
En abril de 1989, la literatura inglesa perdía a una de sus narradoras más inquietantes: Daphne du Maurier, autora de novelas que supieron disfrazarse de romance gótico para en realidad explorar lo más turbio de la psique humana.
Su novela más famosa, Rebeca, publicada en 1938, llevaba vendidas millones de copias y había inspirado la primera película hollywoodense de Alfred Hitchcock. Para entonces, el nombre de Du Maurier se asociaba con el misterio gótico, el romanticismo oscuro y un estilo narrativo donde la intriga psicológica se filtraba en cada párrafo.
Pero solo tras su muerte empezó a emerger el verdadero rostro de la escritora: el de una mujer dividida entre su rol público como madre y esposa de un militar británico, y su identidad secreta, marcada por un conflicto de género, amores ocultos y una infancia traumática.
En vida, Du Maurier jamás se definió como una autora de terror. Fue el público, primero, y después la crítica, quienes intentaron encasillarla en ese género. Pero su obra, plagada de relaciones ambiguas, deseos prohibidos, abusos familiares y pulsiones reprimidas, surgía directamente de una experiencia vital densa y cargada de contradicciones.
“He crecido con la mentalidad y el corazón de un chico”, escribió en una carta dirigida a Ellen Doubleday, la esposa de su editor en Estados Unidos. No firmaba como Daphne, sino como Eric Avon, el nombre masculino que le había dado a su yo interior.
A más de tres décadas de su muerte, su obra sigue generando fascinación por la manera en que desplegó una fuerza narrativa alimentada, como ella misma confesó, por una “energía masculina” que canalizaba sus deseos reprimidos, su ambigüedad sexual y sus traumas más íntimos.
Lejos de las etiquetas con que se la quiso clasificar —romántica, sentimental, “literatura femenina”—, Du Maurier escribió sobre el incesto, la muerte, los celos y la identidad sexual, sin temor a los grises morales ni a las zonas oscuras del alma.
En sus obras, los personajes no buscan la verdad: huyen de ella o, cuando la encuentran, los desgarra. Lo inquietante no es el fantasma que se aparece, sino la certeza de que ya convivía con nosotros. La herencia literaria de Du Maurier tiene mucho de la tradición gótica victoriana, pero su mirada es moderna y afilada: lo siniestro no se esconde en castillos remotos, sino en lo doméstico, en lo familiar, en lo íntimo.

Una infancia artística marcada por el control paterno
Du Maurier nació en 1907 en Londres, en el seno de una familia de artistas: su abuelo fue el novelista y caricaturista George du Maurier, su padre, Gerald du Maurier, un actor célebre del teatro británico, y su madre también era actriz. Desde pequeña fue educada en casa por tutores, rodeada de amigos de sus padres, escritores, actores, figuras del arte y la literatura.
Pero el legado familiar incluía también una forma de autoridad sofocante. Su padre no solo dirigía el mundo doméstico como si fuera un escenario teatral, sino que, según relató la propia Daphne y confirmaron personas cercanas, proyectaba sobre ella un vínculo impropio. “Cruzamos la línea y lo permití”, escribió en una carta privada. “Me trató como a todas las demás, como si yo fuera una actriz que interpretara a su interés amoroso en una de sus obras”, indicó.
Testimonios recogidos por biógrafos y amigos de la escritora, como Michael Thornton y el tenista Bunny Austin, reforzaron la idea de un abuso emocional —y tal vez físico— ejercido por Gerald. La sospecha de incesto, aunque jamás confirmada, pesa sobre la lectura de sus novelas.
Mientras su hermana menor, Jeanne, era la favorita de su madre, Daphne era la favorita de su padre. Él deseaba haber tenido un hijo varón y trataba a la niña como si lo fuera.
Daphne adoptó esa identidad masculina en privado, creó el personaje de Eric Avon, y creció deseando ser hombre. Esa dualidad —ser hija y a la vez “hijo”— la acompañaría toda su vida, no solo en sus relaciones afectivas, sino también en su narrativa, que parece escrita desde una voz que flota entre géneros y roles sociales.

Doble vida: la identidad oculta de una escritora entre dos géneros
Durante décadas, Daphne du Maurier llevó una vida compartimentada. En público, era la señora Browning: esposa del militar Sir Frederick Arthur Montague Browning, madre de tres hijos, dueña de una casa en la campiña inglesa. En privado, se definía como una persona dividida en dos: “La cara al mundo era la de una correcta madre y esposa, mientras que en la intimidad afloraba su rol de amante con una fuerte energía masculina”, según describió la biógrafa Margaret Forster, a quien la familia le confió su correspondencia personal.
Desde la adolescencia, Du Maurier desarrolló un mundo íntimo en el que se sentía varón. Se hacía llamar Eric y vestía con ropa masculina. En sus cartas, sostenía que quien amaba a otras mujeres no era Daphne, sino Eric Avon, su “otra mitad”.
En su juventud, se enamoró de la directora de su internado en Francia y ya adulta vivió una intensa relación no correspondida con Ellen Doubleday. Otra relación importante, esta vez sí consumada, fue con la actriz Gertrude Lawrence, según quedó registrado en una carta: “Con Gertie significó mucho”, escribió. Esta relación inspiró su obra teatral September Tide.
Un matrimonio sin amor, marcado por la guerra y la depresión
Du Maurier se casó en 1932 con Browning, con quien compartió una relación distante. Él, oficial británico con un destacado papel durante la Segunda Guerra Mundial, fue descrito por ella como un hombre traumado, melancólico y cada vez más frágil.
Desde 1957, la salud de Browning se deterioró drásticamente: sufría dolores crónicos, recaídas pulmonares, bebía en exceso y se sumió en una profunda depresión. Durante sus últimos años, amenazó con suicidarse y vivió casi completamente aislado.
La muerte de su marido, en 1965, la sumió en una etapa de introspección y angustia. Se vistió con sus ropas, usó sus objetos personales, y convirtió su casa en un santuario para preservar su memoria. Pese a la distancia emocional que los separaba, su fallecimiento la impactó profundamente.
Inspirada en su figura escribió A Bridge Too Far, obra llevada luego al cine en una versión que la escritora detestó por considerar que denigraba la imagen de su esposo. Según El Mundo, Du Maurier escribió cartas a los diarios británicos expresando su indignación por ese retrato.

Erotismo velado, sombras familiares y ambigüedad moral: las obsesiones de su literatura
Du Maurier publicó su primera novela, Espíritu de amor, a los 24 años, pero fue con Rebecca (1938) que alcanzó la fama internacional.
Aunque clasificada como novela “romántica”, la propia autora lamentó esa etiqueta. “Muchos la encasillaron como una escritora romántica, término totalmente ajeno a lo que la autora inglesa plasmó en sus obras”, escribió Karen Punaro Majluf. En sus novelas se encuentran elementos de lesbianismo apenas disimulado, incesto, ninfomanía, asesinato familiar y deseo reprimido, según detalló Hernán Migoya.
Para Du Maurier, la escritura era una forma de liberación personal. En Rebeca, el conflicto ocurre dentro de la mente de una joven sin nombre, atormentada por los celos hacia la esposa muerta de su marido, una figura poderosa y sexualizada.
En Mi prima Rachel, el deseo y la traición se funden en una narrativa de sospechas, manipulación y muerte. En el relato Los pájaros, el caos irrumpe desde la naturaleza misma, transformando el espacio doméstico en un campo de encierro y terror. La posada de Jamaica, El chivo expiatorio o El anciano comparten esa misma atmósfera opresiva, donde lo inexplicable y lo moralmente turbio dominan el relato.
Hitchcock, el cine y las traiciones en pantalla
Alfred Hitchcock, amigo de su padre Gerald, adaptó tres obras de Du Maurier: La posada de Jamaica (1939), Rebecca (1940) y Los pájaros (1963).
Si bien Rebecca respetó en gran parte el texto original, con Los pájaros la relación fue más conflictiva. El director trasladó la historia de los acantilados brumosos de Cornualles a la costa californiana, alteró el tono y colocó en el centro sus propias obsesiones. Du Maurier, según se supo después, no aprobó esa reinterpretación.

En la famosa entrevista de Hitchcock con François Truffaut, el cineasta habló largamente de Gerald du Maurier, pero casi nada sobre Daphne. La escritora, por su parte, consideraba que su narrativa estaba construida para ser leída, no para el ritmo del cine.
La manipulación de sus textos la incomodaba y se sintió traicionada también por la versión cinematográfica de Un puente lejano, donde Richard Attenborough retrató a su esposo como un personaje apagado, borrando su rol en la guerra.
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