
Nació un 29 de abril de 1936, en el Hospital Fiorito de Avellaneda, y murió apenas 36 años después, dejando una obra poética que sigue encendiendo pasiones, interrogantes y homenajes. Alejandra Pizarnik, hija de inmigrantes ucranianos judíos, fue una escritora precoz, obsesiva, marcada por la depresión y por una voz literaria única en el español del siglo XX.
En sus diarios, sus poemas, sus cartas, y en su suicidio —ocurrido en 1972 tras ingerir cincuenta pastillas de secobarbital— se dibuja la figura de una mujer atravesada por el deseo de trascendencia, el miedo a la locura y una intensa búsqueda de amor. Entre los vínculos más enigmáticos de su vida se destaca su relación con la escritora Silvina Ocampo, treinta y tres años mayor, aristócrata, esquiva y tan influyente como inaccesible.
¿Hubo entre ellas una relación amorosa? ¿Fueron amantes o solo compartieron una intimidad poética que desbordaba los límites de la amistad? Las cartas entre ambas, los testimonios de terceros y la lectura en clave contemporánea de sus vínculos permiten especular con una cercanía afectiva y corporal que nunca fue confirmada del todo.

Una carta encendida en la víspera de la muerte
El punto de partida de esta historia suele ser una carta fechada pocos días antes del suicidio de Alejandra Pizarnik. Allí se dirige a Silvina Ocampo con apelativos afectivos como “Sylvette” y “Silvine”, y le confiesa: “sos mi paraíso perdido. Vuelto a encontrar y perdido”. La carta incluye frases que desbordan la contención literaria: “Quisiera que estuvieras desnuda, a mi lado, leyendo tus poemas en voz viva”, y más adelante: “te amo sin fondo”. El tono es suplicante y desesperado. “Sylvette, curame, ayudame, no es posible ser tamaña supliciada”.
La carta fue publicada en Nueva correspondencia Pizarnik, edición de Ivonne Bordelois y Cristina Piña. Según Bordelois, que además fue amiga de Pizarnik, la reconstrucción de esa relación es compleja: “es muy difícil reconstruir los términos de una relación como la sostenida entre Alejandra y Silvina cuando los testimonios de terceros, por el carácter mismo de la relación, son tan intangibles”.
El enigma de Silvina Ocampo
Silvina Ocampo, hermana de Victoria y esposa de Adolfo Bioy Casares, formó parte de un círculo literario selecto, pero no por ello menos opaco. Fue reconocida por sus cuentos inquietantes, donde los niños, los animales y los rituales familiares se combinan con un erotismo perturbador. De ella se dijo que “es Borges pero con falda”, y también que fue una mujer cuya capacidad de seducción convivía con una crueldad implacable. Su rechazo al foco público fue coherente con su modo de relacionarse: reservada, selectiva, excéntrica.

En La hermana menor, Mariana Enriquez señala que la relación entre Pizarnik y Ocampo forma parte del mito biográfico rioplatense. En su retrato, incluso se alude a un rumor temprano: que la madre de Bioy Casares, Marta Ignacia, estaba enamorada de Silvina, y que el casamiento fue una pantalla para encubrir una relación lésbica. Esa versión fue descartada por quienes conocieron a la pareja Ocampo-Bioy, pero persiste como indicio de las múltiples capas de secretos que envolvían a Silvina.
¿Un amor correspondido?
Más allá de la carta final, hay otras huellas. En la Biblioteca Nacional de Maestras y Maestros se conserva un ejemplar del libro Los días de la noche, de Ocampo, que Pizarnik intervino con anotaciones. En la primera página escribió: “nadie te comprende Silvina, se esconden para no ver”. También se conserva una dedicatoria escrita por Silvina: “A Alejandra, en agradecimiento por un cuadro que me encanta. Con cariño”. La relación existió y fue afectiva, pero ¿fue carnal?
El poeta Fernando Noy dijo que sí, que fue una relación física. Pero ningún otro testimonio confirma eso de forma tan directa. A diferencia de Pizarnik —cuya vida amorosa aparece documentada en diarios y cartas—, Silvina cultivó el silencio. Incluso se relató que, días antes del suicidio, Alejandra llamó a la casa de Silvina y que esta no atendió, a pesar de estar presente. Ese desdén —real o simbólico— fue leído por algunos como rechazo, y por otros como el gesto final de una mujer que se cansó de recibir súplicas de quien pedía amor sin medida.

¿Clase social, deseo o mito literario?
Además de las posibles tensiones amorosas, la distancia entre ambas estuvo mediada por su origen social. Ocampo representaba todo lo que Pizarnik no era: dinero, abolengo, estabilidad. Como dijo Bordelois en una entrevista con la revista Vanity Fair, “no era sólo la persona de Silvina lo que encandilaba a Alejandra, sino su mundo aristocrático de belleza y de esa suerte de irrealidad que rodea a los más afortunados”.
Las cartas de Alejandra revelan no solo amor, sino también una fascinación por aquello que sentía inalcanzable: “nadie como vos”, le escribe, y más adelante: “te beso como yo sé, a la rusa (con variantes francesas y de Córcega)”.
Una relación que no se puede clasificar
El vínculo entre Alejandra Pizarnik y Silvina Ocampo sigue envuelto en zonas grises. No hay pruebas concluyentes de que hayan sido amantes, pero tampoco hay certezas de lo contrario. En un país donde la sexualidad femenina fue muchas veces objeto de censura o invisibilidad, sus cartas y libros son hoy piezas claves para una relectura de los afectos entre mujeres en la historia literaria argentina.
En el cumpleaños 89 de Alejandra Pizarnik, su figura poética sigue viva. Y en cada nuevo aniversario, esa carta final —desbordante, inconsolable, visceral— reaparece como un grito de amor no correspondido, o quizás, como la última página de una historia que nunca se sabrá cómo terminó.
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