lo cognitivo se resiente.
Y para este debemos trabajar un concepto muy importante: el de aulas sanas.

Un aula sana es un aula en donde nadie puede interferir con el aprendizaje de un alumno. Un aula sana es un espacio en donde naturalizamos, desdramatizamos y capitalizamos el cometer errores, entendiendo que cometer errores es parte del proceso de aprendizaje. Un aula sana es un lugar en donde nada malo puede pasar, comprendiendo que un alumno que siente miedo, excesivos nervios o piensa que los pueden exponer o humillar, no puede aprender. Sin seguridad emocional, no hay aprendizaje.
Conflictos: Si bien las discusiones son, muchas veces, inevitables en el entorno escolar, la forma en las que las manejamos será una enseñanza para los chicos. Si manejamos los conflictos de una manera constructiva, les estaremos enseñando habilidades socioemocionales que podrán utilizar en su propia vida. Además, nos conectamos mejor, lo que genera que tengamos una mayor influencia sobre ellos.
Límites: Para que los chicos crezcan emocionalmente seguros y confiados, necesitan que los adultos sean cálidos pero firmes, cuando la situación así lo amerita. Debemos ser amables, gentiles y cercanos, pero poder desplegar una firmeza “tranquila” cuando la necesitemos. Debemos ser lo suficientemente cálidos para proveer un entorno emocionalmente seguro, pero a la vez tener una firmeza que emita el mensaje correcto de esperar lo mejor de ellos, si fuese necesario. No lo olvides, para poner límites hay que estar convencidos, no enojados. El manejo del aula es una condición indispensable para que vos puedas enseñar y tus alumnos aprender. Un aula tormentosa es una pesadilla para vos, tus alumnos y la profesión.
La mirada hacia ellos: Como adultos, debemos ayudar a los chicos a desarrollar su madurez emocional, para ayudarlos a vivir en paz con nosotros, con su entorno y con ellos mismos. Pero para esto, debemos comprender que cada niño es único, como única debe ser su trayectoria académica. Al compararlos con sus hermanos o con otros alumnos, al apurarlos, al etiquetarlos, o al exigirles desmedidamente, los alejamos de su verdadera esencia. Debemos aceptar a los chicos como son, no como quisiéramos que fuesen. Cuando los aceptamos sin juzgarlos, les estamos enseñando a aceptarse ellos mismos. Desde ese punto de partida, desde la aceptación, y cuidando el entorno, empezamos a relacionarnos desde otro lugar. Desde el respeto. Como adultos, somos figuras de referencia para los chicos y modelamos conductas a través de nuestro comportamiento. Los chicos nos están observando. Intentemos que vean la mejor versión de nosotros mismos.
Laura Lewin es autora, capacitadora y especialista en educación. Es oradora TEDx y ha escrito numerosos libros, entre los cuales podemos destacar su más reciente libro, " La Nueva Educación”, Santillana, 2020. Facebook: @LauraLewinOnline - Instagram: @LewinOnline
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