
“Gracias a los amigos por sus buenos deseos en este 25 de noviembre. En realidad, anoche al acostarme tenía 73 años y al levantarme esta mañana, 74. Pero les aseguro que no noto ninguna diferencia de ayer a hoy. Me parece que cumplir años está ligeramente sobrevalorado.”
Ese mensaje, aparentemente banal, revela algo más profundo sobre el escritor español Arturo Pérez-Reverte: su desprecio por la solemnidad, incluso cuando se trata de su propio cumpleaños. No es solo un escritor que cumple años. Es un autor que ha construido una identidad pública escéptica, casi estoica, frente al paso del tiempo y al ruido mediático. El texto recuerda, un poco, lo que otro español, Fernando Saveter, escribió en su libro Carne gobernada: “Tengo 75 años, ¿no es ridículo? Con lo joven que he sido siempre...”
En los últimos años, sus intervenciones públicas han provocado polémica en repetidas ocasiones. En una entrevista con Infobae, afirmó: “Ahora todo es clicks … lo llevo como un complemento, como un daño colateral inevitable”. Según él, no busca la controversia deliberadamente: tuitea, lanza su opinión y desaparece. No debate, no se deja arrastrar por el ciclo de la polémica con tal intensidad que vive desde otros ámbitos: “Cuando quiero mandar un mensaje sé que va a ser un mensaje eficaz”, dijo.
Las respuestas no se hicieron esperar: “Puede ser que tenga toda la razón, don Arturo, salvo cuando existe el riesgo de no cumplirlos”, le dijo el usuario J.P.E. “Difiero contigo. No me parece sobrevalorado, es un milagro cumplir un año más de vida e ir cumpliendo años...”, le escribió A. Gómez. “Cuando se baje usted del autobús nos va a hacer mucha falta y le vamos a echar mucho de menos... ” le puso Roberto M., que al parecer sospecha que al autor no le queda mucho y está seguro de que él vivirá más.
Hay muchísimas respuestas más: @NiNegroNiBlanco escribió: “Sobrevalorada será la fecha , pero cumplir ... , años, vida, es una gozada, y con todo lo bueno y lo malo, no tengo ninguna duda, que a usted le gusta vivir, ninguna”. Y@duquepeces: “Estimado Sr Reverte, la otra opción no es muy esperanzadora. Felicidades”. Y Manolo G: “No le quiero desmoralizar pero si ya tiene cumplidos los 74 significa que ahora ya está empezando a rodar con los 75″.
Daños colaterales
El “daño colateral” es justamente parte de la marca de Pérez Reverte, una figura pública que no rehúye provocar, pero que insiste en que no es lo que persigue. Se siente igual que siempre, como dijo en el tuit, pero registra lo que pasa: “Tengo ya mucha vida en la espalda… Mi mundo, el mundo en el que yo me crié … está desapareciendo”, explicó.
Nunca habla con medias palabras. Una de sus críticas más duras ha sido contra la educación. En una columna llegó a proponer un juicio de Núremberg por lo que denomina “crímenes contra la Educación”. No era una figura retórica leve. Para él, muchos responsables institucionales han desvirtuado lo fundamental: en vez de educar, habrían convertido el sistema en un mecanismo para “rebajar el nivel de la excelencia hasta la mediocridad”. En su diagnóstico, las reformas pedagógicas modernas priorizan emociones o métodos blandos por sobre los conocimientos fundamentales. Esa visión lo ha contrariado con pedagogos, autoridades educativas y quienes defienden modelos más nuevos: para Pérez-Reverte, el vacío de rigor intelectual genera consecuencias graves en el futuro social.

También ha intervenido en debates institucionales. En medio de una disputa pública entre la Real Academia Española (RAE) y el Instituto Cervantes, se mostró distante pero crítico: “Las guerras son malas”, declaró, en una frase que puede leerse como rechazo a la politización del lenguaje, pero también como una renuncia mesurada. En ese episodio, evitó tomar partido explícito pese a su peso intelectual, lo que algunos interpretaron como desapego o, dicho de otro modo, calculada retirada de los conflictos lingüísticos.
Otra de sus críticas notorias apunta al destino de Europa. En una entrevista, afirmó que el continente “ha perdido su influencia moral en el mundo” y que hoy es “una porquería”, víctima de su propia decadencia. Para Pérez-Reverte, Occidente vive “el final de un mundo”: no se deja llevar por una nostalgia simple, sino por un análisis histórico duro de lo que supone ver estructuras antiguas desmoronarse bajo nuevas corrientes.
Estas controversias no son accesorias: construyen una voz pública coherente con su tuit de cumpleaños. El mismo hombre que no ve diferencia de un día a otro al saltar de los 73 a los 74 años es quien señala que el mundo ha cambiado tanto que lo que él consideraba normal —protocolos, instituciones, formas de relacionarse— ya no existe: se desploma o se transforma radicalmente.
Cuenta también cómo maneja sus redes: dice que no tiene Twitter en el teléfono, que solo tuitea desde su ordenador cuando está en casa. “Para mí Twitter es una herramienta que está bien y tal, a la que recurro cuando necesito”. Esa elección subraya su distancia: no es esclavo de la inmediatez, no vive en la red, pero reconoce su poder para comunicar de forma eficaz.
Al decir que “cumplir años está ligeramente sobrevalorado”, no estaba solo minimizando su edad, con trivialidad. Estaba encapsulando, en una frase liviana, su forma de afrontar la vida pública: con franqueza, con conciencia histórica, con escepticismo ante lo digital y lo institucional, y con la certeza de que algunas batallas, aunque inevitables, no merecen ser exaltadas.
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