
“Él solo vale más que muchos combatientes; sabe sacar los dardos de las heridas y calmar con bálsamos suaves los sombríos dolores”, dice Homero en La Ilíada al referirse a Machaón, un médico guerrero, que, tras caer herido, es retirado del frente para ser resguardado. Esas palabras esconden el valor que los griegos le atribuían al personal de sanidad en la gran epopeya. En otras palabras, desde los tiempos más remotos, los profesionales de la salud fueron aliados inseparables de los hombres de armas, tanto en la guerra como en la paz.
Esta es la historia de la doctora Tamara Almada, una de esas integrantes de la sanidad militar que, además de dedicar su vida a la medicina, la vive con pasión desde el Ejército Argentino. Y, sobre esto último, no caben dudas: no hace falta ser un experto para reconocer a quienes viven sus profesiones con absoluto amor y compromiso.
Tamara se mueve con confianza en los pasillos del inmenso Hospital Militar 601 “Cirujano Mayor Dr. Cosme Argerich”, en el barrio porteño de Palermo, lugar que ella define como “su casa”. En un lapso de pocos minutos, se le acercan viejos pacientes para saludarla efusivamente. La médica cirujana se detiene el tiempo que sea necesario, les pone el oído y los alienta en la recuperación. También la saludan los colegas; a todos, les dedica una sonrisa. Una reflexión: dichosos quienes ponen su salud en manos de alguien así en la previa a ingresar al quirófano, momento en el que reina la duda, la fría sala se adueña de los pensamientos, y el brillo de las luces recuerda que uno queda completamente a merced de otros. En ese momento, figuras como la de Tamara se convierten en decisivas, llevan calma y esperanza. Eso vale tanto como su destreza.
Y, como si eso fuera poco, la doctora Almada es una de las mejores: en tan solo dos meses, recibió uno de los mayores reconocimientos de la American College of Surgeons, en Estados Unidos, y obtuvo un premio en Uruguay. Su historia personal no hace más que reforzar el perfil de una profesional tan excepcional como humana.

“El Hospital Militar es el amor de mi vida y mi casa”
Hace más de 20 años que la capitán Tamara Almada, médica cirujana y egresada de la Universidad de Buenos Aires (UBA), trabaja en el Hospital Militar Central 601 “Cirujano Mayor Dr. Cosme Argerich”, el emblemático centro de salud del Ejército Argentino en pleno barrio de Palermo. Allí, no solo opera y tiene consultorio, sino que también es docente. Por supuesto, trabaja en otros lugares, pero, insiste, algo de este nosocomio la atrae de una manera particular: “En la Facultad, elegí esta sede para hacer la unidad hospitalaria. Veía que andaban con ambos con estrellitas, pero mucho no entendía. Cuando finalizó esa etapa, terminé enamorada del hospital. Es el amor de mi vida y mi casa. Después, entré en la residencia. No tengo ningún familiar militar, con lo cual, reconozco, tuve suerte: me tuve que poner a entrenar para aprobar la parte física, rendí y quedé seleccionada”.
La médica del Ejército cuenta a DEF que la profesión que eligió la obliga a mantenerse actualizada. De todas maneras, hay que reconocer que ese sacrificio tuvo su recompensa. “Cuando finalicé la residencia, me eligieron para ser jefa de residentes y, luego, médica de planta”, cuenta. ¿Nunca te cerraron las puertas? “No. De hecho, tuve jefes a los que les estoy agradecida y, en parte, los premios que recibí este año también son por ellos, porque fueron quienes me enseñaron y alentaron a seguir”, responde Almada, quien también comenta que, en estos días, cumplió 42 años.
Una infancia atravesada por el llamado de la vocación: “No tenía muchas posibilidades de bancar la carrera”
¿Por qué elegiste ser médica y, además, militar? “Para responder, tengo que ir a mi infancia. Siempre quise serlo y, cuando tuve cinco o seis años, hubo una experiencia que me marcó. Fuimos a la plaza con mi hermano, que tiene una discapacidad. Mientras estábamos jugando, se escapó, se cayó y se golpeó con una viga de acero que le abrió el rostro. Recuerdo haberlo alzado, sin ningún tipo de miedo, para llevarlo al bebedero. Lo lavé y, mientras lo hacía, veía el hueso. Ese fue mi primer auxilio, lo acompañé al hospital y recuerdo cuando lo suturaron. Nunca me impresioné y siempre tuve esas necesidades de servicio, soy la que siempre está y quiere colaborar”, responde a DEF, al tiempo que cuenta que proviene de una familia trabajadora y que, como durante un tiempo su padre estuvo ausente (volvió a retomar contacto con él en la adultez), fue su mamá –maestra– la que se puso al hombro la economía del hogar y la crianza de los hijos.
“Fue una familia humilde, la verdad. De hecho, en la facultad, yo no tenía muchas posibilidades de bancar la carrera, pues no teníamos recursos. Sin embargo, en mi vida, se presentaron personas que me orientaron, ángeles de la guarda. Una de ellas fue un docente que, en el CBC, me propuso postularme a una beca de estudio. La gané. Me daban un cupón diario para el café y podía acceder al material didáctico. Igualmente, me la pasaba en la biblioteca, transcribiendo los libros. Llegué a conocer a todos los bibliotecarios porque entraba a las 7 de la mañana y me quedaba hasta las 11 de la noche. No fue un sacrificio porque eso me apasionaba. Estaba siendo feliz”, recuerda, no sin antes aclarar que, cuando conoció el Hospital Militar, se sintió atraída por los valores, la importancia que le daban a la educación (siempre prioritaria) y el ambiente que se asemejaba a una “gran familia”.

“Encontré un lugar en el que puedo ejercer con libertad. Estoy completamente agradecida porque me dio todo. Sobre todo, me formó”, añade.
¿Le agradecés a tu hermano que despertó esa vocación tuya? “Mi hermano lo es todo, nos llevamos solo 10 meses, pero siempre me viene a visitar al Hospital y me acompaña en algunos momentos. Mis jefes y compañeros lo quieren mucho, es parte de la familia del servicio”, contesta.
Del Hospital Militar al American College of Surgeons
En octubre de este año, Tamara viajó a Estados Unidos. ¿El motivo? Participar en un Congreso y presentar un trabajo en el American College of Surgeons.
“Yo soy miembro desde el año 2017. Este lugar nuclea a 90.000 cirujanos del mundo, por eso lo llaman ‘la casa de la cirugía’. Y, todos los años, convoca a los médicos a participar de un congreso que se desarrolla en, aproximadamente, 14 salas en simultáneo. Siempre fui para aprender, pero, con el tiempo, empecé a animarme y a presentar trabajos, como casos de estudios, técnicas, y hasta propuestas de enseñanza. Este fue el primer año en el que gané”, dice sobre el logro obtenido. Luego agrega: “Recibieron 270 trabajos, el mío era uno de esos. Luego, seleccionaron 21 y, finalmente, se compitió –en vivo– frente a un jurado. En mi caso particular, empecé a defender a las diez menos cuarto de la mañana y terminé pasadas las tres de la tarde”.

El caso presentado en Estados Unidos: 100 % hito argentino
Al ser consultada por su presentación, en torno al cine médico, Tamara deja que la pasión tome la palabra y detalla las emociones que la atravesaron al momento de elegir y estudiar el tema: “Mostré la primera cirugía filmada en el mundo, que data del año 1899 y que, además, fue nuestra, argentina. La cinta fue recuperada y en ella se ve al famoso doctor Alejandro Posadas operando. En las escenas, también está uno de sus alumnos –quien fue el jefe del Servicio de Cirugía del Hospital Militar en el año 1910–, el doctor Roccatagliata. En esa época, los llamaban los “cloroformistas” porque, para anestesiar a los pacientes, les tiraban unas gotas de cloroformo a través de una máscara; tenían que operar rápido para que el paciente no llegara a despertarse. Las cirugías las hacían en el patio del Hospital de Clínicas, para aprovechar la luz solar. Es decir, en el exterior, sobre una camilla, el paciente permanecía con el tórax abierto”.
Comenta la doctora Almada que a Posadas se lo conoce como el “padre de la cirugía torácica” porque lograba hacer operaciones de pulmón sin perforar el órgano. “Esos hitos quedaron grabados. En la filmación, se ve al exjefe del Servicio de Cirugía del Militar en el papel de anestesista, por llamarlo de alguna manera. Como el cloroformo podía matar, no se daba en grandes cantidades, por eso el paciente podía llegar a despertar y se necesitaba aumentar la velocidad de la operación”, explica.

Un detalle, no menor: cuatro años antes de la filmación, los hermanos Lumiére, en París, descubrieron el cinematógrafo. Dice Tamara que, luego de la cirugía que ella decidió mostrar, el doctor Posadas dejó registro de una operación de hernia. “Esas películas se habían perdido. Y, décadas atrás, cuando se movió el Hospital de Clínicas, desde el lugar que ocupaba en Plaza Houssay hasta donde está hoy, se las encontró. Es decir, si no hubiese sido por la demolición, no las ubicaban. Incluso, la Escuela de Cinematografía de Bélgica certificó que la filmación del doctor Posadas es la primera cirugía registrada por una cámara, en este caso la de Eugenio Py”, detalla.
“Me pareció un orgullo ir con este material. Porque siempre presento temas relacionados con el área de cirugía, pero este año encontré esta veta que coincidió con los objetivos que me propongo: siempre hablar de un hito argentino, que puede también ser histórico”, dice, no sin antes relatar que ocho horas después de haber debatido y defendido (en inglés), su trabajo obtuvo el segundo lugar.

En Uruguay, el primer puesto
Días atrás, en Uruguay, la doctora Almada obtuvo otro reconocimiento. En este caso, el primer lugar en un Congreso de Cirugía celebrado en el país vecino. En esta oportunidad, su trabajo giró en torno a la innovación y a la brecha tecnológica en el uso de robótica en cirugía.
“Hay más de 20.000 robots en el mundo, pero, en Argentina, tan solo ocho: solo el 0,26 % de los centros quirúrgicos tienen acceso a ellos. Es una brecha tecnológica enorme. Entonces, ¿cómo podemos reproducir esas destrezas? En el Militar, lo que hicimos fue aplicar fluorescencia, laparoscopía 3D y sumamos un instrumental, similar al robot, para incorporar a la laparoscopía. Además, reclutamos a 340 pacientes con distintas patologías. Y lo más importante es que trabajamos en equipo con otras especialidades. Si bien yo presenté el trabajo, detrás hay un grupo de residentes, médicos de planta y otros servicios que se pusieron la camiseta del hospital. Eso se tradujo en precisión”, contó.
Un dato: por los logros obtenidos, Tamara también fue reconocida por la propia Sanidad Militar. “La comunidad específica médica me dio algunos premios, pero también recibí el de la Comisión de Sanidad ‘San Lucas’. No puedo pedir más nada”, confiesa.
Además de médica, militar
La profesión de Tamara Almada trasciende el horario laboral y no da tregua los fines de semana. “Estas fiestas, estoy de guardia, me toca. Pero yo elegí esto y la salud no se toma vacaciones”, resume y aclara que, con la edad, sí buscó respetar los espacios en familia: “Disfruto. Trato de dedicarles parte del sábado y el domingo a mi marido y también a mi perro. Me despierto temprano, por supuesto, tengo reloj militar, pero aprovecho para estar con ellos”.

¿Qué les decís a los jóvenes que ven en la medicina una alternativa profesional y, quizá, temen no poder tener el mejor salario? “Que la vida pasa por otro lado. Es cierto, no vamos a ser millonarios, pero no hay nada como sentir la satisfacción de hacer lo que amás. A veces, mis pacientes, algunos muy abuelitos, se acercan a saludarme, me dan un beso… y quizá los operé 10 años atrás, pero se acuerdan de mí. Es muy gratificante. Pero, bueno, yo busco pagar las cuentas, llegar a fin de mes, y que mi hermano, mis pacientes y el resto de mi familia estén bien”, contesta la médica, quien, además, agrega que, en varias oportunidades, compartió momentos profesionales con veteranos de la guerra de Malvinas relacionados con la sanidad del Ejército: “Todos los años buscamos que puedan exponer en las jornadas. Médicos como los doctores Ariel Barrera Oro y Rubén Cucchiara contaron sus conmovedores relatos. Incluso, varios suboficiales se acercaron a mi consultorio para contarme sus experiencias. En ese sentido, yo no puedo creer la humildad con la que se manejan”.
Además, la doctora Almada es contundente a la hora de hablar sobre con qué se va a encontrar un joven que ingresa al Hospital Militar para hacer su residencia: “Mucho compañerismo. Es más, hace poco le recomendé este lugar a una médica y le dije que no se asustara cuando le hablaran del Colegio Militar porque es algo muy lindo, ahí nace la amistad con otros colegas. A mí me encantó esa experiencia. Además, este hospital es un gran centro modelo y en todas las especialidades te vas a encontrar con un referente. Es un aprendizaje hermoso que genera muchas satisfacciones. Yo soy una gran promotora de que vengan a hacer una residencia al Hospital Militar”.
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