
La Guerra del Pacífico, iniciada con el ataque japonés a Pearl Harbor -territorio de Hawái- en diciembre de 1941 y culminada en agosto de 1945 con la rendición del Imperio nipón, redefinió por completo el mapa político de Asia oriental.
Uno de los impactos más significativos, aunque menos perceptibles desde Occidente, fue la división de la península. Bajo dominio japonés desde 1910, Corea no fue un observador pasivo en la contienda: fue un territorio colonizado, explotado y militarizado para sustentar el esfuerzo bélico nipón. Mientras el Imperio del Sol Naciente se expandía por Asia, lo hacía sustentado en los recursos humanos, industriales y agrícolas extraídos de su colonia coreana.
Durante esos años, quedó totalmente subordinada a las necesidades coyunturales del aparato bélico japonés. Más de siete millones de coreanos fueron movilizados, dos millones de ellos trasladados por la fuerza a Japón para trabajar en condiciones de esclavitud. A la militarización del trabajo se sumó la asimilación cultural forzada, la supresión de derechos, la explotación de los recursos y la devastación del tejido social.
La dominación colonial japonesa había transformado profundamente la economía, la política y la sociedad coreana. Sin embargo, fue durante la guerra —cuando la maquinaria imperial se reconfiguró completamente para el esfuerzo bélico— que la violencia llegó a su punto más extremo. En ese contexto de militarización total, germinó la explotación sistemática de las mujeres coreanas como esclavas sexuales del ejército japonés.
Eufemísticamente llamadas “mujeres de consuelo”, decenas de miles de niñas y adultas coreanas fueron reclutadas por la fuerza, engañadas o secuestradas por agentes militares para ser utilizadas en burdeles instalados por el ejército imperial en toda Asia y el Pacífico.
Esas mujeres vivieron en condiciones de violencia física, aislamiento y sometimiento extremo. No hay una cifra exacta, pero se calcula que fueron entre 50.000 y 400.000 chicas que sufrieron el brutalismo del Imperio del Sol Naciente.

Muy pocas fueron las que sobrevivieron; Lee Ok-Sun fue una de ellas y Hierba de Keum Suk Gendry-Kim es el libro que retrata su historia de forma ilustrada, cruda y en blanco y negro.
Infobae entrevistó a la ilustradora en su llegada a Argentina para la 49° edición de la Feria Internacional del Libro como invitada de la Asociación Civil de los coreanos en la Argentina y la Fundación Man Young. En la charla -donde el coreano, inglés, francés y español hicieron una mezcla inusual-, Keum Suk compartió detalles sobre el proceso de plasmar la oscura vida de Ok-Sun.
La conexión de Lee Ok-Sun y Keum Suk Gendry-Kim
La historia detrás de Hierba, una de las obras más impactantes de Keum Suk Gendry-Kim, nace de un deseo profundo por comprender y transmitir los traumas invisibilizados de su país y de su propia historia familiar.
Publicada originalmente en 2017, esta novela gráfica reconstruye la vida de una de las llamadas “mujeres de consuelo”, víctimas de esclavitud sexual por parte del ejército imperial japonés durante la Segunda Guerra Mundial. Pero la génesis de la obra tiene raíces más personales y emocionales.
“La generación de mis padres sufrió la guerra”, explicó Keum Suk cuando se le preguntó sobre su conexión con el libro. También, recordó cómo fue el contexto en el que creció: escuchando historias fragmentadas, muchas veces dolorosas, de la experiencia de su madre durante la ocupación japonesa.
"Nací en una época del baby boom”, dice con sencillez, pero con plena conciencia de lo que eso significa. Esa generación, que llegó al mundo en el eco de la guerra y bajo la ocupación japonesa, creció rodeada de historias silenciadas, traumas heredados y una sociedad en reconstrucción.
En 2013, Keum Suk escribió una primera versión breve de lo que más tarde sería Hierba, basada únicamente en referencias indirectas, como documentales. Pero ese acercamiento no fue suficiente. “Cuando terminé esa novela, me di cuenta de la necesidad de encontrarme con esas mujeres y escuchar sus historias”, comentó. Fue entonces cuando emprendió un camino difícil, emocionalmente exigente, para entrevistarse con sobrevivientes reales de los abusos.
El proceso no fue fácil. La intención de Keum Suk siempre fue clara: “Mostrar la historia concreta sin dañar a nadie”. Su obra rechaza el odio y el resentimiento: “No sentir rencor hacia Japón, sino entender que lo que quedó en el pasado fue decisión de las personas que vivieron en esa época”.

El impacto de Hierba no se limitó a Corea del Sur. En Japón, su publicación generó un movimiento inesperado. “Después de que saqué el libro en Japón, hubo movimientos en los que se reunían japoneses, hicieron la traducción del libro y bajaron los precios para que todos los adolescentes tuvieran acceso”, contó con sorpresa y gratitud.
Asimismo, viajar por cinco ciudades japonesas presentando el libro le permitió confirmar que el dolor narrado en Hierba no es solo coreano. “Había muchas personas, desde adolescentes hasta ancianos, interesados en conocer la historia”, recordó. En Japón, su obra no se colocó en la sección de cómics, sino en la de historia; una señal clara de que Hierba traspasó el formato gráfico para convertirse en un documento testimonial de valor histórico.
En su relato, Keum Suk enfatiza también su rol como narradora responsable. “El autor o la autora no tiene que estar agarrado emocionalmente a estas historias. Desde el costado, el lector puede sentir más y entender mejor”, explicó.
“No conocían la palabra feminismo, pero eran todas feministas”
Aunque el término feminismo ganó terreno recientemente en el ámbito público coreano, Keum Suk lo reconoce como una fuerza silenciosa que la atravesó desde siempre. Su formación como artista y autora estuvo profundamente influida por mujeres que nunca se proclamaron feministas, pero lo eran en su esencia.
“Mi madre ya era feminista antes de que existiera la palabra para nosotras”, afirma, reivindicando esa herencia tácita que la moldeó desde niña. “Mi madre y mi abuela eran feministas”, repite con orgullo, subrayando que su militancia no fue académica ni doctrinaria, sino vital.
En una cultura tradicional como la surcoreana, hablar de feminismo sigue siendo desafiante. Pero Keum Suk no rehúye esa conversación. “Hay una diferencia entre hombres y mujeres todavía, aunque fue cambiando mucho”, reconoció.
Su obra, entonces, no es solo una intervención estética o política, sino una forma de documentación emocional, de registrar lo que significa ser mujer en un país que aún batalla con las jerarquías de género. En Hierba, los desafíos que una mujer afrontaba en esa época están retratados hasta en el más mínimo detalle, como por ejemplo, el acceso a la educación.

Desde esa conciencia, observa también cómo la literatura coreana contemporánea, especialmente la escrita por mujeres, comenzó a ganar visibilidad en el mundo. El fenómeno de Han Kang, galardonada con el Premio Nobel en Literatura en 2024, es un claro ejemplo de como las voces femeninas surcoreanas se están haciendo oír del otro lado del mundo.
“Ahora hay un boom de voces femeninas coreanas”, dijo, y aunque algunos lo atribuyen a la influencia de movimientos feministas en Occidente, ella señaló que en Corea “la generación de nuestras madres ya era feminista”. Solo que nadie lo llamaba así. “No conocían la palabra feminismo, pero eran todas feministas”, enfatizó.
Argentina, el espejo inesperado y la necesidad de reescribir la historia
La visita de Keum Suk Gendry-Kim a Argentina la sorprendió profundamente. “Las mujeres latinoamericanas están muy interesadas en mi historia”, contó, todavía emocionada por la calidez y el reconocimiento que recibió durante su paso por la Feria del Libro de Buenos Aires.
No se trató solo de actos protocolares o entrevistas programadas. Hubo momentos íntimos, espontáneos, como cuando algunos lectores la reconocieron, se acercaron y le pidieron que firmara sus ejemplares. “Esos actos me llegaron mucho. No lo esperaba”, confesó.
La conexión no es fortuita. En sus palabras, queda claro que el público argentino encontró en sus historias algo más allá del exotismo de Corea: “La mayor cantidad de gente que me viene a ver no es gente que dice ‘quiero conocer Corea’, sino que dice ‘estas son nuestras historias’”. Ese sentimiento de apropiación afectiva, donde la distancia geográfica se disuelve, es quizás una de las pruebas más claras del poder universal de su narrativa.
La razón, quizás, esté en cómo Keum Suk aborda la historia. Sus libros no buscan enseñar fechas, ni repetir cronologías. “La historia está escrita por los que vencen, y yo quiero contar el otro lado”, manifestó. Una afirmación tan potente como la práctica que la sostiene: su trabajo escarba en la memoria borrada, en los márgenes, en lo que no figura en los textos oficiales.

“Lo que yo trabajo en mis libros son cosas que ni siquiera en Corea se conocen muy bien”, explicó. Y en esa misma línea, responde con claridad cuando se le pregunta si en Japón ocurre algo similar: “La población desconoce la historia porque estudió de libros escolares con información modificada por el gobierno”.
Por eso, más allá de la ficción o el formato gráfico, sus libros operan como antídoto contra el olvido. Como una reescritura paciente, comprometida, desde lo humano.
La autora no cree en las verdades absolutas ni en los relatos cerrados. Ella elige narrar desde la grieta, desde lo que no encaja del todo. “Me interesa la historia escondida, lo que está en lo oscuro, lo que diríamos tabú”, dijo. Su literatura es, entonces, una invitación a mirar donde nadie suele mirar. A escuchar donde otros callan. A contar lo que los manuales ignoran.
Y es ahí donde encuentra su mayor poder: en hacer visible lo invisible, en devolverle dignidad a las historias rotas. En mostrar que cada relato oculto, cada voz silenciada, merece un lugar en la memoria colectiva.
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