
La influencia de la superpotencia estadounidense en la consolidación de lo que se conoce como Occidente ha sido objeto de análisis en los últimos años, especialmente ante la pérdida de centralidad y poder de esta región en un mundo que se ha vuelto cada vez más multipolar desde finales del siglo XX.
Este fenómeno se ha intensificado incluso antes de la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, cuyas primeras decisiones generaron una crisis comercial y alimentaron debates sobre una posible fractura de Occidente.

Cómo el mundo creó Occidente
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La noción de Occidente ha sido históricamente asociada a sistemas democráticos, economías de libre mercado y una herencia cultural que remite a la Grecia y la Roma antiguas. Sin embargo, dos libros recientes ofrecen perspectivas divergentes sobre el origen y la naturaleza de esta civilización.
Por un lado, la historiadora Josephine Quinn, profesora en la Universidad de Cambridge, sostiene en su obra Cómo el mundo creó Occidente que nunca existió una cultura occidental única y pura. Quinn argumenta que los valores comúnmente atribuidos a Occidente, como la libertad, la racionalidad, la justicia y la tolerancia, no son exclusivos ni originarios de esta región, sino que resultan de una interacción prolongada con sociedades de diversas partes del mundo, tanto al sur, al norte como al este.
Quinn minimiza la influencia exclusiva de la herencia greco-latina, señalando que los relatos de griegos y romanos tienen raíces en civilizaciones más antiguas y distantes. Entre los ejemplos que menciona se encuentran los códigos legales y la literatura provenientes de Mesopotamia, las esculturas de piedra de Egipto, los sistemas de irrigación de Asiria y el alfabeto originario del Levante. Para Quinn, la cultura occidental es el resultado de un mestizaje profundo, marcado tanto por la violencia como por el intercambio de arte, ciencia y pensamiento.

El libro de Quinn se apoya en hallazgos arqueológicos y detalla episodios poco conocidos, como la adopción de prendas con mangas por parte de los griegos, quienes las tomaron de los persas. Su enfoque, enmarcado en la historiografía moderna y revisionista, abarca desde la llamada Reconquista de la península ibérica —que, según la autora, fue más una conquista, ya que al completarse apenas quedaban reyes visigodos— hasta la Era de la Exploración, que culminó con la llegada a América. Este último episodio recibe un tratamiento menos central en su relato.
En contraste, el historiador italiano Alessandro Vanoli presenta una visión opuesta en su libro La invención de Occidente. Vanoli sitúa el nacimiento de la idea de Occidente como entidad geopolítica y cultural en la Junta de Badajoz-Elvas de 1524, cuando Portugal y España acordaron dividir el mundo en dos hemisferios, cada uno bajo el control de uno de estos reinos ibéricos. Para Vanoli, Occidente se “inventa” en ese momento, no como una ficción, sino como una realidad surgida de los grandes viajes marítimos de exploración del Atlántico y el posterior “descubrimiento” del Nuevo Mundo. Hasta entonces, Occidente solo designaba un punto cardinal.

Vanoli, especialista en la historia del Mediterráneo y en la presencia islámica medieval en la península ibérica y en Sicilia, también examina los orígenes más antiguos de la civilización occidental. En la cosmovisión egipcia, el oeste, lugar donde se oculta el sol, se asociaba con la muerte y el más allá.
No obstante, el deseo de explorar el mar hacia el oeste persistió entre los pueblos antiguos. La invención de la brújula y el descubrimiento de los vientos alisios facilitaron la navegación hacia ese océano, que en algún momento recibió el nombre de “occidental”. Portugueses y españoles compitieron por encontrar una ruta hacia las Indias, origen de las especias, y fue en esa búsqueda que Cristóbal Colón llegó a la isla que llamó La Española el 12 de octubre de 1492.

Tanto Quinn como Vanoli coinciden en destacar la relevancia de los avances en la cartografía náutica para la exploración marítima. Ambos autores dedican atención al “atlas catalán”, elaborado por judíos mallorquines en 1375, considerado una obra cartográfica y artística de gran valor que representaba el mundo conocido hasta esa fecha.
El análisis de Vanoli se extiende hasta la era contemporánea, evaluando el papel de Estados Unidos en la consolidación de un Occidente exitoso, aunque en declive desde finales del siglo XX. El medio subrayó que, para Vanoli, la pérdida de centralidad de Occidente no es un fenómeno reciente ni exclusivo de la administración de Trump, sino una tendencia que se ha acentuado en las últimas décadas en un contexto global cada vez más diverso y multipolar.
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