
En “1984″, George Orwell presentó una sociedad sometida al control absoluto, donde el Estado podía mirar a cada instante dentro de nuestras vidas. “Despiertos o dormidos, trabajando o comiendo, en casa o en la calle, en el baño o en la cama, no había escape”, escribió Orwell. Una frase que en su tiempo sonaba como una exageración distópica, en la actualidad parece proyectarse en la realidad, donde los dispositivos digitales se han convertido en los nuevos vigilantes y la inteligencia artificial (IA) asume un papel de observador constante. ¿Acaso ha llegado la sociedad al umbral de ese futuro sombrío? Yuval Noah Harari, uno de los pensadores contemporáneos más influyentes, sugiere que podríamos estar acercándonos peligrosamente.
Para Harari, la IA es una amenaza única y sin precedentes, una “inteligencia sin descanso”, capaz de observar, analizar y controlar a niveles inimaginables para los tiranos del pasado. “Hitler y Stalin no podían controlar a la gente todo el tiempo, la IA puede”, advierte. Con una capacidad de vigilancia y procesamiento de datos que no depende de pausas ni límites, la IA se configura como una herramienta capaz de “aniquilar la privacidad” y crear un régimen de control total que, al contrario que los antiguos sistemas dictatoriales, no necesita intermediarios humanos.
El término “orwelliano” se proyecta hacia el presente; las estructuras de vigilancia modernas permiten el rastreo y análisis de cada acción. Orwell acuñó la “Policía del Pensamiento” en su obra, una institución capaz de reprimir no solo los actos, sino las intenciones y pensamientos. En el presente, los avances en IA y tecnologías de reconocimiento facial permiten a las personas imaginar ese control en un nivel aún más preciso. Es aquí donde los límites entre la ficción de Orwell y la realidad actual se tornan ambiguos. Cada vez más, el control no es solo una cuestión de vigilancia estatal, sino de autovigilancia, o como algunos lo han llamado, el “Panóptico digital”. Los usuarios aceptan, en cierto modo, ser observados.

El concepto de la neolengua, otro elemento crucial en 1984, propone un lenguaje diseñado para limitar el pensamiento, estrechar la libertad conceptual del individuo y reprimir el disenso. Muy parecido a lo que en la actualidad, los algoritmos de IA en redes sociales y plataformas digitales podrían manipular la información de tal forma que solo algunos mensajes lleguen a los usuarios, generando una especie de “pensamiento único” promovido por la propia estructura digital.
Orwell planteaba una paradoja entre libertad y control que resuena con fuerza: “La libertad es la esclavitud”, escribía, un lema de su régimen distópico que, en el tiempo actual, parece cobrar nuevos significados en la era de las redes sociales, donde el acceso masivo a la información a veces parece encapsularnos en burbujas de desinformación y control.
Harari también se pregunta por el destino de la libertad en una sociedad en la que cada vez más “artefactos culturales” y “pensamientos” son productos de inteligencias no humanas. La IA, una tecnología sin precedentes, comienza a participar en la creación de historias, música, imágenes, y de elementos que hasta ahora habían sido fruto exclusivo de la mente humana. “Estamos rompiendo el capullo de la cultura humana”, advierte Harari, cuestionando lo que significará para la psicología y las estructuras sociales de la humanidad la convivencia con una inteligencia ajena.

Entonces, ¿es este el mundo que Orwell imaginó? Mientras Orwell proyectó en 1984 una advertencia contra el totalitarismo, la realidad actual parece ser más sutil y compleja. La omnipresencia de dispositivos conectados, la manipulación algorítmica de información y el poder de la IA para analizar e influir, al margen del conocimiento humano, plantean un panorama cercano al de a la reconocida novela del escritor y periodista británico.
Lo que diferencia el presente es quizás la idea de que nosotros mismos, como individuos y sociedades, hemos aceptado y en parte fomentado este control, a cambio de la promesa de eficiencia y seguridad. Al final, como escribió Orwell, “La libertad es poder decir libremente que dos y dos son cuatro. Si se concede esto, todo lo demás vendrá por sus pasos contados”. En este cruce de caminos entre libertad y vigilancia, la pregunta permanece: ¿seremos capaces de mantener esa sencilla pero fundamental verdad?
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