
En pleno otoño neoyorquino, el Brooklyn Museum se convierte en el epicentro de una de las citas culturales más esperadas de 2025. Desde el 11 de octubre, las salas del museo invitan a descubrir un capítulo inusual y fascinante en la trayectoria de Claude Monet: su encuentro con la enigmática belleza de Venecia.
Más de cien años después de aquel viaje transformador, las pinturas que nacieron a orillas de los canales regresan al centro de la escena. El visitante podrá sumergirse en los matices casi irreales de la laguna veneciana, experimentar la pasión de Monet ante lo desconocido y atestiguar cómo una ciudad—considerada por muchos como un cliché artístico—logró desafiarlo y renovar su mirada.

Esta exposición no solo reúne casi la mitad de las obras que Monet realizó en su breve estancia italiana de 1908, sino que marca un giro en la forma en que el impresionismo es interpretado en Nueva York. En la actualidad, la ciudad mira de nuevo hacia Venecia a través de los ojos de un artista que hizo de la crisis el punto de partida de una revolución pictórica.
La importancia de la exposición, curada por Lisa Small y Melissa Buron, se encuentra no solo en la cantidad de obras reunidas, sino en su enfoque temático. Por primera vez en décadas, una institución neoyorquina centra su atención en el periodo veneciano de Monet, dejando de lado el tradicional formato de retrospectiva para profundizar en una etapa específica y transformadora de su carrera.
La muestra incluye cerca de 100 piezas y se apoya en investigación académica sólida, acompañada por obras de otros artistas que retrataron la ciudad italiana, como Canaletto, J. M. W. Turner y John Singer Sargent. Así se logra contextualizar la mirada de Monet sobre Venecia.

El momento histórico en el que se generó esta serie resulta clave para entender su trascendencia. En 1908, Monet atravesaba una crisis creativa, insatisfecho con sus últimos cuadros de nenúfares y frustrado por la imposibilidad de exhibirlos en la galería de su marchante, Paul Durand-Ruel. La insistencia de su esposa, Alice Hoschedé, junto a la invitación de la baronesa Mary Hunter para alojarse en el Palazzo Barbaro—propiedad de Daniel y Ariana Curtis—, terminaron por decidirlo a viajar a Venecia. El artista consideraba la ciudad un cliché artístico y la describía como “demasiado bella para ser pintada”, según relata ARTnews.
Una vez en la ciudad de los canales, Monet adoptó un método de trabajo riguroso y original. Siguiendo la tradición impresionista del plein air, pintaba al aire libre; sin embargo, a diferencia de series anteriores—como la de la catedral de Rouen o los almiares—, optó por representar los mismos motivos únicamente en el mismo horario, durante un intervalo de dos horas por día.
Este enfoque permitió captar las variaciones sutiles de luz y clima, y le apartó de la representación del paso del tiempo, acercándolo a una transformación más abstracta y difícil de describir. Monet expresó en una carta a Durand-Ruel: “Ver mis lienzos con mejores ojos”.

Las obras resultantes, como las vistas del Palazzo Ducale desde la isla de San Giorgio Maggiore, muestran diferencias apenas perceptibles en el color de los muelles o en la definición de los edificios. Los contornos se disuelven y se mezclan con el agua en una atmósfera fluctuante.
El clima y la luz dictaron el resultado de cada cuadro, y la serie veneciana funcionó como un laboratorio de exploración para Monet. Así, desarrolló una pincelada más suelta y una composición cercana a la abstracción. Destaca “El Rio della Salute” (1908), donde los límites entre la arquitectura y el entorno natural se desvanecen en una maraña de trazos y color.

La exposición en el Brooklyn Museum, como señala ARTnews, subraya cómo Monet desafió los clichés típicos asociados a Venecia. Mientras muchos artistas y fotógrafos de la época buscaban una visión estática y nostálgica de la ciudad, Monet la representó como un espacio de perpetuo movimiento, con canales vacíos de embarcaciones y paisajes con límites imprecisos. Frente al detallismo casi fotográfico de Canaletto, el artista francés apostó por la ambigüedad y la sugerencia, anticipando tendencias futuras en el arte moderno.
El impacto de la serie veneciana trasciende las propias obras expuestas. Una vez de regreso en Italia, Monet retomó la serie de los nenúfares con renovado entusiasmo. Las pinturas de los años siguientes—algunas incluidas en la muestra— demuestran una mayor libertad formal y la disolución de los límites entre figura y fondo. En estos lienzos, los nenúfares se transforman en remolinos de color y las superficies acuáticas reflejan nubes y luces, fusionando tiempo y espacio, una evolución celebrada por la crítica y que consolidó el legado del artista francés.

La curaduría de “Monet and Venice” recibió elogios por su exigencia académica. Sin embargo, ciertos elementos sensoriales, como la sala de introducción con videos, luces y aromas inspirados en Venecia, provocaron críticas en ARTnews, considerándolos superficiales respecto a la solidez del contenido. Aun así, la presencia de obras de otros maestros y la música compuesta por Niles Luther para la galería principal contribuyen a enriquecer la experiencia de los visitantes y a resaltar la relevancia de la serie veneciana en la trayectoria de Monet.
Según ARTnews, Alice Hoschedé reconoció el profundo vínculo que su esposo estableció con Venecia, una ciudad que, en palabras de ella, lo conquistó completamente. Aunque Hoschedé falleció en 1911 y no llegó a presenciar plenamente el alcance de esa transformación, la exposición en el Brooklyn Museum demuestra que la huella de Venecia en Monet resultó tan duradera como decisiva para su arte.
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